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instalar y desinstalar ubuntu 11.10 en un macbook

Bueno, la semana pasada estaba suficientemente nervioso por el concierto del sábado como para que de repente cosas que no tienen necesidad alguna se convirtieran en absolutamente necesarias, como instalar ubuntu en una partición del disco del macbook con un arranque dual mac-linux. El Macbook en cuestión es un 4.1 de policarbonato blanco, con un core 2 duo 2.4 GHz. Va como la seda pese a que fue fabricado en septiembre del 2008, lo que quiere decir que lleva con dignidad sus 3 añitos y pico. Con mucha dignidad. De hecho usándolo me sigo sintiendo como si lo acabara de comprar. Entonces… ¿por qué instalarle ubuntu?

Por saber que puedo hacerlo

Y no es ninguna tontería, el hecho de hacerlo ya es suficientemente interesante en sí como para no plantearse nada más.

Me gusta de Mac el que al ser Unix permita aplicar algunas cosas de las que voy aprendiendo en Ubuntu, pero siempre me ha mosqueado un poquito el hecho de que muchas cosas del SO de Apple tengan parcelas intocables… Y me preocupa saber que a un hardware tan bien montado le puedo añadir un SO más abierto, colaborativo e igualmente potente. Y mola ir por ahí con tu macbook con ubuntu. Entiendo que esto último sólo lo hace si eres un freak, pero si realmente lo eres tiene potencia. Y porque con un SO nuevo me vuelvo a sentir como niño con zapatos nuevos, que todo hay que decirlo, joder.

Porque no actualizo desde Leopard

Podía haberle comprado Snow Leopard, cuesta treinta pavos. Pero va tan bien ahora… Arriesgarme a comprar Snow Leopard y Lion y después tener que volver a mi Leopard porque no va tan bien no me apetece. Ya que desde hace un mes vivo con linux en el sobremesa, sin entrar en Windows 7 ni para barrer el escritorio, y que me ha parecido una muy buena versión de Ubuntu, sencilla y potente, pensé que era una buena idea probarlo en el mac y si funcionaba correctamente quizá… desinstalar el SO de Apple. ¿Por qué no?

Mac es plug&play

Mac está hecho para que sobrevivir con un ordenador sin idea de informática sea mucho más que posible. Para que lo arranques recién comprado y te pongas directamente a editar fotos, video, audio, trastees en la web… Pero a veces apetece mimar un poco al SO. Es una tontería, pero a veces necesitas saber que el ordenador te necesita a ti para estar bien. Con un mac esa sensación desaparece: el ordenador es completamente autosuficiente. Con un trato normal puedes tirarte años sin formatearlo y sin disminución en el rendimiento apreciable. Esto no es muy comprensible, lo sé, pero sucede. El hecho de tener que esforzarte en tu SO es la parte negativa (para algunos, no para mí), la positiva es que las opciones de personalización (y no me estoy refiriendo a iconitos, fondos de escritorio y sonidos) sea mucho más que atractiva y prácticamente infinita dependiendo de tus conocimientos. Completamente empalmante (bajo una mirada freak, no lo pierdo de vista). Es decir, compras tu mac y tienes un montón de opciones nada más enchufarlo a la red, pero… usualmente esas son todas las opciones que tienes. Son muchas y cubren todo lo que puedas necesitar, pero… no son todas las opciones.

Lo primero de todo, backup

Pese a que uno hace las cosas con cuidado nunca está de más prepararse para el peor de los escenarios posibles, aquel en el que jodes algo irremisiblemente y tienes que resucitar tu ordenador con una instalación nueva del SO original. Para mis backup en mac siempre he usado SuperDuper, entiendo que hay opciones presumiblemente mejores pero nunca me ha devuelto ni un sólo recibo y además puedes hacer tus copias de seguridad autoarrancables, no necesito tenerlo todo el tiempo en segundo plano como Time Machine y, para el uso que le doy, me es mucho más que suficiente.

El arranque

Pensé que Grub, el gestor de arranque que instala ubuntu, sería suficiente, pero quería poder desinstalar linux sin tener que conservar nada, es decir, una desinstalación limpia limpita sin reinstalaciones de Leopard, así que me puse a mirar opciones. Y encontré rEFIt, se instala y desinstala en mac y no deja huellas. Es un pkg, así que pinchar e instalar y a otra cosa que hay prisas.

La partición

Nos aprovechamos por la cara de la herramienta de mac para instalar windows en una partición: bootcamp. Es simplemente ejecutar el programa, que ya está instalado en tu mac, y generar una partición.

