Alright, alright…
No, no escribo mucho últimamente, y lo que escribo no me gusta demasiado. Y no lo hago porque me da miedo. Hala, ya está dicho. Me da miedo escribir. No por escribir en sí, el teclado es más o menos cómodo. La silla también. Suelo ser mucho de estar sentado.
Escribir es interpretar, e interpretar es volverse loco. Los actores ya no saben ni quién son, y si lo saben es que son muy malos actores. A veces percibo atisbos de lo que llegué a sentir en su momento escribiendo: realidades modificadas, aumentadas, capas y capas por encima. No hay un sustrato de lo real a un nivel que podamos tener en cuenta de forma efectiva, y sobre las capas de comprensión transformadora que le cascamos (educación, intereses personales, estados emocionales y bla bla bla) a lo que pasa, cuando uno escribe suelen añadírsele las de los personajes con los que está tratando.
Es lo mismo que lo del actor: si un escritor no esta colgado es que es muy mal escritor. Sobre esto, claro, hay diferentes opiniones. Hay verdaderos artesanos de contar historias que cogen un esqueleto al uso y lo rellenan de forma colorida y entretenida, consiguiendo efectos sorprendentes. Yo hablo más de que pasen cosas, cosas significativas, cosas que dejen poso. Meterte en esas cabezas (aunque escribas en primera persona) y dejar que ellas vivan en la tuya, darles un espacio, plantear una situación y dejarla fluir. La vida es una puta locura, no tiene sentido y siempre acaba muy mal, así que en esa paranoía de ser feliz sabiendo que en algún momento incierto todo se va a ir a la mierda uno tiene que estar forzosamente loco, a poco que le dé un par de vueltas. Meter a gente en tu cabeza que sabe lo mismo, darles espacio para que puedan crecer y hacer algo y dejarles interactuar a su aire es una ruleta rusa arresgada: nunca sabes qué de quién se va a quedar o va a empezar a meterte en líos. Eso puede dejarte sonado, al menos una temporada: mientras está todo sucediendo. Luego al terminar la novela quizá los personajes se vayan desanclando de tus días, tu tiempo y tus pensamientos como esos colegas que paulatinamente vas viendo menos, y quizá vuelvas a estar menos diluido o ya diluyéndote en otra cosa.
Y yo, últimamente, como estrategia de supervivencia me mantengo inerme como una piedra. No dejo que me afecte nada parecido a una brisilla de creatividad. Como todo el mundo tuve algunos sucesos que amenazaron la parte de la felicidad y me recordaron la de la futilidad, y eso quizá, unido a que tengo que mantenerme cuerdo y todo lo estúpido que pueda para conservar el trabajo que me da de comer mientras me roba algo menos de un tercio de mi vida, hace que no tenga mucha predisposición a jugar a los cockteles en mi cabeza. Por eso lo que escribo es regularmente plano, y me aburre y me parece tontísimo.
Es usar las palabras sin tener nada que decir, no sé, quizá como usar un coche para jugar a conducir, por el rollo de pisar pedales y girar volantes más o menos al tuntún.
Me mantengo inerme, estúpido y jugón, que son tres caras de lo mismo. Todo ello contribuye a que el tiempo pase de un modo más o menos indoloro. Y cuando duele siempre puedo ir a por unos litros, un paquete de tabaco y resetear el pensómetro un rato.
Echo de menos esos mundos, la verdad. A veces confundo cosas que he escrito con recuerdos que he vivido. No porque lo que haya escrito alguna vez sea bueno, sino porque cuando escribía lo hacía de un modo completamente inmersivo (¡gamer!): pa dentro, nada de flojeras de pensar un argumento o cosas semejantes, ser cosas y escribirlas. Los echo de menos, mucho, pero no me atrevo a romper el equilibrio precario que, hoy por hoy, me mantiene andando, hacia dónde ni idea, pero andando embobado.
El único problema es que cuanto me atonto la propia vacuidad de mi vida me va poniendo triste y me arrastra a escribir (lo que cada uno considere lleno de sentido, qué se yo), pero escribir hace que la vida tonta y reseca de un tipo adulto en este mundo que tengo que vivir duela y sea insoportable. El equilibrio es complicado, ambas partes se repelen, no conviven nada bien.
Hace muchos, muchos años, lo llamaba mis menstruaciones, a lo imbécil. No debía tener ni veinte años. Iba al instituto y hacía cosas que tenía que hacer y la pila se iba cargando, el sentimiento de vacío. Cuando el dique reventaba me tiraba un par de semanas escribiendo. No sé, o cuatro, cinco días, siete sin hacer otra cosa. Lo que quieres contar no te vuelve loco en un sentido clásico, simplemente estás embebido en ello y no pareces muy normal. Eso sí que es estar vivo.
No echo de menos el proceso o el resultado, sino la vivencia en sí: esos momentos en los que todo tiene sentido y significa algo, y tú pletórico haces lo único que necesitas, sientes y quieres hacer en ese momento. Eso es fluir a lo bestia, y toda la energía que quita te la devuelve en forma de significado, tu propio significado en esta esquizofrenía de ser feliz incluso sabiendo que en algún momento todo se habrá acabado.
Pues eso. No escribo demasiado últimamente. No sé por qué quería contarlo. O si me estoy disculpando o algo.