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borracho como una cuba en mi coche

Cuando estoy tenso sólo puedo hacer una cosa: conducir borracho a la máxima velocidad posible, golpeándome con las barreras, fumando tabaco como si me lo fueran a prohibir mañana. Y eso he hecho, claro que sí. Borracho como una cuba a 260 km/h de velocidad media.

Pero como tengo miedo al dolor, al mío y al ajeno, lo hago a los mandos de mi PSP, en este caso con need for speed shift. He ganado muchas carreras. Es fácil cuando no tienes nada que perder a. porque es un juego b. porque estás quemado y todo te da igual (mis escarceos quemado con el burnout dominator pa otro día, que da pa mucho). En este juego tirar a un rival para que se estrelle tiene complicación, porque puedes acabar estrellado tú mismo… pero como le odias lo bastante, el rival acaba mordiendo el polvo, la barrera del arcén, o lo que se guste. O lo que se tercie. Cuando me he levantado a mear el mundo entero ha confabulado para darme la vuelta…y en un requiebro difícil de comprender he terminado vomitando dentro, pese a estar cabeza abajo mirando mis pies en el espejo. Lo que es de agradecer. Mañana cuando me levante no me daré cuenta de nada, porque todo se ha ido… Dioses idiotas que me hacen vomitar cuando me levanto, sabiendo que tarde o temprano tengo que ir a mear.

Tengo un corazón de hielo
que no se ofende.
Que no siente.
Tengo un corazón de hielo que no recuerda.
Tengo un corazón de hielo…
y una mierda.

Y una puta mierda.

Después de vomitar, el litro reposaba sobre la lavadora, enfrente de la taza. Ahí lo dejé.

Tengo que quitarme el mal aliento. El vómito apesta.

El litro es indoloro.

No por otra cosa lo bebo. Está ahí y es de nácar. Y el resto de la realidad duele. Eso no.
El resto duele, eso no.

Cuándo ( y por qué) el diálogo es imposible. Nunca lo es.
Reventarme contra los bordes. Eso es posible. Estallar en mil pedazos.

Escucha. El silencio.
Eso duele.
El silencio.
El silencio es lo más parecido a la nada.
Es la nada.

(Esta es la entrada poética-hortera-ñoña del año, ya está la cuota cumplida).

majaras

Todos estamos locos. No conozco a nadie sano. Cada uno de nosotros tiene una semilla a medio germinar de vesania, más o menos digerida, aceptada. Incluso a veces conocida. Menos todavía reconocida. ¿Quién se salva? No se salva nadie. Todo el mundo aprende a vivir o a malvivir con ella.

Y todos estamos locos porque tenemos formas de vida perversas. Así es. Si la gente supiera reconducir tanta tortura personal toparíamos con una generación formada completamente por artistas (tip@ que exporta sus caminos torcidos, su visión deformada de la realidad, sus manías, sus complejos, sus miedos y compone con ellos una visión personal, sesgada y preciosa de la realidad). No todos lo hacen, y eso les deja dos caminos: excluir la locura con férrea disciplina o morir ahogados en ella. Al final, me temo, estos dos caminos componen siempre uno sólo. La victoria es temporal, la derrota es inevitable. Ir cerrando mamparas de un barco que hace aguas no es más que ganar tiempo. Y tampoco menos, claro.

Estamos locos porque vamos dando tumbos. Estamos locos porque no tenemos ninguna certeza y las vamos construyendo hablando unos con otros, enfrentándonos, dando paseos o emborrachándonos hasta caer tumbados. Porque por cada paso adelante damos tres pasos atrás. Porque esta realidad que nos elude carece de cordura. Echamos un vistazo alrededor y no encontramos un lugar cierto en el que sentarnos a descansar un rato. Creo que es la maldición de esta generación. O aprendemos a vivir con esto de algún modo o vendrá una nueva religión a poner suelo bajo nuestros pies.

Eso sí que me da miedo.

derrota tras derrota

Qué complicado es todo. No sé por qué, pero qué complicado es. Intento hacer en medianos un camino al apunte despistado (la inercia me pedía «inopinado», pero eso es incomprensible), pero no me sale. Dar salida al tipo irónico que soy en el día a día en sebastopol, pero no me sale. Seguir grabando para jamendo, pero sigue sin salirme. Escribir proyectos terminados en bubok, pero no me sale. Me gustaría encontrar un punto de control en el mapa, para decir «estoy aquí» con testigos, sin miedo a equivocarme.

Es curioso. Tremendamente. El único tipo que funciona es el torturado. Aunque es el único que no existe.

Cuando escribo, cuando compongo, cuando hago fotos, es el único tipo con el que congenio. Todos los demás me sobran. Es una especie de posicionamiento: parece ser que quiero hablar desde ahí.

Aunque es justo desde ahí donde no tengo nada que decir.