Y una vez generada decirle que instalarás windows más tarde. Ya podemos apagar el ordenador.

Instalación

Arrancas el macbook con el disco de ubuntu dentro. rEFIt se pone en marcha y te permite escoger entre arrancar mac o hacerlo desde el cd. Arrancas desde el cd y sigues las instrucciones, que son más que sencillas. Te detecta mac y le dices que instale ubuntu junto a mac y te pones a esperar. Te vas de casa, porque sobre todo si has marcado la opción de descargar actualizaciones mientras se instala vas a esperar mucho. Mucho.

**/
Yo preferí editar las particiones manualmente dentro de la partición destinada a linux, 8 GB para la raíz «/», 1 GB para la memoria de intercambio y el resto para «/home», pero supongo que ubuntu lo hace automáticamente de forma estupenda, aunque no puedo dar datos.
*/

Y con eso tienes instalado Ubuntu en el macbook en un arranque dual junto con MacOS. A disfrutarlo. En mi caso sentí al terminar que mi pobre macbook no rendía con la misma fluidez que con su sistema nativo, y me dio mucha penita verle… viejo. Lento. Así que en cuanto terminé de configurar las cuatro cosas que siempre arranco cuando instalo linux decidí inmediatamente desinstalarlo y recuperar ese espacio para mac. El objetivo era hacer la instalación, y ya lo había hecho, así que no tenía sentido mantenerlo más. Bueno, sí lo tenía, pero me entraron las prisas por ver si era capaz de dejar el ordenador igual que estaba al principio, así que…

Desinstalando rEFIt

Desde MacOS simplemente hay que borrar la carpeta «Efit» en la raíz del sistema y la carpeta «rEFItBlesser» en «Library/StartupItems». Esto es MacOS, amigos, no hay que hacer nada más para tener el gestor de arranque desinstalado.

Desinstalación de ubuntu y recuperando el espacio en disco para MacOS

Arranqué en MacOS y volví a abrir bootcamp, para recuperar el disco duro con un par de clicks. Pero no me dejaba. Claro. Normal. No había instalado Windows y había hecho algunas particiones, así que la herramienta de Cuppertino ya no podía retomarlo todo. Pero eso no me iba a detener, por supuesto, siempre hay un modo de hacer todo lo que quieras hacer. Y se me ocurrió la solución perfecta en mi cabeza.

Evidentemente no puedes cargarte las particiones de ubuntu desde el mismo ubuntu, pero sí puedes arrancar con el livecd y usar gparted sin despeinarte. Arrancas el mac con el cd de ubuntu dentro y la tecla «c» pulsada (recuerda que te has cargado rEFIt, ya no te va a dar la opción de arrancar desde el cd sin hacer nada en particular), le das a la opción de livecd y arrancas gparted, formateas todas las particiones de linux y creas una nueva particion en formato FAT32 (ten muuucho mucho cuidado de no tocar la partición de MacOS en el proceso, porque puedes reventarlo todo de forma irreparable, ten en cuenta que estás usando un livecd, lo que te permite generarle un encefalograma plano a tu disco duro sin rozamiento alguno, si no tienes claro cuál es tu partición de MacOS tómate el tiempo suficiente para tenerlo claro antes de hacer nada).

Pensé que al arrancar mac ahora sí bootcamp iba a ser capaz de restaurar el esa partición para el disco, pero me dio el mismo error que antes. «Menuda cagada», pensé, «ahora voy a tener que reinstalar el sistema original del macbook, menos mal que hice una copia de seguridad». Pero antes de rendirme abrí gdisk y formatee la unidad de nuevo en FAT, por quemar cartuchos, pero esta vez a través del propio mac y… ¡ahora sí que bootcamp pudo unir la partición con el resto del disco! Y estaba tan emocionado que me puse a limpiar archivos ya inútiles y le di una pasadita de Onix y volví a disfrutar de un mac con todo instalado y rápido hasta la inmediatez.

No se le notan los tres años en ningún momento, y por eso mismo no voy a actualizar a Snow Leopard + Lion ni a meterle Ubuntu. Me sirve tal y como es y lo hace de forma rápida. Y ahora me voy a poner con el Nanowrimo que llevo mucho retraso. Espero que esto le sea de utilidad a alguien. ¡A mí me hizo pasar un rato bastante divertido!

welcome on board (parte II)

Bueno, ha empezado el National Novel Writting Month, y en él estoy a duras penas visto el tiempo del que dispongo, pero sigo en él. Para entender esto tenéis que leer Welcome on board (parte I)

5.

