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no tengo boca y debo gritar

Harlan Ellison

El cuerpo de Gorrister colgaba flácido, en el ambiente rosado, sin apoyo alguno, suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas en la cámara de la computadora y sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba eternamente a lo largo de la caverna principal. El cuerpo colgaba cabeza abajo, unido a la parte inferior de un retén por la planta de su pie derecho. Además, se le había extraído toda la sangre por una incisión que se había practicado en su garganta, de oreja a oreja, sin que ello hubiese dejado rastro alguno en la pulida superficie del piso de metal.

Cuando el verdadero Gorrister se unió a nuestro grupo y se miró a sí mismo, ya era demasiado tarde para que nos diésemos cuenta de que una vez más, AM, nos había engañado. Había hecho su broma, su diversión de máquina. Tres de nosotros vomitamos, apartando la vista los unos de los otros en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo había provocado.

Gorrister, por su parte, se puso pálido como la nieve, pues fue casi como si hubiese visto un ídolo de vudú y se sintiese temeroso por su propio futuro. “¡Dios mío!”, murmuró y se alejó. Sin embargo, no tardamos en encontrarlo un poco más allá, sentado tembloroso con la cabeza entre las manos. Ellen se arrodilló junto a él y acarició su cabello. No se movió, pero su voz nos llegó clara a través del telón de sus manos:

– ¿Por qué no nos mata de una buena vez? ¡Señor! No sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo.

Era nuestro centesimonoveno año dentro del complejo de la computadora y Gorrister no hacía más que decir en voz alta lo que todos sentíamos por dentro.

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ida y vuelta

Las palabras, los versos, las canciones, las novelas, los cuentos, tienen que ganar peso. No significan nada antes de eso.

Por todo lo demás todo sigue bastante igual, si es que igual quiere decir diferente en lo mismo. Es estupendo. Diferente en lo mismo. Interiormente voy ganando terreno al mar y cada vez estoy más contento. Exteriormente (o más bien y más exactamente en lo que refiere al mundo exterior, que es eso que está fuera de mi cabeza pero que no puede evitar meterse dentro, irse metiendo dentro) cada vez veo más que no hay derrota ni singladura ni conocimiento ni avance ni destino ni lugar al que llegar.

Todos estamos locos. Abrazamos la locura con ganas. Nos gusta la locura, de algún modo, o nos vemos abandonados a ella cuando todo lo demás falla. La gente cae como moscas a mi alrededor, se van golpeando contra todo dejando todo maltrecho. Sus almas, sus corazones y demás basuras están quedando destrozadas en el viaje. Hemos recuperado a nuestros ídolos, estaban en el cajón donde los dejamos, pero ahora ya no sirven para nada… Y ahora, años después, nos preguntamos dónde dejamos lo que realmente importaba.

Dentro la paz. La calma. Por primera vez me voy viendo, me gusto. Me invito a unas cervezas, me echo unos cigarros. Todo tiene que ganar peso. Hacerse grave, en el sentido de significante. Hacerse grave, en el sentido del peso (la levedad y el peso, lo sutil y lo rotundo, el camino que empieza intrascendente y se va poblando…) Hacerse eterno, dotarse de sentido, transirse de ser, adunarse en lo recto sin politiqueos, amancebarse con lo que excluye lo necio. Esas cervezas que tomábamos no carecían de significado, amigo mío. Eran el colmo (colmaban), eran el ser (son), componían el cuarteto de cuerda en el que nos perdíamos (soneto que al retener las estructuras habla). Esas cervezas eran los únicos días que no perdimos en transportes públicos.

Y ahora regresan.

bodorrio planet

Las bodas me dan especialmente por culo. Porque no significan nada. Porque no deberían significar nada.

Y sin embargo…

sí que es cierto que marcan un antes y un después, y que consiguen que a todo el mundo se le pongan los pelos como escarpias de cortarl diamante (oks, aunque sea por la resaca, o por haberse follado a una dama de honor/padrino de buen y gustoso ver, lo reconozco, pero pelos como escarpias de uno u otro modo).

Y que, pese a horteras, son bonitas (nunca he dicho esto), coño. Son el sacrificio que no estoy dispuesto conceptual y moralmente a hacer pero cargado de tanto mérito que, cuando lo veo, digo: «va por vosotros, coño». Os lo merecéis, capullos. Una esperpéntica relación amor-odio de nivel 10 (en un máximo de diez) es lo que siento cuando alguien me dice que se casa.

(Mientras chasco el litro para que se abra, me acuerdo de otras bodas. Las bodas son una mierda. La gente que se casa con unos blandos. Y sin embargo… Enciendo un cigarro, tomo el primer sorbo de cerveza.)

Me gusta participar en las bodas más allá de ser un mero (o salmón) espectador.

Ya que hemos de ir, contribuir de un modo real.

Lo de follarse a damas de honor se lo dejo a otros (y sé que pierdo con el cambio).

Recuerdo la boda de Hare. Lié la web. La invitación. Una foto sobre todas las demás. Un vídeo con las fotos que hice con la música que cantó el novio para abrir el baile de apertura (ese a continuación):

Y la boda de Canta, hicimos un video para proyectar después de la cena y antes de las copas:

(está subiendo) (Me dice que tiene problemas de derechos, supongo que por las canciones de fondo, lo borro).

Y qué decir, si es que se puede decir algo. Dos colegas se casan, me lo han dicho hoy. Snif (lo extraño de decir al mismo tiempo «pa vosotros» y snif).

No voy a ser un mero espectador de vuestra boda. Eso os lo aseguro.

No creo en las bodas. No creo en la iglesia. Desde luego no creo en Dios. Desde aquí, si existe, le pido un buen ataque al corazón como castigo por no quererle. Porque aparte de imbécil, soy arrogante. Prepotente. Incrédulo. Insubordinado.

No creo. Pero sí creo en la gente adoptando compromisos voluntariamente. La voluntariedad es el único valor. Lo único que puede hacerme llorar.

Es lo único en lo que creo. Lo único que existe.

Eso es todo lo que tenía que decir.