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Conversación

Si desboco el talud de cigarros
que se me viene encima no estoy
mal del todo. Si pienso que
existo ya estoy bebiendo y
más de lo mismo.
Un amigo me tuvo en un
parque con cerveza y frío,
la luna alimenta carne hepatitis
mientras me cuenta su vida.

Supongo que lo considero
algo afectuoso, eso de verter
tus medianas desdichas sobre
la mirada borracha de alguien
que no te escucha.

La misma historia recorre
el mismo círculo que Nietszche
llamó del eterno retorno,
el mismo espectáculo circense
de abrir piernas y conseguir
mantener un trabajo.

Amparado por la estupidez
suprema del desencantado ya
puedo escuchar, todo realismo
es un argumento barato
de segunda mano en el rastro.

Pero la luna, la hijaputa de la luna…

(Ella esta ahí arriba, a
salvo de toda salpicadura,
me dejó en la mierda que
rebota en mis manos, en mi
cabeza, en mis pasos. Ella canta
y yo la oigo y me hace
envidiarla.

Donde no hay salpicaduras.
Donde no hay salpicaduras).

Al fin y al cabo
no debo preocuparme. La mañana me
dice que se acabó, el momento
ha caducado, ya puedo ir a casa
y vomitar tanta bilis, limpiar
bajo la alcachofa de
la ducha mis más donosos
regalos, las salpicaduras
salpicaduras

salpicaduras

salpicaduras

salpicaduras

(Como en una canción, prueba a
añadirle música, este poema
termina en un estribillo que
se va reproduciendo a sí mismo
cada vez más débil,
cada vez menos convencido).

salpicaduras

salpicaduras

salpicaduras

salpicaduras

Piernas abiertas

Es como si.

Parece que odio el crepitar
noctámbulo de las
cosas que arraigo en mi cerebro.

Continúo la danza de
los sueños, aunque no deje
de saber que intento soñar
que sueño.

Digiero las miradas torcidas,
las miradas equivocadas
de los que dicen saber qué
hay “aquí dentro”.

En el bar los minis saludan
entre tumbos y risas forzadas
las bocas excitadas que les
piden su cuerpo.

Salgo a la calle y es inútil,
todo sigue girando.

Vuelvo dentro para ver
sin sentimiento piernas abiertas.
Bien mirado, parece que es la forma
que tiene uno de ganarse la vida,
que todo te empuja a ello.

Piernas abiertas que
te reclaman, que no te entienden.
Es el destino de uno,
puedes ver crecer tus amistades,
tu relevancia, tu corazón
y hasta tus huesos.

Nadie entiende y preguntan
por qué. Sabiendo lo calentito
que es estar allí dentro, parece
imposible que prefiera
seguir bebiendo.

Al menos bebiendo…
no sé, supongo que es
lo mismo, más de lo mismo en
uno mismo.

En la calle San Vicente
las farolas deslumbran la
noche acojonada, que se
retira por momentos allí
donde tanta máscara no llega.

Piernas abiertas a cientos
que te dicen:

“Tengo un sitio en mi
oquedad para ti,

tengo néctar de caramelo
para regalar tus labios,

tengo las más perfumadas
sudoraciones, bellos cantos,

tengo en un puño tu maldito
ego, ven conmigo,

yo te diré lo que eres,
lo que los otros ven en tu

cabeza descolorida, pecho
destartalado, gafas de capullo,

ojos cangrenados, cerebro pastoso,
lunar exótico,

piojosos dientes, anacrónicas
intenciones, sórdido semen

estancado y putrefacto,
polla dura de pensamientos

idiotas saltando el charco,
2.000 kilómetros de polla

es demasiada para un alma
tan infecta, tan odiosa”.

Necesitas unas piernas abiertas,
me dicen. Las piernas sin cabeza
despreocupadamente se pasean,
llevan en su interior su maldita
prestancia, su rotundidad compacta.
Ellas tienen en su vello público
todas las respuestas, yo sólo debo
completar el círculo, ser útil de nuevo,
asesinando mi pretensión de no ser gilipollas.

Conejo azul

Tengo un maldito conejo azul y
nadie se entera. Lo llevo todo el
día en la solapa y nadie se
da cuenta. Le tiro al suelo,
chilla el condenado y nadie le oye.
Cuando compro pan pago con el
conejo, y el panadero lo mete en
la caja registradora y nadie lo saca.
Cuando meo tengo cuidado de no
mancharlo y nadie me lo agradece.

Si lo lavo, nadie lo ve limpio. Si
lo mato, nadie lo impide. Si lo
consigo, nadie lo resucita. Si le
escondo, nadie le busca, si lo vendiese
nadie se apresuraría a comprarlo.
Si me olvido de él, nadie lo echa
en falta. Si le quiero, a nadie le
importa, nadie se pone celoso. Si
lo imprimo, nadie va a leerlo, si
lo televiso nadie pagará el abono
mensual por verlo.

Parece que nadie es el único que ama al puto conejo. Y…
que nadie me acompaña a todas partes.