Cuando me despierto estoy solo en la habitación, mirando al techo. Un mundo sin ventanas es un mundo sin amaneceres. Me levanto y saco de la pared el lavabo y me lavo las manos. Saco el urinario y meo un líquido ocre y espeso, vuelvo a encajar ambos en la pared, tengo una leve resaca. Podían haber inventado un sucedáneo sin ella. O con ella y con buen sabor, pero desde luego no sin ninguna de ellas. Salgo de mi celda y me dirijo a las duchas comunes. Y mixtas. Costó acostumbrarse al principio, pero después no. Después el hecho de ver mujeres y hombres desnudos se volvió rutina. Meto la ficha en el cubículo y me doy mi correspondiente ducha de dos minutos con jabón incorporado, y como cada cada día me siento como si estuviera en un lavacoches. No hay muchas concesiones al lujo en la nave, que se construyó deprisa y a la desesperada, con el tiempo marcado por los seis meses que nos quedaban en la Tierra, y por ello todo tiene el aire de haber sido puesto en su sitio con prisas. Frecuentemente algún cable se desengancha del techo y cuelga, no hay ningún embellecedor que los cubra, así que todas las habitaciones parecen cuevas de gusano forradas de cuerdas flojas y colgantes.

No es muy agradable, pero estamos vivos. Nadie tiene ni idea de cómo está la situación en la Tierra, supongo porque quizá el consejo piensa que sería desesperante saber la verdad, sea la que sea. Sea la que sea. Si todo fue como parecía cuando nos fuimos el planeta a estas alturas está vacío de humanidad, libre de parásitos mientras que los vasos comunicantes de la evolución van rellenando los nichos múltiples que dejamos. Devastando y desfigurando las ciudades, entrometiéndose en las carreteras hasta deshacerlas. Destrozando nuestra huella para un futuro libre de humanidad. Quizá otra especie evolucione hasta poseer inteligencia, pero eso no será en lo que me queda de vida, ni de lejos. Y aunque fuera posible (que no lo es) no lo sería encontrar el modo de comunicarnos con lo que sea que piense ahora allí abajo (difícil deshacerse mentalmente de la gravedad, no hay nada abajo o arriba sin un eje de ordenadas y abscisas dado). No tengo mucha idea de cuánto tiempo llevamos viajando. ¿Un año, dos, tres? No puedo saberlo. Es difícil llevar la cuenta, estar absolutamente seguro de que no has marcado un día por la mañana antes de marcarlo por la tarde, no volverse loco intentando recordar si ayer hiciste la marca. En este mundo, hoy por hoy, no hay fechas. Tampoco tendrían sentido. No hay fin de semana propiamente dicho. Estamos en constante estado de emergencia. No hay ningún modo de saber en qué día estamos porque todo se contabiliza de modo relativo: «trabajas a las 18:00 en dos ciclos». En dos periodos de 24 horas. Seguro que alguien lleva la cuenta de todos los ciclos-días, pero yo no conozco a nadie que lo haga, o que diga hacerlo. No sé si alguien está tan cuerdo como para llevar la cuenta sin meses, sin estaciones, sin años. Sin calendarios.

No sabemos cómo están las cosas en la Tierra, pero seguro que el consejo lo sabe. Los cálculos fueron muy claros, desde luego, saben cuánto tiempo tenemos (o teníamos) antes de encontrar el punto de no retorno, a partir del cual el combustible para frenarnos y dar la vuelta y volvernos a lanzar, conservando la suficiente energía para entrar en la órbita de la Tierra al llegar, sería insuficiente, condenándonos a fundirnos en el Sol como una diminuta gota de lluvia en el océano Pacífico. Con un insignificante plof. Es curioso, el universo está lleno de soles, pero sólo uno de ellos es el Sol. Nos hemos llevado todos los recuerdos con nosotros, toda la nostalgia, un sistema entero de organización mental que ahora ha perdido los referentes.

Estamos vivos. Vivimos en cuevas sin ventanas de cables colgantes, no tenemos ni idea de si queda alguien respirando en casa o de si hemos traspasado el punto de no-retorno, pero estamos vivos. Eso tiene que ser suficiente para mantenernos activos. Porque si te apagas recibirás la descarga sináptica. Y si no reaccionas como debes terminarás en un curso de rehabilitación, y eso es peor que la muerte. O eso me parece. Porque uno tiene pocas cosas aquí dentro. Y la que más he tendido a valorar es mi propia cabeza. No tengo ni idea de por qué. Pero así es.

