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buscando presentaciones: pliegos de servilleta

Bocetando:

El problema del desengaño amoroso está contenido en su nombre. Si habéis vivido la circunstancia de tener más de una relación de pareja a lo largo de vuestra vida quizá estéis un poco confusos, es posible que os preguntéis cuál de ellas fue la que os hizo sentir el amor verdadero, o si no fue ninguna, y si fue alguna os preguntaréis también por qué no funcionó al final. Si estáis ahora mismo con alguien pensaréis que es evidentemente esa persona la que os ha llevado de la mano al amor, y si sólo habéis tenido una relación estoy seguro de que tenéis muy claras las cosas, con dos opciones: si es el amor… o si definitivamente no lo es. Pero si habéis tenido más de una relación maravillosa y si todas han embarrancado al final no lo tendréis nada claro. Y entonces quizá os deis cuenta del nombre, “desengaño” amoroso. Se produce un desengaño cuando se sale del error en el que se estaba. Esa es la definición de la RAE, no me invento nada.

Es decir, que en nuestra propia forma de llamar al hecho nos referimos al estar enamorado como un error del que se ha salido. Y bueno, podemos decir que siempre es bueno salir de un error, en cualquier caso.

Sin embargo, aún sabiéndolo, nos lanzamos a por el amor, cuando dice presentarse, con la maleta de nuestro pasado y las alas de nuestras esperanzas de futuro, en realidad lo hacemos como si no nos hubiera pasado ya antes, o al menos no igual que ahora, y como si nunca le hubiéramos conocido de cerca, en primer plano, o soslayando que es un estado de error según el nombre que nosotros mismos le hemos puesto.

Pese a todo, nos lanzamos.

Y eso debe ser porque todos somos poetas, y todos escribimos nuestra vida según va sucediendo en pliegos de servilleta que dejamos en el bar cuando salimos. En este tipo de asuntos todo queda en unos papeles que el tipo que limpia la mesa recoge cuando nos vamos y tira a la basura. Y gracias a eso podemos empezar con las esperanzas intactas de nuevo. Por eso. Pliegos de servilleta.

una canción, sin embargo

Todo empezó hace muchos años.

Casi todo lo que importa ahora empezó hace muchos años.

Yo compuse una canción y un tipo me dijo que lloró al escucharla, y yo le creí.

Le creí como se creen muchas cosas, el IPC, el Euribor, la lluvia, el sol.

Le creí porque las cosas pasan, y dentro de ellas hay algunas que ciertamente pasan. Que son posibles. Es posible que él llorara por aquella canción, pero no estuve delante para verlo.

Entretanto pasaron miles y miles de cosas, de las que no dejan de suceder, yo empecé a salir con una mujer guapísima que me parecía lo más absoluto desde el comienzo del universo, él se fue a un país de sudamérica con otra mujer que, seguramente, le parecía lo más absoluto desde el comienzo del universo.

Obvia decir que dejamos de vernos.

Por eso de la física.

Y este tipo, el que me decía que lloraba cuando escuchaba una canción mía, estaba en la otra parte del mundo y yo en esta, cada cual con sus vidas, haciendo cada uno lo suyo. No teníamos mucho cuidado el uno del otro porque, de algún modo, sabíamos que estábamos vinculados el uno con el otro de un modo irreversible.

Dejamos las cosas estar.

Este tipo, el que lloró una vez escuchando una canción mía, volvió a España, y quedamos en un garito en el que su hermano estaba gestionando algunas cosas. Y nos tomamos unas cervezas, y nos pusimos al día. Estábamos ciertamente lejos, porque yo había dejado a la mujer que me parecía lo más y la tipa que a él le parecía lo más había arrancado una vida con él en España. Y yo sentí entonces que pese a estar ambos en la misma ubicación estábamos más lejos de lo que habíamos estado nunca: yo estaba de vuelta, él estaba de ida.

Idas y vueltas, nada más confuso.

Andando el tiempo, cuando yo seguía de vuelta por principio y él encontró su estar de vuelta, decidimos quedar para tocar. Sí, porque aunque no lo haya dicho hasta ahora el tipo es percusionista, y tocar con él es fácil porque sabe mucho. Saber mucho es lo que hace las cosas más fáciles del mundo. Así que quedamos en una casa de su familia en la que ya no va nadie y es fácil hacer ruido.

