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TIAI

Salir, beber… dar una vuelta, acercarse al parque. Tocar un rato. Sonreír. Terminar un trabajo y aborrecerlo. Entender que nada es tan complicado como para perder el sueño.

Acoger un seno en confianza, sin ambages. Sin torturas, sin silencios mañana.

Todas las veces que he buscado la luna la he encontrado ya después, de día, en otra parte. Lo cual es un tremendo problema, porque te hace desconfiar de tus instintos y preguntarte en qué esquina te has detenido para encenderte el cigarro protegido del viento. Te hace preguntarte ese tipo de cosas.

Y ese tipo de cosas te andan enredando cada día y cada noche sin sueño que das vueltas en la cama destripándote con dudas, como dónde está ese seno en confianza, ese que no necesita silencios mañana ni torturas. Ese que no depende de las circunstancias más favorables o de tu calzoncillo de la suerte o de ese brillo especial que tienes en la mirada cuando sufres una alergia leve, que te hace irresistible. Ese tipo de brillo medio triste medio alegre medio enfermizo medio saludable medio retráctil medio fumable que consigue que tu mirada adquiera la profundidad que casi nunca tiene y que, te han dicho, sí que es irresistible.

Dando tumbos.

Feliz dando tumbos. Al final, si la felicidad está en la antesala de la felicidad como dice Punset, resulta que ya me he leído todas las revistas aquí y he desmenuzado todos los cuadros y he fumado todo el tabaco que tenía encima. Me conozco todos los picos del gotelé de la pared y les he puesto nombre, por supuesto. Llevo aquí desde que recuerdo y, aunque no es un mal sitio, quizá no vendría mal salir un rato a coger el aire y beber y acercarse al parque a tocar un rato. No sé ni lo que digo,

en esta esquina protegida del viento en la que intento encenderme el último cigarro arrugado mientras pienso en dónde estará el estanco más cercano donde comprar veinte reflexiones recoletas pero bravas más. Como comprar un aplazamiento. Un leve descanso.

Porque lo que he terminado comprendiendo es que la vida es conspicua, concupiscente y ferozmente injusta. Y uno puede intentar no cometer su ración de injusticias pero siempre suceden. Escojas lo que escojas, siempre estás siendo injusto con alguien. Siempre jodes a alguien aunque no quieras, y si no le jodes ahora ya lo harás mañana. Lo llamo «Teoría de la Injusticia Apodíctica e Ineluctable» (TIAI).

Recuerdo cómo se reía Hare cuando le decía «ahora que me repite todo, soy libre para comer lo que quiera», y la indefensión aprendida, que es el corolario de mi teoría TIAI, es precisamente a donde te lleva, te acerca a ese tipo de libertad. A una esquina protegida del viento mientras buscas el estanco mientras llega ese seno sin resaca que mañana no te mirará mal ni nada de nada de nada.

el viaje a la locura siempre es íntimo, y si no ni viaje ni locura

Y llegué a casa pedo perdido, llorando por las esquinas ahí donde había esquinas donde llorar, porque así es como se supone que deben dirimirse estas cosas, así es como me siento vivo y no me jodas con tus mierdas que las mías son igualmente jodidas pero YO NO TE DIGO NADA SOBRE ESO, y todo ello supone un respeto que no alcanzarás ni aunque vivas cien vidas y cien veces en cada uno de tus supongo asquerosos y vacíos días me pidas permiso. Y pedó perdido no cojí el coche y pedo perdido me arrastré hasta la puerta de mi casa y pedo perdido me pregunté dónde estaba yo en medio de todo este camino. No es relevante preguntarle nadas al olvido. Y pedo perdido abrí la puerta del portal, y la de casa, y me senté aquí que es donde debería estar la mayor parte del tiempo y me tomé un tiempo y me senté al fresco de este tiempo extraño con la ventana abierta y me dije: Eh, tú. Sí, tú. Qué tal.

Dónde te habías metido.

—pieza de este engranaje que no deja de engranar—

Eh, tío, no me jodas. Estuve haciéndolo todo por ti. Curré lo que pude para asegurarte un sueldo. No me jodas ahora con que no he cogido lo suficiente la guitarra, con que no he escrito lo que tú querías. Estaba allí metido, viendo pasar las horas. Estaba bien jodido, lo sabes. Tan bien jodido que no pude hacer todas esas cosas que ahora me recriminas.

