En definitiva, que el reto no está en el empleo, en crearlo y tenerlo, para consumir y luego para que el consumo a su vez sea el factor de la creación de empleo; que el reto está en conseguir una sociedad solidaria sin que esos factores sean indispensables por inevitables; que el reto de la sociedad está en conseguir que todo el mundo esté ocupado en su afición y en hacer del ocio creativo el fin de la sociedad, no en tener empleo y dejarse la piel para que otros vivan con opulencia. En suma, que el principio rector del individuo y de cada sociedad ya no sea el funesto y pésimamente interpretado ganarnos el sustento con el sudor de nuestra frente.
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No hay marcha atrás, Jaime Richart.
Estoy leyendo las tres novelas de la segunda trilogía de la fundación. El Temor de la Fundación (1997) de Gregory Benford, no creo que tenga mucho que aportar, al menos desde un punto de vista continuista con Asimov. Pero bueno, eso no viene al tema. El caso es que la segunda del ciclo, Fundación y Caos (1998), de Greg Bear, me ha traído a la mente algo que nunca me terminó de encajar del todo en la visión del mundo de Asimov.
En un principio los robots cuidan de la humanidad hasta tal punto que se estanca, y es la segunda oleada de colonizadores, que prescinden de ellos, la que termina conquistando la galaxia. El tema que subyace bajo estos hechos es la visión de Asimov según la cual la humanidad necesita algunas sangrías de vez en cuando para remontar y superarse a sí misma. Los robots, en función de las tres leyes, han acunado tanto de algún modo al ser humano que ya no es capaz de luchar por ningún ideal de mejora. Desde este punto de vista a veces es necesaria muerte y destrucción, que arda Roma, que se queme el bosque, para que la humanidad dé lo mejor de sí.
Evidentemente, esta visión me escandaliza. Según esto la muerte y el sufrimiento son necesarios para que la humanidad vaya a alguna otra parte que se supone mejor. Norteamericano de adopción desde muy temprano, Asimov ha metabolizado la teoría central del planteamiento teórico (el de facto es muy diferente) del capitalismo más radical, en el que el individualismo (de algún modo todos y cada uno de sus protagonistas son disidentes y furiosamente individuales) es el pilar del avance.
Me pregunto cómo encaja este esquema con el desarrollo de linux, por ejemplo. Me pregunto cómo encaja con nuestra crisis actual, en la que varios oligopolíos (banca, energéticas, políticos de “carrera”) han sabido esquivar las consecuencias de sus propios actos para salir reforzados. Hay un nudo, hay sufrimiento, pero en lo esencial quien tenía el poder lo sigue teniendo, y eso es un más que visible indicio de estancamiento. La humanidad en el nudo de sufrimiento no se ha podido adaptar porque todo ha seguido igual para que los mismos sigan siendo los únicos que tienen el poder. Y para que los demás sigamos jodidos.
Uno de los fundamentos del liberalismo teórico menos liberalista (en el sentido de lo que ha terminado siendo el liberalismo al final, no de que no cuadre con el planteamiento inicial) es la presunción de que todo individuo tiene igualdad de oportunidades con respecto a los demás individuos. Si no es evidente ya que eso no sucede en el liberalismo de hecho o en el mundo actual en general, podéis echarle un vistazo al libro de Pinketty, Capital in the Twenty-First Century, que tanto revuelo esta levantando. En él veréis como la acumulación de capital y la herencia distorsionan el bello planteamiento teórico hasta convertirlo en un ogro devora mundos, en, de hecho, una implantación de la injusticia de forma sistémica.
Este sistema es el que te dice que una barra de pan cuesta lo mismo para todos y cada uno de los individuos, sin considerar que todo es relativo a algo y que el precio de una barra de pan no significa nada si no lo enmarcas en los ingresos de cada uno. Si lo haces así, verás que una barra de pan no cuesta lo mismo para nadie. El gran Aristóteles decía que el orígen y lo que tuvieras de partida no significaban nada, sólo el sitio al que llegabas al final, pero es cierto que el gran Aristóteles no era un gran removedor de conciencia, sino más bien, con algunas excepciones, un continuista.
Hay sólo dos opciones en realidad, sólo dos grandes alternativas. O en esta sociedad todos tenemos un valor en tanto que seres humanos y eso nos proporciona derechos, o esta sociedad es una meritocracia en la que todos recibimos en función de lo que aportamos al conjunto de la humanidad, y también en función de esa aportación se articulan los derechos. Yo, evidentemente, me decanto por lo primero. Pero en el caso de que te decantes por lo segundo… ¿qué sentido tiene la herencia en un sistema meritocrático? ¿Por qué no existe la igualdad de oportunidades si el objetivo del sistema es hacer un reparto justo en función de tus aportaciones? ¿Es justo que el capital se acumule de generación en generación? ¿Es justo que el capital, de hecho, se acumule? ¿No podemos correr el riesgo permitiéndolo de que mejores opciones se escondan simplemente por el hecho de que son menos rentables, o de que sean menos rentables para alguien que tiene el poder suficiente como para esconderlas?
Y una vez solucionado eso, queda un segundo fundamento, pero que ya es otro. ¿Quién valora el valor de los recursos naturales?, ¿quién le pone precio a lo finito?
Pero esa es otra guerra. Relacionada, pero otra.
No, no creo que nos haga falta una hecatombe de vez en cuando para cambiar el orden establecido y alterar los equilibrios de poder, creo que nos hace falta un sistema en el que se eviten las acumulaciones de poder, en el que a la hora de elegir entre dos opciones lo que cuente sean las bondades de cada una en vez de lo que es más interesante para que el poder no se mueva. Nos hace falta retomar, en cierto modo, el liberalismo. Volver a la igualdad de oportunidades. La de verdad.
El poder es el origen de los males de la humanidad. El poder, en esencia, sólo busca perpetuarse a sí mismo. Seguir siendo poder. Como dijo Boris Vian en La espuma de los días “yo no busco la felicidad de todos los hombres, sino la de cada uno de ellos”.
No, no hace falta que de vez en cuando un desastre ponga el contador a cero, hace falta que no sea necesario poner el contador a cero de vez en cuando. La humanidad es todo lo que puede ser, el poder reduce la humanidad a lo que ese poder necesita.
Reducir un ser humano a fuerza de trabajo es… desperdiciar lo que somos. Y, más importante, lo que podemos llegar a ser.
Asimov intenta encontrar una salida digna al tema de la acumulación de poder y sus peligros, pero no consigue salir de la visión según la cual el poder es un mal necesario (e incluso le mola, tiene la sensación de que el poder de un buen tipo es bueno, de que un individuo con los medios y la bondad necesaria cambian las cosas y justifican su poder de forma maquiavélica). Necesitamos salir de ahí.
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Me hubiera gustado tener una conversación con Asimov, no lo niego. Sobre todo para saber cómo encuadra la psicohistoria, un sistema de predicción del futuro de la humanidad en base a la normalidad estadística que niega la importancia del individuo, central en sus novelas del imperio y la venida del segundo imperio galáctico, con la individualidad férrea con la que dota a todos y cada uno de sus protagonistas. Ainst. No pudo ser.