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sabor sospechoso a pizza

Qué complicado es odiar el mundo cuando te pone delante una cervecica fría, una tarde soleada, un par de paquetes de Chester y tiempo. Tiempo hasta para perderlo (ahora que anochece tarde). Y cuando estás empezando a detestarle un poquito hace «chas» y te pone delante otra cervecica fría. Qué hijo de puta. Así es imposible. Es un cabrón.

Y es que este es de esos días en los que todo va saliendo meridianamente bien. Consigo hablar con la nueva casera y es un cielo, en la naraja telefónica rectifican y me devuelven mis promoción bestia del 50% de descuento de por vida, en el curro se avanza y tengo la idea definida de un capítulo nuevo de esa novela que más que escribir estoy rectificando siempre, El año que no follamos (aunque más del 90% de las entradas ya están desechadas, alea iacta est).

El otro día compramos una especie de patatas en mercadoña y en la bolsa ponía «sabor a pizza». María las probó y al ver que efectivamente sabían a pizza sólo dijo: sospechoso. Y yo le pregunté ¿sospechoso qué? Y me respondió: te la metes en la boca y no esperas que sepa a pizza, eso es sospechoso y por eso ésto es sospechoso.

Eso mismo me pasa ahora con la vida. Que no esperaba que pudiera saber a pizza. No sé si me explico.

Que no sé, que podía haber hecho un redoble o algo. Porque si no no me entero. Estoy esperando los mismos golpes bajos de siempre, tú sabes, esas mierdas que te regala la vida que te cogen despeinado y sin lavarte los dientes y te meten en medio de algo chungo, y en vez de eso tengo pajaritos en la ventana, un sol que calienta sin quemar, la cerveza que sigue fría y un cigarrín que sabe a gloria sin rastro de disnea, ando rasgueando la guitarra y no desafina nunca y al ponerme a escribir el folio en blanco ni es enemigo ni nada. Y me pregunto haciendo revisión si no será que en algún momento cogí la pastilla azul y no me he dado ni cuenta, o si al hacerlo borré el recuerdo de haberla elegido, o alguna imbecilidad semejante.

Ya, imbecilidad.

Pero me lo pregunto.

No es una cuestión de si la vida puede o no puede ser una cosa que contenga en sí felicidad de algún modo, aunque sea remoto (eso no voy a entrar a discutirlo ahora), sino de pervertir la costumbre. Mi vida ha sido feliz porque soy un tremendo recalcitrante en la artesanía de sacar flores de la mierda, y no porque de hecho lo haya sido sin desbastarla, sin ese edificante, duro y revelador proceso de orfebrería.

Y ahora, encontrando la felicidad en bruto, sin esfuerzo, sin tener que roturar las horas pasadas, me pregunto lo de la pastilla azul (que es una imbecilidad pero de hecho me lo sigo preguntando), y me sigue pareciendo sospechoso que todo esto siga sabiendo a pizza contraviniendo la costumbre, que termina siendo ley a fuerza de no dejar de suceder nunca.

Y, de hecho, cuando deja de suceder lo hace con esta sensación fría tangible de temporalidad, de escorzo puntual, de estado de excepción, de ley marcial. Por eso decía lo del redoble necesario, que vendría a ser en una cabeza acostumbrada a procesar las cosas, para mostrar a la luz de la mena el mineral, como un golpe de estado, una revolución, un cambio pautado. Una secuencia del cambio.

Mientras tanto la tarde sigue sucediendo entre cervezas y acordes como un oasis sin tutelar del que nadie sabe ni cómo ni hasta cuándo. Pero sigue sucediendo.

Qué extraño, amigos, qué extraño.

norwegian wood

Estoy sentado con el mac en la cama. A veinte centímetros del colchón tengo abierta la puerta de la terraza, y el silencio es sobrecogedor, lo que me produce un ligero síndrome de Stendhal. Miro por la puerta y el cielo encapotado no me deja ver las estrellas, pero aunque importa no lo hace demasiado, porque aunque ahora no veo estrellas tumbado en la cama sé que lo haré tarde o temprano. Eso es una diferencia remarcable.

