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and I hope

No, no, me niego. La vida no es tan triste como parece, y es mucho más vida de lo que parece. Así van las cosas, y por ahí aparecen. Me gustaría haber hecho un agujero más grande que mi cuerpo para que en mi tumba quepas tú también, porque es el lugar en el que ambos estaremos mientras el mundo no deje de ser mundo y esté esperando un mundo nuevo. Mi tumba es el lugar donde quiero besarte cuando no quede nada y estemos esperando un lugar en el que haya algo.

Un segundo.

Ahora recuerdo.

Yo estaba esperando por un segundo, mientras abría un vino.

Un puto segundo. Sólo quería estar solo.

Joder, déjadme un maldito segundo, en el que abro un vino.

Te estuve esperando mientras aún me quedaron fuerzas, eso debes creerlo.

Eso me lo tienes que conceder.

Entonces vino él. Mi casa estaba abierta como siempre ha estado, eso debes concedérmelo. Mi casa siempre ha estado abierta. Mi casa siempre ha sido el lugar donde me encuentras si me buscas, si tienes algo que decirme puedes hacerlo en casa. Él vino con esa tía que no le convencía demasiado.

Te estuve esperando mientras aún no me moría de tristeza. Después fue otra cosa.

Porque después me moría jodidamente de tristeza. Me estaba muriendo, love, me estaba muriendo. Sin metáforas, con todas las cargas de profundidad. Amor, estaba jodidamente solo y deseaba estar jodidamente muerto. Lo siento, pero sin ti pasan ese tipo de cosas.

Constantemente.

Pero mientras tanto, mientras no estuve tan jodido, no hubo modo, eso tienes que concedérmelo.

Él vino a casa porque quería quitarse a esa tía de encima, eso está claro. Y me pidió que tocara algunas canciones de cuando aún tocaba. Sabía lo que estaba haciendo, eso no puedo negarlo. El tipo sabía lo que estaba haciendo. Sabía cómo quitarse a una tipa de encima. Y sabía que si yo tocaba, si yo me jodia y reventaba por ahí y me destrozaba recordando… si yo tocaba, como digo, la tipa se quedaría prendada de mí como el viento del agujero donde resopla.

Y así fué.

Y el tipo se fue.

Y me dejó la tipa dentro.

El tipo se fué inventándose una llamada. Delante de ella me pidió permiso para irse. A ella le dijo que era inevitable irse.

Que era inevitable, como suena.

Suena tremendamente mal, pero ya había pasado el segundo. Ese segundo en el que ella no quería estar donde estaba.

El tipo se largó y yo ya tenía la guitarra en las manos.

Y seguí tocando, por supuesto, porque la herida ya supuraba por derecho propio. La herida supuraba incontenible.

(Nunca toco tus canciones y es precisamente por lo mismo, porque son sangre que en sangre convierten lo que tocan, que sangre perpetran en lo que sangran).

Después de un tiempo breve, antes de que se acabara el vino, encendimos las velas.

Fuiste a mear.

Me quedé esperando, con la guitarra entre las manos.

Volviste.

Con el corazón en tus manos.

Te dije: «sólo puedo darte todo este desastre».

Me dijiste: «no esta mal para ser un desastre».

Te abrí el coño con los dedos y metí mi lengua dentró. Afuera, en otro plano, las velas remoloneaban en el aire que no dejaba de ser viento.

La noche, el invierno, la soledad, el fuego, la furia, el destino, el dolor, el vacío quedaron fuera.

Lejanamente fuera.

Entre toda la mierda estábamos nosotros.
Chupándonos enteros.

Mientras tanto, de algún retorcido, asqueroso, enfermizo y desquiciante modo, mi amor, my love, seguía echándote terriblemente de menos.

Eso era lo único cierto.

Lo único real.

Lo único por lo que sigo sintiendo que te odio con locura, hasta el fin de todo lo que existe. Dentro de ese mundo que
tu ausencia
me regala
constantemente.

Como si otros domingos fueran posibles,
como si este domingo no fuera el único posible.

Como si pudiera llegar a otra parte.
Como si fuera posible.

Te abrí la puerta, y te despediste.
«Nos vemos la semana que viene»

Nos vemos.

el círculo de la borrachera

Estábamos borrachos, eso lo recuerdo.

Entre toda la confusión que había, recuerdo que estábamos borrachos.

Yo iba allí de gordo, de sobrepeso. Iba allí de sobrante: de sobrecargo. No tenía ninguna importancia. Estaba de más. Sobraba.

Eso era lo que tenía claro.

Todas las mujeres que compartieron mi vida me han dicho lo mismo. Que estaba gordo. Todas me han hecho mucho daño con eso. Ninguna me ha ayudado lo más mínimo con ello. Todas me hirieron con ello.

Excepto ella. Estábamos, cómo no, en el cool. Y ella estaba allí, buscando algo. Looking for something.

Estuvo en un recital de poesía que di una vez, antes de volverme descreído.

Y gracias a ello fue sencillo.

Un par de frases de «¿eres?», «soy», «estupendo», «ok, un par de cervezas».

Me cogió de la mano y el brazo fue su brazo y me dió un beso en la mejilla y lo siguiente que recuerdo es estar en mi cama con ella a la derecha.

Allí.

A la mañana siguiente, el sábado pasado, me preguntó cómo escribía mis poemas.

Le respondí: «borracho».

Me dijo lo que siempre me han dicho: «eres una parodia de ti mismo».

Claro. (No tengo nada mejor que hacer, entre dientes).

Nos fuimos a comer unos bocadillos. Empezaba a llover. Nos guarecimos bajo una terraza. Me dió un beso con sabor a tierra y a panceta.

Volvimos a casa.

Nos guarecimos.

Después la acompañé afuera. Lejos. Le di un beso que fue devuelto.

Me dijo: «haz un poema de esto».

Le dije que no podía.

Y me respondió:

«entonces, nos vemos».

Nos veremos, y será así, porque está escrito.

Me masturbé con ella cuando ya no pude ver. Cuando la distancia fue la única presencia. Cuando todo lo demás se volvió arena.

comunicación

Te pedí
un segundo
para mirar a otra parte.

A mi alrededor cerraron la calle
con precintos amarillos.
Mandaron a la gente a casa,
dijeron que no había nada que ver allí.

«¡Circulen, vamos, circulen!»

Terminaste el café y te fuiste,
esquivando el cerco.

Yo me quedé.
Observando el infinito,
rompiendo las tarjetas de crédito,
sabiendo que iba a echarte
jodidamente
de menos
de nuevo.