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Tren

Cogimos un tren en Atocha
cuando aclaró el domingo. Vestíamos
nuestras sonrisas y llevábamos
un saco lleno de instantes.

(Un saco de instantes no es
nada despreciable, pero son volátiles,
sólo existen en promesa cuando
la vida parece que se abre).

Con tanto peso íbamos lamiendo
el suelo, suelo de gris chicle caramelo,
opuesto siempre opuesto al cielo enfermo
que, nos dijo uno que vendía cupones, está
a veces ahí arriba, donde ves el techo,
que es eso que nunca puedes pasar con la cabeza.

Pero no, eso fue luego…

Con tan poco peso íbamos rozando
el cristal azul manchado de borrones
blancos que, a veces, va y nos llueve. Sí,
lo recuerdo porque tú ibas vestida de
color lata y a veces no podía verte, tú
ibas buscando mi mano y yo las
había dejado trabajando en la barra.
Yo intentaba decirte que no había nada
que pudieras aferrar de mí, pero tú no
entendías mi gramática y, además,
te aburre toda aquella saliva
que yo suelto cuando no sé decir y
quiero.

Así que nos fuimos en el tren
y corriendo nos desvestimos dentro,
era tanto el corazón que nos olvidamos
los calcetines y tuvimos que empezar de nuevo.

Ah, sí… y luego…

Luego nos pesaba tanto el saco,
que entretanto se había llenado de
malos ratos, que nuestras lenguas
lamían el piso, iban recogiendo
su siembra de suelo gris chicle caramelo,
sus epitafios húmedos de quién sabe
qué chismes, qué calendarios. Pero
ya no podíamos abandonar la bolsa,
que entretanto se había hecho cuerpo
en nuestros cuerpos, justo debajo del brazo
izquierdo.

(Un saco de sombras no es
nada despreciable, pero son peligrosas,
estampan sus oleajes en las
pieles que les acogen).

Pie

Tú me amas, yo
te amo…

Los años tienen la peculiaridad
de ir pasando, corroyendo
nuestros cuerpos. Torreones inexpugnables
de un segundo que suceden
encajados en compases
métricos.

Tú me amas, yo
te amo…

Lenta suena la melodía
de fría melancolía huida; ya
no es presente, pero quedó
atrapada en nuestras percepciones
y la mantenemos seca, bien a
salvo.

Bien mirado…

Observo un desconchón del suelo,
debajo de la baldosa ahora sé
que hay cemento. La realidad
muestra dos caras cuando menos
y siempre escapa, se escapa
cuando pienso…

Y tú me amas, yo
te amo…

Bien, no es posible
perfecto. Te acaricio el pelo
y te doy un beso. La libertad
de ser así escancia este
fin de semana en el que vivimos,
y mañana…

Tú me amas, yo
te amo…

Ya, y tú me amas, yo te
amo, tú me amas, yo te amo,
tumeamasyoteamo una
y otra vez desde nuestros labios.

Los años tienen la peculiaridad
de ir pasando. Nosotros sólo miramos.

Tercer acto

Caemos y vamos rodando
mil muertes en esta única
muerte que es nuestra
coherente vida.
Esquizofrénicos en estas mil
mentiras que intrabables
vamos desgajando de nuestra
mente enferma, presos de
este patibulario que llamamos
días y rutinas cotidianas.

No merece la pena.
No consigo creer en nada.

Lleno de alcantarillas me
voy subsumiendo en el papel
que interpreto y voy calmo
interiorizándolo.

Y un día descubro inquieto
que ya no se puede salir, que estoy
atrapado. Se hace difícil
respirar este aire enrarecido y soy
odio y más odio
en el último camino.

Piezas de puzles distintos que
intento conformar en una sola
imagen de mí mismo.

Llueve y llueve y llueve y
llueve en la puta calle. Y estoy
harto de ir hasta a cagar con
un libro por si se me ocurriera
pensar demasiado. Por si
sonara demasiado adentro y
retumbase el hueco que tengo
entre patilla y patilla, oído y
oído.

Y me voy gestando de
sentimientos diluidos, me hago
humano, social, bien castado.

En la calle la lluvia cae y
va limpiando el frío asfalto.

Me fumo un cigarro en el
escritorio y miro a un punto inventado.

Una lata de coca-cola y el diccionario
de la Real Academia. Lorca y
Machado, Hierro y Rimbaud y
Apollinaire.

Y rijo sangre alcohol, océanos
enteros.

Bajo mínimos el pensar de
lo que importa, números rojos en
el sentir que no siento
aquí al lado, en la cara oculta
de tu único rostro.