Esta mañana cogí el coche para ir a limpiar a mi casi ex-casa ya, pero al llegar no tenía ninguna gana de estar allí solo, así que me fui a casa de mi madre para desayunar e ir los dos juntos. Nada que merezca la pena anotar, porque gracias a tener tanto trabajo no pude pensar ni un sólo momento en la despedida del lugar físico. Me lancé a por la cocina como un poseso y en una horita había cambiado y se había transformado en un lugar limpio. Vino María y se lanzó a por las ventanas. Estuve mirando todo lo posible para aprender a limpiar y aprendí bastante sobre el modo correcto de hacer las cosas. Después de un rato nos fuimos a comer a casa de mi madre. Después de comer reventé un poco e intenté echarme la siesta, pero no hubo mucha suerte. A las cinco había quedado con el casero para el tema de las llaves y la fianza.

No quiero decir mucho sobre eso. Pensar en cierto tipo de ruindeces me entristece y me hace retornar al odio generalizado al mundo, pero es un sitio en el que he estado mucho tiempo y, la verdad, ya aburre bastante. Al final creo que todo irá bien, pero podía haberme ahorrado el mal rato de sentir una vez más la injusticia clavándose en mi espalda con saña. Estoy empezando a hartarme seriamente de tener que ir a todas partes a rodillazos y codazos.

Después he estado con Solano y la Mary un par de cafés y me he pasado por el Opencor a comprar comida para el festivo y Vichí. Acababa de empezar el atardecer y he ido a buscar un libro al que hincarle el diente desde la terraza con un jamoncito y un buen vino. El libro que encontré fue Tokio Blues, de Murakami, y al final me lo he leído del tirón. Acabo de terminarlo. Paré sólo para comerme un tomate y un huevo cocido y para deglutir el Vichí. Ese libro lo compré en 2007 (suelo anotarlo siempre en la primera página, fecha y situación), en el Fnac, haciendo tiempo para la cena de despedida de María Jesús Paredes de CC.OO. Hacía una temporada que había salido en Público por un patrimonio excesivamente alto… y un poco después decidió dejar el sindicato para «dedicarse a otras cosas». A vivir, supongo, que son dos días. No creo que muy bien, porque después la he visto como tertuliana en programas de televisiones de ideología unida con velcro a la derecha. La gente no cambia, pero los bolsillos supongo que sí cambian de lado.

Es un libro que compré porque me lo habían recomendado. Koldo incluso me lo prestó un tiempo en el que no fui capaz ni de mirar la portada. No sé, de esas cosas a las que coges manía sin saber por qué y sin tener ni idea de lo que son. Hasta hoy. No sé muy bien qué pensar de él. Sólo sé que me ha dejado sobrecogido (quizá el silencio) y sin gota de sueño. También ayuda que aunque mi cama sigue siendo mi cama no está en el mismo sitio, y aún no termino de dejar de sentirme aquí como en un hotel de paso, y no quiero hacer mucho ruido porque no sé dónde están los vecinos y aún no les conozco, y por eso mismo ésta que es mi casa no lo es del todo y no puedo negar que me siento un poco desubicado.

Y el libro es tremendo. Eso es cierto. El libro no lo sé aún, pero la historia es tremenda. Algo a tener en cuenta.

Estoy sentado con el mac en la cama, a veinte centímetros la puerta-ventana, al pasar el dintel la terraza, arriba las estrellas, tras las nubes que encapotan el cielo. Encendí velas en la calle que se han apagado por la lluvia, todo precioso, lúcido y sólo un poco distante por que aún no me he hecho a la idea.

