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Amamos…

… los hechos. Nos emociona
decir:

“la ventana está rota”.

(¿Y qué es “ventana”?
¿Qué es “rota”?)

Miramos el diccionario y asentimos.
Todo está apodícticamente claro.

Y seguimos sin decir nada
cuando hablamos, y nos embriaga
aún así la logorrea que nos
atraviesa. Sómos sólo el
cobre conductor de la nada,
el dúctil filamento de la bombilla.
Estamos presentes cuando las cosas suceden,
nos emociona decir:

“Esto ha sucedido”.

(¿Qúe significa “esto”?
¿Qué hemos visto, oído, vivido?)

Pudimos

Pudimos, tú y yo,
eludir
la
tarde
y
el
hambre.

Pero Tú y Yo no pudieron,
tú y yo sabíamos callar,
supimos hacerlo cuando estaba
todo a punto de que la nada
sucediese; cuando,
volátiles,
sumábamos aire en nuestros esfínteres.

Pero Ellos no supieron reír, no pudieron.
Y las noches asemejaron cárceles, enemigos
los soles y sus ejércitos las noctívaras
estrellas; amándose Tú y Yo no supieron
desbrozar de la llama el calor
y ambos se agostaron,
vencidos finalmente,
en su flamante infierno
inocente y maldito,
pleno y vacío.

Y tú y yo aún nos amamos
en alguna parte.

Sopla viento…

… en la casa azul
del perfecto durmiente. Revolotea
en los platos, los sofás,
las mesas, los cuadros estúpidos
y las sombras de las cortinas.
Juega a campana con la cadena
del váter, que cuelga zumbona
de la cisterna blanca,
allí arriba, sobre las cabezas.

Sopla viento y voy temiendo
el desenlace. Me callo, pero es
tarde. La palabra adora
su ritual de sangre. Yo soy
a veces el viento. Yo a veces
barrunto en mis ojos la enemistad
con la carne, con el espíritu,
con el beso y el pensamiento.

Enciendo un cigarro, dejo hacer
al aire. No puedo reprimir un último
ruego agonizante. Y digo:

(Viento).