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halcón

A veces entro en estado de calma y soy consciente de un montón de cosas que habitualmente me pasan desapercibidas.

Dura poco, de repente dejas de verlo, pero lo recuerdas.

La tranquilidad del transcurrir, el pensar en meses o en años en vez de en el siguiente fin de semana. La perspectiva.

Es raro. No tengo paciencia para eso. Al rato estoy de nuevo en lo inmediato, lamentándolo un poco, resignado el resto.

DIY

En la Gran Empresa de TelemárketingTM en la que trabajaba solían despedir a la gente los viernes. Es el día en el que tenemos la cabeza más en la libertad de las 48 horas por delante que en el apéndice que te están amputando, sin anestesia, delante de tus ojos.

Los fines de semana entendidos como esa parcela en la que se nos considera lo suficientemente adultos como para gestionar nuestro tiempo, pese a que miríadas de empresas-sanguijuela quieran trocar planillas-abalorio a cambio de dinero. Nosotros, acostumbrados a ser dirigidos, a veces incluso lo agradecemos. Ya no sólo les damos nuestras vacaciones, les damos todo. Las horas del día que no trabajamos en cursos que no nos importan demasiado, los fines de semana en los templos del márketing, las vacaciones en experiencias burbuja de usuario.

De pequeño asombro volátil en pequeño asombro volátil. Siempre hay uno nuevo para sustituir al que acaba de convertirse en humo ante ti, a tiempo para que no cierres la boca, siempre a tiempo para que no mires de frente al vacío.

Por favor, no les dejes. Aléjate de los centros comerciales y de las visitas fugaces planificadas. Aléjate de los vendedores de crecepelo.

Hagas lo que hagas, hazlo tú mismo.

coldos

No quedó nada. Un hombre sentado en un banco de piedra mirando al camino, el mismo que lía un cigarro sin acabarlo. La boca sonríe y los ojos le lloran. Todo es tarde que no termina ni podrá terminar nunca, como el cigarro, los ojos, la boca. Como el banco de piedra en el que se sienta mirando al camino.