Salgo de la ducha cuando el aire termina de secarme y abro la puerta para rodearme de cuerpos desnudos empezando su jornada, que es la mía. Hay otras. Y salgo por el pasillo tras vestirme y voy a mi unidad, a mi panel, a vigilar las luces que se apagan para apretar un botón justo después que vuelva a encenderlas.

6.

Dos horas después me llaman a la sala de orden. Me entero porque alguien viene a reemplazarme y me lo dice. Un panel no puede dejarse solo nunca. Espero no haber hecho nada mal, no haber llamado la atención de ningún modo. Pero nadie puede vigilarse tanto, porque nadie sale nunca de su propia cabeza. A la gente que coloca cortinas en las paredes no le parece mal. No le parece que esté haciendo nada raro, simplemente siente la necesidad de hacerlo y lo hace. Puedes obligarte a poner música clásica en tu habitación, pero quizá en algún momento tu cabeza se tuerza y decidas que no está mal poner un poco de rock, porque te apetece escucharlo. Entonces has perdido el norte, y ya no puedes vigilarte. Crees que lo estás haciendo, pero lógicamente de una contradicción se sigue cualquier cosa y, de hecho, lo hace.

¿He hecho algo últimamente que no encaje?

Repaso.

¿Cómo puedo saberlo? Si he hecho algo así, automáticamente será normal para mí. La incongruencia sólo la verán los demás. No somos buenos vigilantes de nosotros mismos. Somos los peores vigilantes de nosotros mismos. Me hubiera gustado llegar a algún acuerdo de ese tipo con alguien. Lo pensé en su momento. Decirle a alguien «eh, si ves que hago algo raro dímelo y explícamelo». Pero… ¿cómo saber que no es él el que ha perdido el norte? ¿Si él no se hubiera vuelto carne de rehab yo podría llegar a verlo? Para volverse loco. Del todo. Porque aquí estamos todos locos, pero en una especie de equilibrio. Un paso en falso y te abandonas al vacío. Comprendí que no me ayudaría en nada un vigilante. Y que yo no podría ayudarle a él en absoluto. Comprendí que un vigilante probablemente me haría perder el paso mucho más rápido. O yo a él.

Una locura. Los días sin semanas, sin meses, sin estaciones ni años. La eterna vigilancia inútil (si pierdes el camino ellos lo sabrán y no podrás disimularlo ni aunque fueras capaz de darte cuenta por ti mismo), la eterna búsqueda de control cuando lo controlado es el mismo agente que controla… en el fondo todo es cuestión de tiempo. Me gustaría no pensar en ello. No ayuda demasiado. Sin los referentes básicos todo es muy difícil.

No me gusta ir a la sala de orden, aunque nunca lo he hecho. No me va a gustar. Tengo la sensación de que eso va en contra de mi propia conservación. Me quedo mirando al rehab que me informa y no encuentro nada detrás de sus ojos, no tiene sentido preguntarle nada. Le pregunto su nombre, aún así. Me sonríe y me dice que se llama 1543-2 (¿qué está pensando un rehab cuando sonríe?). Está tan capacitado para mi trabajo como yo mismo. Si una luz se enciende le da al botón, eso puede hacerlo tan bien como yo. Los que no hemos ido a un curso de rehabilitación conservamos nuestros nombres entre nosotros, aunque se nos asignó un número al embarcar. Al fin y al cabo esto es un estado de excepción y el sistema de nombre y apellido es lingüísticamente incompleto. Pero los rehab sólo tienen el número. Nadie sabe cómo se codifican los cuatro primeros números, y por ello tampoco cuánta gente hay en la nave (el consejo lo sabe, pienso), pero todos sabemos lo que significa el 2 detrás del guión. Significa rehab. Yo soy 1984-1. Todavía lo soy. Al decirlo es: 1984, pausa, 1. Él es pausa 2. No he conocido a ningún pausa 3. Por lo que yo sé, nadie conoce a uno. Le cojo el hombro en un gesto inútil, a modo de saludo, y voy a la sala caminando despacio. Con la mente en blanco. Sea lo que sea, ya es, y no hay nada que yo pueda hacer al respecto.

7.

