Ardía el sol en mis venas
y no tenía ni idea, ni ganas de tenerla
el mundo eran litros de cerveza
entrando y saliendo
el mundo era rabia
no quería saber nada
que se pare, que yo me bajo
que no quiero
que habéis ganado,
dejadme al margen, no pido más.
El mundo huele diferente ahora
y está en mi perilla,
el mundo huele diferente ahora,
está en mi perilla,
lo noto al respirar,
tú estás en mi perilla,
golpes de ti, parcelas
de ti de prestado en mi cuerpo,
tengo parcelas de ti de prestado en mi cuerpo
que huelen, que me dan tu olor
y me retrotraen a todo momento contigo,
pienso, y no me equivoco,
que eso es casi todo.
Hay más, dicen,
pero no lo veo.
La verdad es que no tengo ni idea de qué hablan.
Pero siempre están hablando.
Siempre me están diciendo cosas
como si me importara escucharlas.
Siempre me dicen lo que soy, o lo que eres
tú,
o lo que ambos deberíamos ser.
Yo les miro a los ojos
y parece que escucho, soy un experto.
Les miro a los ojos como si
no hubiese nada más importante.
A veces me dan ganas de besarles
para romper el ritmo
o para, me digo,
que se callen de una vez.
Lo probé,
y decirlo no es bastante.
Siguen hablando.
Como si me hiciera falta.
Como si tuviera sentido.
Supongo que se encuentran mejor con ellos mismos
mientras solucionan mi vida.
Supongo que no tienen ni idea de cómo solucionar la suya.
Supongo que así cambian de tema.
Supongo que se obligan a que les preocupe.
Lo más curioso es que jamás pedí ayuda.
Jamás dije que me echaran una mano.
Ni siquiera que tuviera un problema.
Poema 6 de Los besos maduran,
libro tercero de Escrito en tu nombre.