Una de las cosas más desagradables que he sentido alguna vez es un pedo en la ducha. En medio de los olores frutales, el champú, el gel y el suavizante un pedo se abre paso como la encarnación más mortífera del ser, del recordatorio de la mundanidad de nuestros procesos internos. Un pedo en la ducha es, sin dudarlo un segundo, una caricatura de un pedo, un pedo con luces de neón anunciándolo. Pero, aún así, me tiro uno. Como una especie de post-it en el que anoto que pese a todo estoy embarcado en una aventura que no es tan sucia como parece, pero tampoco tan limpia. En medio del éxtasis del agua me interrogo sobre el sentido de anular tan conscientemente todo lo que nosotros mismos exudamos. La teoría más inteligente que he podido trabar hasta el momento es que lo que expulsamos de nuestro interior es lo que no queremos: toxinas. Pero no termina de convencerme, porque lo que sacamos de nosotros en el devenir es también el devenir mismo, que exfoliamos como piel muerta sobre nuestra piel viva. La piel muerta es el pasado, seguramente, y es inútil frotar, porque no se queda precisamente en el recubrimiento exterior, sino en lo más profundo de nuestras mentes. Termino de aclararme el pelo y cierro los grifos. Cojo la toalla y me seco por encima, sin esforzarme. Fuera hace frío, y me visto rápidamente y caliento un café en el microondas para intentar entrar en calor. Difícil cuando el frío está dentro y se irradia hacia fuera. Difícil cuando uno está empapado porque no le gusta secarse bien. En cualquier relación lo complicado es secarse completamente cuando se acaba, cuando se cierran los grifos de lo que fue, para no llevar empapada la ropa después, durante meses y meses.
Año: 2006
ayudar
Ayudar a un amigo siempre es estupendo, pero lo jodido es cuando todo se jode.
Después de una semana configurando una vieja reliquia de un compañero de trabajo, el ordenador de sus padres, terminamos por fin de dar con la clave y le vemos funcionar de puta madre.
Monto el ordenador, la disketera en su sitio, la grabadora y todo lo demás (lo teníamos desperdigado por la habitación), lo enciendo, pega un pedo y se jode.
Y ahí, al ver su cara, me entraron ganas de llorar, o de yo qué sé. Petó. Reventó.
No sé si podré dar con la clave, pero un petardazo lo jode todo.
Su cara.
Ayudar es bueno. Pero el otro lado…
Joder. Ostias.
perder no es un problema
Te encuentras un día bebiendo unos litros en tu casa, después de una comida de recién estrenado el mes (y la nómina), te encuentras con una distancia de un par de semanas para viajar a roma, te encuentras pensando en comprar un trozo de tierra donde caerte muerto para levantar una casa, te encuentras la guitarra dispuesta y tocas un rato, te encuentras con un paquete de tabaco medio lleno y te encuentras muerto de sueño. Y tienes una cama. Y tienes un sofá, y un televisor.
Te encuentras así, en medio de cualquier parte, y piensas que no es tan malo vivir. Que no está mal. Que está bien. Te encuentras a gusto con lo que tienes y con lo que eres.
Y te viene bien, porque de repente descubres que quizá no te has equivocado tanto y que quizá has ido por donde querías y que quizá todos los que se fueron apartando lo hicieron porque quisieron y no porque tú des asco. Te das cuenta de que cada uno hace lo que le viene en gana y que no es culpa tuya. Te encuentras con que, andando el tiempo, no ha sido tan dura la ruptura. Te encuentras feliz,
y te das cuenta de que perder no es un problema
cuando estás a gusto perdiendo.
Cosas que traen los años de regalo.
(Siempre he pensado, desde entonces, que vivo tiempo de descuento, tiempo de regalo, un tiempo que no estaba establecido y que vino por una extraña casualidad del destino).