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También necesitaría escribir:

“Sobre la somera duna de tus senos
un torreón corona, regio,
su esquiva soledad erguida.
Lo tomo y lo muerdo y entre mis labios
solidifica y ruega,
al aire,
que la piel no cese, que no se
congele la sangre, que los labios
continúen y no mueran y
extiendan a todo el universo
su fina película protectora.

Factor 13.

Para así no pulsar la
podredumbre que es escoria
y nos rodea. Equivocar
lo necesario y, ya
sólo posible,
alzarlo como desconocido y
así destruirlo.”

Necesitaría escribir:

“Tu cerveza, helada, se dedicaba
a acristalar con turbio velo
el vaso. Desnuda eras una
diosa tiritando sobre la silla
de plástico. Tus piernas se
entrecruzan
(¿ahora?, ¿antes?, ¿alguna vez acaso?)
en sí mismas y
desvanecen el resto del mundo,
que empalidece ante tus rotundas
rodillas, espinillas, gemelos,
muslos, tobillos, dedos,
vello.

Vello rubio y aterciopelado
que cubre tu piel glauca de
inusitada ternura. Semeja un
tapiz de terciopelo verde,
el único lugar donde reposar
mi cabeza para elipsar la tarde
que se aleja, como una puta neófita,
con su jornal de olvido,
con su horror ante el segundo que aún se despide,
con su indefensa taciturnidad
de lenta mentira huida.

Y detrás el vacío.”