Walter Raga es un tipo con un más que evidente sobrepeso. Me pregunto cuánto debía pesar al entrar en la nave, porque con las raciones que recibimos aquí es imposible engordar, de hecho seguramente haya adelgazado tremendamente. Las raciones que nos dan mantienen el peso ideal, para eso están diseñadas. Un simple supervisor no podría engordar nunca aquí. Quizá por ahí arriba, muy arriba, hay gente engordando, pero yo no les he visto por los pasillos. Walter Raga me está hablando presumiblemente en inglés, pero yo le escucho en un español más que correcto. Antes de embarcar yo también hablaba inglés, y quizá pueda intentar hablar con él en su idioma, pero dará igual, los traductores intracraneales harán su función del mismo modo que si yo hablará en español. Cuando se pensó en la selección de la gente que iba a componer el viaje de salvación de la humanidad lo que menos se quería era una Torre de Babel en la que nadie se entendiera, así que se prestó especial atención al proyecto Traductor. Y el proyecto culminó en un dispositivo insertado bajo el cráneo que recoge todo lo que puedas escuchar, hace un puente entre el oído y tu cerebro cortando la transmisión original, traduce, y te devuelve el resultado en tu idioma natal, incluso cuando ya te están hablando en tu idioma natal. Un sistema perfecto, nos dijeron. Pero sólo tuvieron seis meses para hacerlo. Siempre me pregunto si estoy escuchando lo que el otro está diciendo. U otra cosa. Pero qué. Más paranoia. Es mejor no pensar.

—Saludos, 1984-1.
—Saludos para ti también, Walter.
—Prefiero que me llame por mi número asignado.
—No lo conozco, Walter, lo lamento.
—Es 0321-1, o trescientos veintiuno a secas, si lo prefiere.

Me mira detenidamente detrás de su escritorio de falsa madera, me mira insistentemente. Supongo que quiere llevarme al punto en el que confiese algo, pero yo no tengo nada que confesar, que yo sepa. Supongo que se lo han enseñado en alguna parte, en algún momento de su preparación como supervisor. Supongo que se cree capaz de generar la suficiente tensión como para que yo cuente lo que sé. Pero yo no sé nada. Y este silencio por su parte me hace pensar que él tampoco sabe nada. Los juicios sumariales no intentan sonsacar a nadie. Los juicios sumariales saben a dónde van antes incluso de empezar, y no escuchan razones. Hoy eres pausa 1, mañana eres pausa 2.

—Tenemos un informe un poco… confuso… de la rehab que estuvo ayer en su habitación. Parece ser que usted no puso el suficiente… ¿cómo decirlo?… empuje. Parece ser que no estuvo a la altura de lo que se esperaba…
—Eso es muy relativo, 321.
—Es posible… es posible… pero quiero que entienda que a mí me pone en una situación bastante complicada… si resulta que es cierto que alguien de mi departamento está bajando la guardia… quizá en algún momento alguien pueda pedirme explicaciones. ¿Lo entiende, verdad?
—Lo comprendo perfectamente, pero ayer me encontraba especialmente cansado. Y no esperaba la visita. Hice lo que pude, dadas las circunstancias.
—Ya… pero nadie lo espera, ¿no es así? No estamos aquí para discutir las decisiones del consejo.
—Desde luego que no. Estamos en estado de emergencia. Estamos aquí para cumplir.
—Eso mismo, 1984, eso mismo. Para cumplir.
—Pero di todo lo que pude, y estoy seguro de mi eyaculación.
—Oh, sobre eso no hay dudas, 1984, eyaculó. Nadie lo pone en duda. El asunto… es que a la rehab usted le pareció… ¿cómo decirlo?… distraído. Y yo no puedo evitar que el informe siga el camino que tiene que seguir. Le aseguro que no puedo hacer nada por evitarlo.
—No puedo afirmar saber de dónde un rehab saca sus conclusiones, pero puedo comentar que era difícil estar distraído delante de un cuerpo como ese…
—Oh, le comprendo, conozco personalmente a 0999. Por eso mismo el informe me pareció tan… extraño. Tan difícil de explicar. De justificar. Y entiendo que cualquier tribunal que lo examine se encontrará con las mismas dificultades.
—¿Puedo inferir que estoy en problemas por ello?
—Oh, no, 1984, nada más lejos de la realidad. Eso era simplemente curiosidad personal. Está aquí porque debo comunicarle que está relevado de mi departamento con carácter inmediato y permanente, y que debe presentarse ante el comandante inmediatamente.
—¿Inmediatamente?
—Así es.
—¿Entonces debo pensar que he sido retenido aquí más de lo necesario?
—No tan rápido, 1984 (pausa larga) 1, no tan rápido. No ha sido retenido. Simplemente ha sido requerido para contrastar información de un informe potencialmente perjudicial.
—Pues si esa función ha terminado, solicito permiso para irme.
—Lo tiene.
—Un placer, señor.