El coche suena, se está rompiendo. Lo sé, y me destroza. Me revienta.

No estuve lejos, sólo a unas vacaciones de distancia.

Lo sabes.

Bien que lo sabes.

No sé si te perdono, tú.

No sé si yo podría hacerlo.

Estuve haciendo la comida, limpiando el baño, fregando el parquet.

Estuve donde tú no querías estar.

No me jodas.

Sólo son unas vacaciones, y sólo por eso no puedes echarme nada en cara.

Puedo.

Pero no debes.

Porque todo esto lo hice por ti.

Qué triste, amigo.

Llegará un día en el que seremos lo que somos. Pero eso no será hoy.

Hoy estamos borrachos.

Es lo que hay, es lo que queda. Es el camino más directo para buscarse en lo que no se da.

Joder. Joder.

Ahí queda.

Lo siento, siempre te he querido.

Yo tampoco. Yo también.

Te he echado de menos. No te vayas nunca.

Lo haré. Y así es, porque está escrito.

Joder.

La ventana abierta, el silencio de la calle, el abrigo del olvido, el corazón del alma que no está en ningún sitio, el pequeño lucero de un brillo esquinado obliterado dentro del ombligo. El dolor en la boca del estómago, la dilatación del esfínter, el pequeño dedo anular mirando un cielo imposible mientras recuenta las bajas. Los besos que no di frente a los que sigo sin dar, las gracias que no di frente a las que sigo sin dar, el daño circular de dejarme a un lado mientras todo lo hago para no terminar debajo de un puente, abrasado, viendo el pasado llegar y el futuro alejarse hacia ninguna parte… Todo eso es lo que somos, amigo.

Lo hago por ti. Nos vemos pronto.

El año que viene, el año que vendrá.

—o nunca más—

O nunca más.

O nunca más.

siempre en kombate

He conseguido llegar hasta aquí. Muchas gracias a los que me echaron una mano. Muchos lo siento a los que me pusieron un pie. Y besos y abrazos para todos.

Lo jodido de la gente, en general, es que dan las cosas por hecho. Piensan que se lo merecen todo, y que por eso tienen derecho a todo. Nada más cierto, no mereces nada. Cada cosa que te llega es un regalo, y como tal tienes que verlo.

Llevo diez años viviendo solo (más bien pagando el alquiler solo, porque solo no he estado nunca, y a veces hubiera querido estar más solo -porque soy muy lento, y necesito meditar demasiado- ), diez años siendo el único garante de las cosas que me suceden o no me suceden, y doy gracias por cada uno de los días, todos ellos trajeron algo que antes no tenía.

Lo jodido de la gente, en general, es que se compone por una multitud de personas habitualmente malcriadas. NO tienen ni puta idea de lo que tienen delante, no saben verlo: y se aburren, se vacían, son la única causa de su propia obsolescencia. Multiplican la entropía y la hacen suya.

Hoy estoy aquí, con mi síndrome de Peter Pan, a punto de irme a un parque con un colega, una guitarra, un cajón flamenco, un montón de canciones y las suficientes cervezas.

¿Cómo no vas a agradecer eso?, ¿que todavía exista eso?

El 90 por ciento de la gente que inspecciono son cáscaras vacías. No pueden comprender lo que es morir y matarse tocando una canción, y vivir y vivirse y vivirlo todo. Todo al mismo tiempo. Gente malcriada que desperdicia su tiempo en tele y rutinas y no dejar ni un hueco para que una nota suene discordante y se den cuenta de que algo está tremendamente mal. De que algo no está en su sitio. Gente que compagina no hacer nada con sentir que tiene derecho a todo.

Ese es el cáncer de la humanidad (y, sin ánimo de abundar hoy, de occidente especial y casi precisamente).

Este es un día maravilloso.

Lo huelo.

Huele.

Lo siento.

Todo está por dar, así que hay que darlo todo.

Máñana, afónico, recordaré por dónde fueron las cosas y volveré a estar agradecido.

Porque no tenemos derecho a nada. Y somos culpables de todo.

Porque hacemos lo que nos pasa.

Porque construimos las verdades que nos miran, nos entienden, y nos sobrepasan.

Aprender eso es colocarse en situación de poder verlo todo.

Y entender que, aunque la derrota es el único y definitivo fin, hay muchas habitaciones entre tanto.