De todos modos, algo dentro de mí sigue pensando que si no escucho a un vecino o pasa un coche o alguien borracho pega un berrido en la calle antes de terminar el post pueden pasar dos cosas. La primera es que me vuelva loco por la falta de costumbre. La segunda es que me duerma como un bendito. Creo que, después de un cigarrín, por hoy me voy a quedar con la segunda, cerrando la ventana porque hace fresquete. Apagando la luz. Mirando la noche suceder tranquilamente a su ritmo. Cogiendo el aire despacio para luego soltarlo mientras me voy durmiendo.

Por cierto, hoy este museo cumple ocho añitos y 1651 entradas. Y justo ayer oficialmente abandoné mi viejo museo de una vez y para siempre.

Un comienzo limpio, sin golpes bajos, sin cortes mal dados.

un pixel muerto no es un pixel, es un muerto

Bueno, y después de más de doce horas de movimiento, tras montar mi cama y el escritorio doy por finalizada la reestructuración por hoy. Por hoy, tendré toda la semana de lío. Aquí estoy. En otro sitio. Es raro. Es terriblemente raro. Es casi horriblemente raro.

Todo ha empezado raro. Cisneros, Zentuario, Hare, Merayo y Nano estaban jeringando en el museo, quitando el cerco de la puerta del baño para poder sacar la puerta, para poder sacar la lavadora, y al meter el destornillador han caído un par de cucarachas. Grandioso movimiento. El universo conspiraba para que no me fuera, o algo parecido. O soy un guarro sin más. Casi me decanto por lo último… aunque eso requiere una explicación con más profundidad, pero otro día.

Aquí estoy, en un nuevo sitio, fumando el último cigarro y apurando el litrín de cerveza. Con el dormitorio preparado, y el resto de la casa empantanada. Como no tengo fuerzas para sacar las últimas consecuencias haré un relato somero de lo que recuerdo a estas alturas, con la cabeza medio ida. Hare con la furgo, llegando, lo de las cucarachas, de repente aún quedan demasiadas cosas por llevarse y todo es un desastre, entro en barrena y empiezo a dejarme llevar por las opiniones de los que están más lúcidos, que por supuesto son todos. Llega David. Seguimos ramplando con cosas, llegando la Harefurgo. Primer viaje. Nos quedamos intentando poner orden y nos lanzamos a por las tortillas de mi madre con pan del chino y una cervecica o dos, y una coca-cola de a 2 litros que está ahora en mi nevera, sin abrir siquiera. Llegan con la furgo again y la volvemos a llenar, llenamos los coches también y nos vamos todos, Merayo suelta gracias todo el tiempo y nos cuesta currar, porque el muy cabrón tiene el día y no hacemos más que escojonarnos. Nos vamos todos y dejamos a mi madre limpiando (sic, pfff), subimos las cosas a casa y Hare tiene que largarse, estamos todos tan empantanados que casi ni nos damos cuenta y la despedida es indudablemente corta. Se une el esclavo con su furgo y volvemos a casa despidiendo del mismo modo a Cisneros y David, llegamos a Alcobendas y metemos la costilla de adán (enooooorme) entre el somier, la bici y un par de estanterías y nuevo viaje, mi madre agotada pide tiempo y se va a su casa, llegamos y hacemos unas tarradellas en un horno lleno de mierda, Merayo sigue a lo suyo y nos destroza los abdominales de tanto reír (espero que sirva para bajar algo de peso), el esclavo se despide, y también Ali (a la que debo el inmenso y tremendo honor de haberme enviado el enlace del nuevo museo, y que me acompañó en la visita, y que ha sido apoyo constante en esta indecisión mía que es lo que menos necesito y lo que más tengo, ainst). Volvemos Merayo y yo a Alcobendas con la intención de limpiar, pero no consigue que alguien le acerque al ensayo, así que le llevo yo a Barajas y ya allí me pregunto si quiero volver a la ex-casa o me largo a la nueva y hago algo, así que vuelvo a Ajalvir y le digo adiós a la noche en casa de Nano y me pongo a vaciar el dormitorio para hacer sitio y a montar la cama y el escritorio y abro una cerveza y enciendo un cigarro y me extraño de todo y así y en esa situación estoy ahora mismo. En este momento.