Y él me pedía aquella canción, aquella por la que me dijo una vez que lloró. Y yo no quería. El tema era sensible, y yo le decía que no era moral tocar esa canción en público. Y él me decía que aunque no lo fuera, qué menos que tocarla entre nosotros.

Entre nosotros, que habíamos tenido un mundo entero entre medias sin perdernos.

Sin dejar de vernos.

Repito eso, porque es difícil tener un mundo en medio y no perderse.

Y quedamos en aquella casa para ensayar y él siempre insistía. Y yo me negaba, pero en secreto iba ensayando la canción, por él.

Y el último día que nos vimos me la volvió a pedir. Y yo no pude negarme.

Y la toqué.

Como siempre, me metí tanto en la canción que no pude ver más que el suelo.

Pero al terminar, al levantar la cabeza, él estaba llorando. ÉL ESTABA LLORANDO. Tal cual, sus ojos, anegados en lágrimas, me decían gracias. Me daban las gracias.

Él mismo lo hizo. Me dijo gracias.

Y yo me pregunté qué extraño don es este que te permite entrar en el corazón de la gente sin darte excesiva cuenta. Qué extraño don que te permite salir de tu corazón, hacer algo, y entrar en el corazón de los demás.

Nos dimos un abrazo nervioso, con el sentimiento a flor de piel. Y yo no sabía, y no he podido saber, si la canción era buena porque yo había sabido componerla bien o porque él había sabido escucharla bien.

Y todavía hoy no lo sé.

No lo sé.

Pero no me importa demasiado.

la fé y el respeto

A un Dios, si es un Dios, se la suda que hablen mal de Él. Él es un Dios.

Nosotros humanos que nos vamos a morir en algún momento, siempre cercano en términos de eternidad. Él no.

Los dioses egoístas no son dioses. No lo son en absoluto. Esos dioses que dicen «cree en mí o te freirás en alguna parte» no son dioses. Ahí, en esos casos, siempre me huelo a humanos hablando por ellos. Humanos que quieren mantener su porción de poder. Los humanos quieren mantener el poder. El Dios es un Dios, el poder le viene dado independientemente de que quiera mantenerlo o no. No le importa que se metan con él, del mismo modo que no nos importaría a nosotros si nos dijeran que una brizna de hierba no cree en nosotros. Vamos a seguir viviendo, piense la brizna lo que quiera pensar.

De ese justo modo.

A raíz de una película infumable el mundo musulmán que tiene voz quiere que se limiten las expresiones sobre Mahoma. A Krae le pasó por encima lo de cocinar a un cristo. Creo que en ambos casos, si el Dios de turno quisiera castigarles, tendría modos infinitos de hacerlo. Al fin y al cabo es un Dios.

No le hace falta que humanos diligentes hagan el trabajo por Él. Porque los humanos lo hacen infinitamente peor, y más sucio. Lapidar a un tipo es algo sucio, asqueroso. Incluso fatigoso. Juzgar a otro cuesta un montón de pasta y tiempo. Cualquier Dios vengativo que quisiera serlo lo tendría mucho más fácil. Lo haría mejor, más rápido, de un modo más eficaz. Simplemente lo deseo y ya no estás. Incluso más limpio: simplemente lo deseo y piensas diferente.

Del mismo milimétrico modo que no existe delito sin ley, no existe blasfemia sin credo. Pero la ley es algo que siempre está en construcción, es un consenso.

El credo no. El credo es un huso invariable: el mismo hilo siempre que supuestamente emana de un Dios. Pero la relación entre el huso y el Dios jamás está clara. Es difícil lavar lo que el humano emponzoña. Es difícil lavar lo que no se acuerda, lo que se impone, lo que se supone que nos viene dado por no sé qué cosas oscuras que escribieron algo que desde entonces es Lo Cierto.

Existe una diferencia básica entre Jesús y Sócrates. Una diferencia esclarecedora. Si Jesús dijo: yo soy la verdad y la vida (Juan 14:6), que no es sino decir que la verdad se agota en él, Socrates dijo, a las puertas de morir ingiriendo cicuta condenado por no creer en los dioses griegos, que nadie se preocupara (a sus discípulos), que la verdad seguía estando ahí fuera (Apología de Sócrates, Platón).

Es… una diferencia tremenda, la verdad. De verdad lo es.

Merece respeto lo que nace del consenso, y no de la creencia ciega (fé, dogma de fé, cualquiera de sus formas).