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aclaración

Este fin de semana un colega me dijo que estaba preocupado por un par de entradas de la bitácora, y me doy cuenta de que no he hecho ninguna aclaración sobre el contenido de los últimos meses.

Está web hace algún tiempo que ha dejado de ser un blog-diario, o un relato de mi vida. Ahora sólo es una página de alucinaciones, cosas que me parece interesante escribir… en función del alter-ego que fui alguna vez, anticuario. Incluso cuando aparece algún retazo de algo real aparece deformado por la visión de anticuario. Una visión, por cierto, nada positiva ni optimista de la vida.

Desde que empecé a salir con N. no me apetece hablar de mi vida porque la considero (a N., a la relación y a mi vida) en un nivel diferente de privacidad al anterior. Sin embargo, me sigue gustando escribir por aquí, así que sigo escribiendo, pero el contenido no tiene nada que ver con lo que vivo. Por eso escribo mucho menos, escribir sobre lo que a uno le pasa es mucho más inmediato que dar vueltas sobre una representación inventada.

Supongo que es por pereza y por algo de cariño por lo que no acabo de terminar de una vez con el museo de metralla, aunque en mi vida es cierto que hace mucho que dejó completamente de tener sentido. Y en la web también, porque nació como un relato milimétrico de lo que me iba sucediendo y se ha terminado convirtiendo en un cajón de sastre en el que nunca sé muy bien qué meter. Hace mucho tiempo que lo sé, pero la bitácora funciona desde el 2003 y me da pena acabar con ella, o dejárla como un museo sin actualizar. Pero la verdad es que los comentarios como el de santi este fin de semana, o el de oscar hace poco, o el de yon en una de las recientes entradas, cada vez me hacen pensar más que ha llegado el momento de cambiar definitivamente de tercio.

ascórbico en definitiva

Borracho como una cuba celebrando el divorcio de mis padres. Casi parece que todo vale, pero todo tiene una dinámica distinta, cinemática diferente, sinestesia de convergentes cogiendo el tren de última hora a ninguna parte. No tengo ninguna gana de justificarme, parece, sólo deseo

bañar tu cuerpo en sexo
coger las manos que todo lo borran
y rodear mi cuerpo

celebrar la vida que existe pese a todos
y pese a todo

anular la voz romper los huesos templar el tiempo
entonar en do un
te quiero

enorme como una vida entera.

Destrozar lo que no entiende de rotos y enderezar lo que se rompe.

Coger tu cuerpo y convertirlo en balsa,
en nada en todo en nada en todo en todo en nada en
todo lo que hay
y hacerme una vida.

Hacer una vida de todo esto.

Y dormir hasta mañana.

Por favor.

la calma de la necesidad


(No está mal escucharlo mientras se lee).

Después de tanto tiempo sentado me largué de juerga. Fue más bien por despecho, o por variar, o por hacer algo. No le encuentro mucho sentido a la vida, pero le encuentro todavía menos a la muerte. «Eso sí que tiene sentido», me decías, y yo pensaba con ello que esto del sentido de las cosas es algo tremendamente retorcido. «Has dado con la clave, ¡la muerte tiene todavía menos sentido!». Bueno, sea por eso entonces.

Estuve años de juerga, no digo que no, y tampoco digo mal, ni bien. Aprendí muchas cosas, aunque no sé si interesantes o importantes para algo. Dormí en portales, me fumé las colillas de tabaco de liar refundidas en un cigarro nuevo, reutilicé los posos del café y, en resumen, hice todas esas cosas que te parecen patéticas cuando suceden y que sin embargo son las que añoras cuando recuerdas. Que te parecen el límite de algo que se rompe o se acaba cuando suceden y que después sobas con añoranza desde tu nueva cómoda vida. O incómoda de otro modo. O diferente. O distinta. O disyunta. Desmembrado como un tipo estirado por un caballo en cada extremidad.

A veces uno se siente como el producto de un lifting extremo. Estirado. Ralentizado en lo básico, estirado en lo demás. Recuerdo que olvidando juré recordar un par de cosas. Sé que las recuerdo, pero no sé si significa algo recordarlo. Uno quiere seguir siendo el tipo con cinco años que jugaba con un par de coches sobre una ciudad de plastilina, pero lo va demorando por los rollos que siempre se cuentan en lo que ya es un atajo formal de denuncia social (trabajo, lo que no fui, esperanzas rotas, obligaciones variopintas). Me han contado que hay tipos que hacen algo con eso. Qué grandes. Hacer una victoria de la más absoluta de las derrotas. Es paradójico, demorar al tipo de cinco años porque uno tiene que escribir una novela llorando por el tipo de cinco años.

Sentarse en el porche, al final de la vida, y echar un vistazo atrás con orgullo mientras ya se sabe que lo que queda, mientras quede algo, es el porche, el café que estás tomando, el cigarro que enciendes. «Los críos vienen este verano». Los críos tienen cuarenta años. Vendrán este verano y desearé con todas mis fuerzas que se vayan justo después de que hayan llegado, para quedarme con mi porche, mi café, mi cigarro. Mis recuerdos de lo que fue cuando el más puro azar se ha convertido en necesidad pura. El componente inesperado del azar se actualiza en necesidad con la llegada del presente. En el presente se despeja la duda, la incertidumbre. Y lo substituye la tranquila calma de la necesidad. Su obligación firme. Mi abandono cuando todo es definitivo y ya no puedo hacer nada.

No en vano dije la calma de la necesidad. La muerte no tiene sentido. La vida tampoco. Este presente sí lo tiene. No es grandilocuente, pero tampoco tiene por qué serlo.