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el sinsentido de la vida

Es complicado decir que buscar el sentido de la vida es cobarde. No lo tiene. Es una abstracción. Los libros de autoayuda son una estupidez hacia delante. Lo único que tiene sentido es que no hay sentido alguno. La gente necesita un sentido del mismo modo que necesita un coche caro, un piso mejor que el de al lado. Una pareja, el amor de su vida. Recuerdos que recreen un cierto sentido épico. Darle algún tipo de continuidad a la cosa de haber nacido. Encontrar una línea en medio del caos. Una línea que se justifique a sí misma.

Estaba escuchando a Pearl Jam, y eso sí que es importante. Pero ahora entiendo las letras. Ahora sé lo que dicen. No tiene nada que ver. Construí todo aquello. Me inventé un mundo completo desde un par de impresiones. Eso es lo que importa. Lo demás es ruido. Y el ruido es miedo.

Es importante encontrar el sentido. Pero no hay ninguno. Olvida los libros de autoayuda, a no ser que estés dispuesto a creer en ellos. A dejarte la piel en ellos. No servirá de nada. Pero cuando te des cuenta ya será tarde. Todo estará bien. Respira. Descansa. Toma aire. Deja de luchar. Ya no importa. Todo está bien.

Toma aire. Todo está bien. Ha terminado. Descansa. Elige en qué creer. Elige. Piensa un momento y elige.

Eso será todo.

Buscar el sentido de la vida es cobarde, la solución sencilla. Abraza el sinsentido. Está por todas partes. Coge aire, respira. Deja de engañarte. Cuando puedes verlo lo ves. Bienvenido, o algo. Bienvenido.

ingenuidades

Limpiar supone cierta ingenuidad, la de poder restañar el mundo. Cuando coges un objeto para pasarle un trapo crees que puedes reintegrarle lo que el tiempo le ha quitado. Él nunca resta.

También están las cosas viejas y limpias, a punto para el esfuerzo. Y una cierta sensación de control, de saber lo que tienes y dónde, y otra de potencia: soy capaz de hacer esto, de estar haciendo esto, de estarlo consiguiendo. Una cierta pureza habitacional: no hay agujeros en esta casa, amigo, por más que busques. Lo que ves es lo que hay, lo que hay es lo que habrá. No hay doblez.

Nunca me ha gustado limpiar. Cuesta mucho, dura poco. Pero siempre he tenido demasiadas cosas que no me atrevía a tirar, cosas adheridas a mis costados, a las paredes, metidas en los armarios. Limpiar era embarcarse en un viaje de lo que ya no, cosas que cada vez había que retirar, mirar con lástima y dolor y volver a colocar. No hay ninguna obligación de mantener nada, hay que aprender a deshacerse de lo que no queremos: hay que aprender aunque y sobre todo porque somos tan pobres que llevar algo al contenedor es percibido siempre como una pequeña traición a ti mismo mañana. Si lo consigues te despides, lo sacas de tu casa, generas un espacio vacío por el que pasa bien la escoba.

Y eso necesita de otro tipo de ingenuidades, pero como casi todas las cosas.

puentes

Alguien hace más de veinte años te regaló una mano hecha en cerámica a modo de portavelas aunque no lo es y hoy que estabas limpiando porque se cumplen ocho años ocho años ya y tienes que renovar el contrato y quieres que la casera vea que todo está limpio muy limpio pero no muy genial que no piense que puede alquilarlo por más pese a que todo alrededor es más caro y que prefiera la seguridad de cobrar al premio de cobrar más. Punto. Y la mano de la que no te acordabas pese a haber estado ahí siempre de repente aparece y dices oh, qué bien, ahí está eso. Ella cuando te la regaló te amaba y eso y ahora no te ama y tú no sientes nada pero la mano está y permanece como un recordatorio de un momento concreto que se vuelve real mientras la miras y piensas oh, es eso. Tú no sientes nada pero recuerdas haber sentido, haber sentido eso, y de repente todo es tan vívido. Punto.

Un torrente de recuerdos atraviesa tu cabeza. Punto.

Punto. Punto. Punto.

Y recuerdas haber amado y eso y era tan idiota que amabas sin más y no te preocupaba ser tan vulnerable como eras y desde entonces no has vuelto a serlo porque te has escudado y eso. Punto. Y eso.

Punto.

Alguien hace más de veinte años cuando todo era más sencillo cuando menos cuajado cuando menos consciente de lo vulnerable cuando todo podía ser cualquier cosa cuando follabas en los portales y en los parques y cuando todo era amor y sexo y eso y punto. Punto.

Alguien hace más de veinte años. Te has quedado mirando la mano que no recordabas pese a haber estado ahí siempre, en el salón, escrita en memorias momentos escrita en las cosas que han sucedido y que, después de un tiempo, han dejado de hacerlo. Recuerdo haber amado y era de algún modo idiota y de otro estupendo y punto. Punto. Punto. Y has estado a punto de tirar la mano a la bolsa de las cosas que ya no quieres y que vas a tirar mañana y, de repente, has sentido de nuevo aquello. De refilón, a modo de recuerdo.

No lo has sentido exactamente, pero de algún modo te has puesto en situación.

Y la has puesto en una estantería para no tirarla y has hecho una foto y punto. Punto. Y la guardarás porque. La guardarás. Querrás verla en el futuro. No sabrás lo que significa porque habrán pasado miles de años pero de algún modo tendrás claro que eso significó un montón en el pasado y. Punto. Oh, qué bien, ahí está eso, dirás en el futuro. Tenía miedo de haberla perdido. Cuando todo sea otra cosa, otra definitiva cosa, y aún siga estando bien recordar que hace miles de años todo era jodida emocionante hermosa preciosamente distinto. Todo era otra cosa.

Entonces era eso. Punto.

Punto.

Punto.

De repente, y de un modo lúcido, recuerdas el anticuario de qué museo de metralla eres. Eras. Fuiste. Punto. De eso iba eso. No va a ir de ello mañana, pero está bien hoy.

Recapitulas.