Argentina tiene 2,780,400 km2 y, sin embargo, 43 millones de habitantes
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La hermana, la abuela, el hermano, el cable robado, la pasta que le deben como salvavidas en medio de la tormenta. Este va con spoilers. De algún modo, que luego tampoco es para tanto. Pero va.
El sueño de un adolescente y un concurso… loco, muy loco. Una noche con una actriz porno. El tipo prueba a llamar desde el trabajo y gana. El tipo parece vivir en una zona de Argentina en la que caben más estrofas que sueños. Eso es lo que pasa.
¿Ves lo que pasa? Eso es lo que pasa. Eso es justo lo que termina pasando. El accidente, perdió a sus padres. Trabaja en un matadero de pollos. Bueno, pues a tener acceso a lo que no. El cable, los canales, la dispersión, el programa de Sabrina Love. Eso es lo que pasa, qué si no. Tengo demasiadas ganas de escribir esto, aunque no termine de parecerlo. El hermano que duerme porque no tiene trabajo, largas horas desde ninguna parte en la que despertarse al final. Nada de nada. Un préstamo, mierdas, todo mierdas por todas partes.
Lo que hay cuando es esto.
Tiene que estar dentro de un par de días en el punto de encuentro, limpio y dispuesto. Pero no tiene cómo ir, así que se monta en una barca que cruza el río hasta la autopista, a partir de ahí hará dedo. Su hermana quiere limpiar su cuarto y le dice que no se va a escandalizar por los póster de desnudos. Él prefiere retener su espacio. Qué si no. Le hacen descuento si se baja de la barca en marcha, así que se desnuda, avergonzado, y se mete en el agua. La senda del que parece ganador.
Me debato entre hablar de lo que sucede y hablar de lo que pasa. El par de soldados y lo que hacen. El camión. Los tipos con el ganado. El uruguayo. Entre eso y lo que sucede, que es la angustia por no poder culminar habiendo conseguido ya lo más difícil. Una oportunidad por una vez. El estar siempre tan al límite del filo que seguir en pie es un verdadero milagro.
No por mérito, por un sorteo. El tipo de la estampita, las loterías. Todos juegan, todos pagan, y el premio para alguno. Mientras, los loteros siempre ganan. Hace algún tiempo, en una novelita tonta sobre un juego al que estaba jugando, llegué a la conclusión de que las estafas funcionan por la avaricia del que es timado, no por el esfuerzo del timador. Y me quedé tan ancho, sin terminar de enlazar del todo que a veces la avaricia no es más que pura y dura necesidad. Necesidad de tener derecho a algo, de ganar alguna vez.
El camionero tenía un amigo que sufrió una lesión en un accidente de tráfico, que es justo en el que murieron sus padres. Él piensa en decir algo, pero calla. Y el dibujo de la historia trenzado en el revés deja claro que decir para qué. No existen los culpables cuando no hay más que víctimas.
Eso es lo que pasa. Que cuando estamos todos jodidos lo único que hay es gente en un lado del filo y gente en el otro.
El camión y el comedor, le vitorean porque va a follar. Suena muy tonto, pero es lo que hay.
No hay más. Le recoge un hombre en un renault ranchera que le envidia al saber dónde va. Eso es todo, gente apresada en la misma masa pegajosa de la que no se puede salir. En la que todos vivimos, de un modo o de otro. Las mismas necedades simplonas, las mismas estupideces que se desvanecerían sólo si fueran más accesibles.
Llega por los pelos, pero retrasan la cita. Va a ver al tipo que le debe pasta y le encuentra en medio de una situación incompatible con las mentes del lugar del que ambos vienen. Hay una fiesta, se emborracha, conoce a una chica. Queda con ella. Duerme allí, noqueado por el alcohol. Pasean. Hacen cosas.
Quedan, no hay mucho más que decir, excepto quizá que le coinciden las dos promesas al mismo tiempo y no puede llegar a las dos. Bien.
Resuelve. Los sueños que no lo son lo son menos cuando los miras a la cara. Resuelve de nuevo al día siguiente. Después se va a casa, con promesas de algo.
Premio de algo de novela hace veinte años. No vendió demasiado en España, aunque relanzó las ventas después de La Uruguaya, libro que… no. O quizá sí, pero desde luego no tanto.
La pesadilla. Esa argamasa pegajosa en la que nos movemos, o intentamos hacerlo. La gente. Todos nosotros. Reflejar eso y hacerlo sin pesadez. Ser capaz de dibujar un ambiente tan rarificado sin dar lecciones de nada. Ser capaz de reflejarlo y de dejar un final que podrá ser tomado como esperanzador para el que aún crea en que las cosas no están mal del todo. Que con esfuerzo y tesón y con ganas y con fuerza al final todo sale bien.
La pesadilla. La competición aberrante. La falsa escasez. El discriminar según qué cantidad de papelitos de colores tengas en la cartera, qué cifra refleje tu cuenta bancaria. El haber vivido algo emocionante. El volver a casa con recuerdos en la cabeza que durarán eones y serán parte de la mentira de ahí en adelante. Los sueños rotos por la medianía que se revela tremenda. Medianía que es real, sueños que se hacen reales y pierden relumbre. No es «relumbre» lo que quiero decir ahí, pero no sale otra cosa.
Me he debatido entre hablar de lo que sucede y hablar de lo que pasa. Lo que pasa es más o menos una historia tierna que transcurre entre dramas de andar por casa y alegrías pequeñitas. Lo que sucede es la pesadilla, el lento reguero de aniquilación en el tiempo que nos atrapa y hace de nosotros lo que terminamos siendo. Si he de quedarme con algo, sin dudarlo un segundo, me quedo, me escandalizo, me duelo y me quito el sombrero con el decorado.