Y Nano me ha hecho un jardín tropical fuera, y Zentu me ha colocado todos los tornillos con precinto en las zonas más adecuadas, y David tiene un maletero enorme y ha cabido el sillón, y Hare ha manchado las cortinas de la furgo recién lavadas, y Ali ha esperado horas al segundo viaje, y mi madre casi se rompe de tanta vergüenza de ver la casa de su hijo llena de… mugre, y Merayo nos ha desternillado a todos, y el esclavo no ha ido a jugar el partido de fútbol al que tenía que ir, y Cisneros ha puesto un conocimiento cabal en todo, y… yo he estado tan descolocado por el tamaño de lo que yo preveía fácil que no he podido hacer más que sonreír y dejarme llevar y hacer lo que me decían todo el tiempo.

Y estoy triste por irme de mi casa de los últimos once años, y agradecido por todas las manos que se han preocupado por mí y han estado para ayudarme, y contento porque el nuevo museo es un diez para un perdedor como yo, y de repente me acuerdo de Israel en la Facultad de Filosofía (al que llamábamos el Búho), y de ese gran poema del que no recuerdo nada más que la frase «un árbol muerto no es un árbol, es un muerto», y de mi cámara de fotos que tiene un pixel muerto, y de que tiene y tenía toda la razón cuando afirmaba en el poema que la muerte nos identifica en el olvido, que es un eufemismo de la nada absoluta, por supuesto. Y pienso sin embargo que mi cámara sigue haciendo buenas fotos pese a su pixel difunto, y que pese a tener que morirnos algún día lo importante es lo que vivimos y somos, y que todo esto es tan grande y tan enorme que no hay resultado final que lo disuelva y le reste ni un ápice de importancia.

Y con eso, con ese recuerdo sin tino y con la sensación de que la vida esconde mucho más de lo que muestra, acabo este post y me voy a la cama que no es nueva pero lo parece y que, por algún motivo que no recuerdo, en la pata derecha del cabecero tiene un 76 escrito en lápiz con mi puño y letra de cuyo motivo no tengo ni la más remota o pajolera idea.

Menudas cosas estas.

Y entonces, al tumbarme, miro por la ventana y veo la enooorme terraza, esa quinta dimensión a la que todavía no estoy acostumbrado y que raramente recuerdo, y pienso que la vida es un lugar precioso porque allí tengo un jardín y tendré un huerto y una mesa y sillas de madera convenientemente barnizadas, y vuelvo a pensar en el pixel y en al árbol e infiero que, pese a ser una gran verdad que un árbol y un pixel muertos no son más que dos muertos, entre tanto son una cosa maravillosa que visionas un segundo y se te escapan al siguiente y que consumen y subsumen la enorme maravilla de estar vivo y en el mundo. Y entonces me levanto, edito el post para escribir este último párrafo y siento con la piel de gallina esta última epifanía de los muertos que son muertos y los vivos que envilecen definitivamente la muerte existiendo.

Qué maravilla. Me caen lágrimas de agradecimiento que rebotan en mi barriga y reflejan el mundo hacia arriba. Lágrimas que son restos que no quiero reciclar de este día tremendo que es y será un tocón en mi vida. Gracias, de nuevo, a todos los que habéis querido ser parte de él. Y lo dejo ya porque sigo pensando que el mundo y la vida son una pútrida mentira y una asquerosa mierda inmunda y tanto buenrollismo me está atascando el sistema circulatorio mucho más que la panceta, la cerveza, el tabaco y las cosas yendo y viniendo en esta sinergia autodestructiva de la que estoy tan asqueado como orgulloso, tan hastiado como enganchado.