Y quién sabe dónde está el despacho del comandante. Ya preguntaría después. Pero tenía más información de la necesaria. Yo era importante para algo. Y eso siempre es una baza que merece la pena jugar. En un mundo como este, esa es la baza que no sueltas. Iría a ver al comandante. Por supuesto que iría. Por fin un as en la mano.

Aunque no tuviera ni idea de cuál era.

autodespedidas frustradas

Toc, toc.

Llamaban a la puerta. Es lo único desagradable de las puertas, si es que algo tienen, que no sólo sirven para entrar. También sirven para golpearlas esperando entrar. Como si la radiación residual de la vida que fluye no fuera suficiente dentro de los límites de mi estricto territorio como para no dejar huella en las vetas de madera de imitación que la surcan de arriba-abajo. Cosas de la vida en toda época. Y de la mía de cuando en cuando.

No llamaba nadie, por supuesto, era un acto reflejo, relacionado con mis últimos cambios de identidad en los internetes. Al final encontré un correo que me gustaba más que anticuario, y pese a estar muerto y enterrado no podía dejar de joderle abandonar el protagonismo que siempre ha tenido. Me hubiera gustado darle un vinico, y como lo tenía se lo di. Dejé el ordenador y me senté conmigo mismo en el salón, encendí la tele y le quité el volumen. En silencio mucho mejor. Un acto reflejo puede tener una ingente cantidad de sed, pese a serlo. Llevo tanto tiempo en medio de esta despedida que no tengo muy claro cómo hacerla efectiva de una vez por todas. Pero es lo que tienen las despedidas que no se quieren del todo: que tardan. Pero tampoco se quieren evitar, así que tarde o temprano suceden. A eso vamos.

Ah… las despedidas…

Es mejor cuando tienes algo que hacer, porque entonces a la despedida le puedes asignar un tiempo: «tengo media hora para esto, disfruta el vino». El tipo me mira con el abandono de un condón en medio de la nada en el campo. Con esa cosa de «qué va a ser ahora de mí» que dificulta las cosas y las hace trabajosas. Con ese tipo de chantaje psicológico, no sé si lo explico bien. Abre un litro imaginario y le da un largo sorbo y me sigue mirando, como si pudiera resolver algo con eso. No tiene nada que decirme porque no tenemos ya nada que decirnos. Eso es todo. Es complicado de explicar pero eso es todo. Como no puedo hacer nada con él le cuento mis planes. Le digo que el finde estaré en Santander tocando con Surf & Sun. Asiente. Le digo que el finde siguiente estaré con Torroroso, que se acerca desde Barna para pasar un finde aquí en mitad de la nada. Asiente. Le digo que he vuelto a coger la guitarra y que parece que van saliendo cositas, que llevo casi 200 páginas de «El año que no follamos» y todavía no me parece que esté escribiendo una mala novela. Asiente. Le digo que tengo varios curretes en diseño web. Asiente. Le digo que empiezo mañana el Nanowrimo, y que aunque esta semana no voy a poder hacer mucho espero poder recuperarme la semana que viene. Asiente.

No tiene sentido hablar de nada, así que me callo.

Él se toma su cerveza, yo le pego duro al vino. Espero a que la media hora asignada se agote. Cuando llega el momento apaga el cigarro en un cenicero inexistente y me da un abrazo. Se lo devuelvo. Le acompaño a la puerta, que además permite que las cosas salgan de este multiverso personal. Me mira en el dintel, pero ni siquiera entonces tiene algo que decirme, y se da media vuelta hacia el ascensor. Al final le cojo y le abro el sofá-cama y le digo que se quedé ahí un tiempo, lo que necesite. Cierro la puerta, escribo esto y vuelvo a preparar las canciones del sábado.

Quién sabe. Llevo un tiempo viviendo, y hay cosas que se quedan como sacos adosados a mis costados. Nunca comprendo muy bien por qué no me deshago de ellas. Pero tampoco por qué debería hacerlo. Al final lo único que sigue sucediendo siempre es la vida. Eso no hay manera deseable de evitarlo. Lo demás es elección nuestra.