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el pino-puente racional

En un momento un tipo con voz de cura ha empezado a hablar. Era un cura. Decía cosas de cura. Leía cosas acerca de la muerte. Yo, por inercia, me he levantado y he mirado al suelo en silencio. Las formas culturales son persistentes y ofrecen resistencia a desaparecer. Sobre todo por el hecho social: si yo me quedo sentado leyendo el periódico, todo el mundo dirá que me porté como un imbécil en el funeral de mi abuela. No es que me importe demasiado hacer el imbécil… bueno, pero esa es otra historia. A donde voy es a que si yo me quedo sentado cometo una falta de respeto contra los demás. Es decir, si simplemente respeto sus costumbres y no participo en ellas para ellos mi conducta sera reprobable. No sólo debes respetar, sino participar en/de ellas. No tiene sentido alguno, excepto desde el prisma lechoso y catarático del clan: en el clan la única regla viable es «mal de muchos…», y bienes, ojo, pero siempre de muchos. Cien millones de tontos no pueden estar equivocados.

Ahí está la trampa, ahí y en que todos somos regularmente educados y a veces hacemos cosas para no llamar la atención. El hombre ha dicho tres simplezas que me han dejado catatónico y al borde de la deshidratación y luego: Dios conforta, Dios en su seno, Dios amor y bla, bla, bla. Respeto los rituales: ya digo que me he levantado, he mirado al suelo y he permanecido en silencio. Pero eso no obsta mi opinión. Humano, demasiado humano, decía el otro, y con más razón que un santo. Precisamente con mucha más razón que un santo.

Pero ¿qué clase de ser es el ser del pasado? si no hubiera hombres sobre la tierra que puedan recordarlo y nuestro planeta dejara de existir, nosotros no podemos decir que esta conversación nuestra no haya tenido lugar. Debemos pensar en una conciencia absoluta en la que todo lo que sucede es conservado. A esta conciencia, la llamamos Dios.

Robert Spaemann, filósofo, entrevistado por Avvenire, traducido y publicado en Alfa y Omega. Negrita mía.

Es decir, Dios como un gran almacén garante de la existencia de lo que ha existido, una suerte de enorme disco duro. ¿Algo puede sonar un poco más a grito de niño pequeño pidiendo algún tipo de eternidad, lastimeramente, rebozándose por el suelo entre lágrimas? Nos inventamos un Dios muy a nuestra medida, uno que nos traiga las piruletas que nos apetecen. Y luego le damos boato. Pero sigue siendo nuestra propia cara con un vestido ¿conceptual? caro.

La muerte sobrecoge, y supongo que es necesario aferrarse a algo. Hoy me he hecho acólito de Cronopios y famas, que llevaba por casualidad encima. Y me ha consolado, bien que lo ha hecho. Mis religiones son pasajeras y se renuevan constantemente, así me mantengo ilusionado y evito el control ferreo de cualquiera de las otras más comunes.

Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia […]

Julio Cortázar. Historias de Cronopios y Famas.

ley de vida, o algo así

Nada suele tener mucho sentido. Pero a veces la vida se retuerce sobre sí misma y tiene menos todavía. Atención: eso es lo que llaman «ley de vida». «Es ley de vida», dicen. Se miran compungidos y levantan los hombros. Levantan los hombros y ahora miran a otra parte, confundidos, nerviosos y afligidos. Nadie busca los ojos, todos buscan el suelo o el horizonte. Porque la frase no termina de ser convincente y aunque parece que cubre un poco no deja de sonar hueca, así que la dejan salir lentamente mientras la aferran fuertemente entre los dientes, como si no pudieran confiar en ella después de todo y temieran un poco que salga. Porque no pueden confiar en ella del todo. Porque aunque en cierto modo reconforta, en cierto otro te deja frío.

No podía ser de otro modo. Nunca tuvo sentido la vida fuera del paréntesis. Lo tuvo todo dentro. En cuanto dejó de ser lo perdió. Esa extrañeza del todo perdido, ese desarraigo, es lo que asusta y pone nervioso, confunde, aflige. No hay frase que reconforte lo suficiente. No puede haberla. Todo es un remedo, un intento de normalizar lo inconmensurable.

Nos vemos, abuela Asunción. Estés donde estés, siempre habrá chocolate cuando llegue. Eso es un hecho y lo demás son soplapolleces.

escribir, wow, cambiar, viento

Parece que vuelve el sol, y con él las ganas de ir escribiendo un poco más. De ir viviendo un poco más en general, supongo. De soltar amarras y buscar la derrota, soltar lastre. Emigrar.

Debo escribir con cuidado, el excesivo contacto que últimamente he tenido con el chat del Wow hace que tenga que corregir faltas de ortografía cada dos o tres letras. Un acentito aquí, una b por una v… una h que no se vió… somos lo que vemos, y a qué velocidad nos transformamos…

Lo cual a veces se nos olvida.

Nos transformamos con facilidad cuando la situación lo requiere.

Somos cambiantes.

Nos es fácil cambiar.

Al menos, a nuestro inconsciente le es fácil. Con el consciente hay que librar otras batallas. Pero quiero recordar que cambiar es algo ligero, y que es mejor migrar que languidecer en un cenicero viendo pasar los días como si fueran algo inevitable, agostado y dolorosamente lento. De momento eché mi anecdotario-curriculum al lugar que me recomendó mi hermana Carol (que ahora mismo estará examinándose del práctico del carnet de conducir, ¡suerte con esos imbéciles!), y esperaré a ver por dónde va saliendo el sol y poniéndose el viento.