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para esto

No, no, no, no, nunca sabes. Nunca estás demasiado cerca. Olisqueas, das un rodeo, piensas en las cosas que han sucedido, pero nunca estás demasiado cerca. Recompones tus pedazos en un solar inventado en el que puedes recrear escenarios.

Tomas la mano de quien te dio de comer y no es suficiente. Te disculpas con un «gracias» medio destemplado, abres una cerveza, te acuestas, enciendes el ventilador. La vida es una ostia en la cara, en medio de la cara, un golpe brusco hacia atrás que duele de pronto, de repente. Todos los warning dicen dolor y comprendes que es porque jamás te has preguntado demasiado: te has pasado el tiempo mirando y reaccionando según las cosas iban viniendo. Hasta ahí comprendes, hasta ahí puedes leer. Y si has hecho bien o mal no es una pregunta comprensible, porque jamás te tomaste la molestia de tomarte en cuenta y, por lo tanto, no tienes datos suficientes.

«Has incendiado tus libros
en la quietud del amanecer
y hay un gozo nuevo en tu mirada:
comienzas el regreso a casa.»

Decía Carlos Martín. Y yo estoy de acuerdo, Pero qué casa. Pero qué idea tienes sobre ello. Pero a dónde vas, dónde te esperan, dónde vas a encontrarte.

Amigo mío, la lección final es que no hay casa. Te desprendiste de las hojas, pero no hay corazón, no existe centro. Hay que inventarlo. Me dejaron en mi portal hoy y me fui de bares porque era temprano. Había gente supurando vida y careciendo de autoconsciencia. No es un problema, porque nunca lo es. El bar estaba repleto. De gente. Supurando vida. Es fácil. Supurando vida. Me tomé unas cervezas con ellos. Después no. Después no pude. Después era tarde. Me di cuenta.

Se acabó el juego. Tremendo. Se acabo el invento. Llegué a casa, me enfundé un litro, miré al suelo. Todo lo que fue promesa no dejó de serlo, pero sí aquí.

Las sábanas no tenían respuestas, como nunca las tuvieron. Tontas, mudas. La noche se cierra cuando amanece. El día se abre. Tomo mis propias palabras y me digo que así es porque está escrito. Mientras tanto, las sábanas me dan la mano y enjuagan futiles e imposibles lágrimas en esto:

calor, ventilador, cigarro, humo, cerveza, desaparecer. Total para qué. Total para esto.

las dos caras

            <img src="http://www.perdiendo.org/veo/images/20080623183427_dsc_0008.jpg" alt="kitsch" />

El kitsch, para mí, es esa caricatura que te hace percibir lo ridículo en lo serio.

Hoy he estado en casa de mi hermana Carolina, en Oporto. Me he perdido al ir con mi another hermana, María. Un rato divertido en el que nos hemos reconciliado con la idea de que no somos profesionales en el arte de la orientación, pero nos vamos apañando y al final llegamos a los sitios, que es lo que importa y lo que al final se pide en estos casos. Sobre todo si las personas que van en el coche piensan igual. Sobre todo si no hay un cagaprisas detrás, en el asiento de atrás, un verdadero profesional de la orientación. He estado todo el fin de semana a vueltas con zilgu, que a fecha de hoy sigue siendo un proyecto pero poco a poco avanza porque vamos supliendo la falta de tiempo con ganas.

Las casas viejas… lo son. Sabes que por mucho que limpies va a seguir teniendo ese aire de pequeño desastre, de algo roto, algo de maniquí desvencijado en el escaparate de una tienda que lleva abierta más de treinta años. Algo macabro junto a una cierta idea de vida… en las fronteras es donde existe la vida, estoy convencido, en los límites donde dos extremos se juntan. Una casa hecha para vivir hace mucho tiempo readaptada para ser lo que es vivir hoy. Ni que decir que me ha encantado. Mucho. Hare decía que yo voy haciendo fotos a litros vacíos en contenedores, y ese es el quid. La quiddidad misma. Es una casa que rehuye la organización perfecta y sobrevive a base de retales de cosas que se van añadiendo unas sobre otras… un remiendo.

La vida está en los remiendos, porque la vida o es creativa o no es nada. En ese punto no cedo: la vida o es creativa o no es vida. La pasta no importa. Nunca lo ha hecho. Los curros tampoco. La perfección es una estupidez que nos cuentan en invierno para que no tengamos demasiado frío. Hay dos caras en la realidad. La vida es creativa cuando es consciente de las mentiras, de otro modo es imposible.

Volvía con mi hermana María por la M40 y me ha dicho, en un punto, que delante teníamos chabolas y justo detrás de ellas edificios carísimos. Era de noche y no lo he visto, pero he recordado otros momentos en los que he pasado delante sin darme mucha cuenta, viéndolo con el rabillo del ojo. Ese es el quid del que intento hablar y no me sale demasiado bien. La realidad tiene grietas. El kitsch sólo es perceptible en las fracturas, en las fronteras, en los límites. Todo tiene kitsch, pero no siempre es visible a simple vista. El kitsch existe siempre, pero no siempre es fácil verlo. Halos le rodean para que no nos demos cuenta, ese es el juego. Lo ridículo de un mundo entero haciendo el payaso (por eso, cuando conectamos con alguien o con nosotros mismos, es tan fácil verlo y tan fácil superarlo: sabemos dónde situarlo y, con ello, dónde situarnos, cuando vemos una caricatura sucede más o menos lo mismo).

Tomarse las cosas menos en serio, desmitificarlo todo (la filosofía del martillo de Nietszche, desarbolada del runrún filosófico, no es más que eso, y eso es sólo por poner un ejemplo, al final todos los guenos hablan de lo mismo, cada cual desde su casa), para verlo en su mundanidad sincera y real, más allá de todo cuento. Cuando hemos tomado unas raciones en un bar de viejos (por definición, aunque sea una definición quizá ofensiva, un bar de los que ya no están en el mundo que hoy nos presentan), teníamos un espejo delante. Me he visto gordo. Muy gordo. Lucha interna entre saber que estoy bien y no verme bien. Anoto: me siento bien, pero hay que contribuir a hacer que me vea bien y… tener menos sueño y jadear menos con la bici, que a veces parece que he echado un polvo a medias y me he ido a terminar de gemir por los caminos sobre dos ruedas. Segunda anotación: el hacha de guerra tiene 18 años. Eso es insuperable. Extraña. Me hace sentir cerca de algo que está tremendamente lejos. Asusta.

Anotación final: echo de menos mucho a mi padre últimamente. No sé. Es algo que pasa. Algo que sucede. Algo que está sucediendo porque ando abriendo esclusas, supongo.