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muro

Estábamos entre nosotros
como un abismo infranqueable.

Cogiste una taza y serviste café.
Yo vomitaba el alcohol sobrante
de la noche que huía, como un perro,
con el rabo entre las piernas.

Me abrazaste fuerte y
me llamaste imbécil.

Yo no podía evitar creerte.
Encendí el primer cigarro de
la recién estrenada mañana. Tu
sonrisa se escabullía tomando
confianza en una lenta huida.
Y en tu cara tus ojos intentaban
no expresar nada. Y en tu luz
tu sombra caía fragua sobre
los campos agostados de
las palabras.

Tú me dices perdón o
algo semejante y yo me
esfuerzo, te juro que
me esfuerzo para no
mirar el mundo
desintegrarse.

El café terminó por enfriarse,
aburrido de la poca atención
que le prestamos. La vida
también,
más o menos
por lo mismo.

De Kippel y/o cuentos, 1999.

y de coña:

wall

We were between us
as an insurmountable abyss.

You took a cup and you served coffee.
I vomited the leftover alcohol
at night that fled, like a dog,
with the tail between the legs.

You embraced to me strong and
you called to me stupid idiot.

I could not avoid to believe in your words.
I ignited the first cigarette of
just released tomorrow. Your
smile go off taking itself
fled confidence in a slow one.
And in your face your eyes tried
not to express anything. And in your light
your shade fell forge on
the fields withered of
the words.

You say pardon to me or
something similar and I
effort, I swear to you that
I make an effort to me for no
to watch the world
to disintegrate itself.

The coffee finished cooling off,
boring of the little attention
that we rendered to him. The life
also,
more or less
by the same.

Of Kippel and/or stories, 1999.

la cosa

La cosa era que la cosa estaba.

Borracho de lodo, si se me entiende, cansado después de treinta y cuatro kilómetros en bicicleta con la entrepierna irritada, después de parar en el chino y comprar cerveza, después de meterme en casa para beberla solo, en silencio, mirando el agujero de la pared que nunca ha estado ni estará allí.

Cada pedalada me jodían las piernas que me decían que la crema es tan de hombres como star wars y los campeonatos de resistencia, esquivando coches que me buscan porque no me ven (no hay mejor forma de buscar, ni de encontrar), retorcido por los pinchazos del costado que no entiende por qué le someto gratuitamente a tanto tonto esfuerzo. Borracho de lodo, si se me entiende, la cerveza no es turbia pero está llena de lodo, está llena de barro, si se me entiende, está llena de casos y cosas que no pueden dejar de ser casos y cosas en estos días en los que nada tiene sentido, excepto de algún modo estraño el tema este de estar vivo, que parece necesario.

Me paré a ayudar a la chica sin freno de atrás con las rodillas magulladas en ese camino de la dehesa, me ofreció un cigarro mientras yo sacaba las allen del triángulo para retomar con cierta seguridad su manillar en la posición correcta para no besar el suelo más allá de lo arbitrario.

– Menuda torta me he pegado.
– Ya veo, ya.

Encendí el cigarro mientras metía tripa en un acto reflejo e involuntario. Apreté la tuerca y monté, acabando el camino en un rato sin prestar demasiada atención a los gritos de mi pobre cuerpo galvanizado, hechizado por el esfuerzo de mantenerme vertical, pedaleando.

Runas, rimas y leyendas, mitos urbanos, letanías en esencia tontas que descuadran un segundo y te acercan al kaos, al kombate, a ir por ahí quemando la poca vida que aún queda en gritos, en sumas, en restas, en llantos y tragos largos.

Encaré la última recta y aproveché la acera hundida de la entrada al garaje, giré la curva y frené inclinando la bicicleta a la izquierda. Un pié en el suelo, ya es algo. Abrí de nuevo el triángulo y saqué las llaves.

Me pregunté si el chino estaría cerrado.

salva nocturna

No puedes creerme. Porque me ves
rodeado siempre de tantas personas,
hablando por teléfono, tramando
frenéticas conjuras para animar la noche,
no podrás comprenderme si te digo
que estoy a punto de morirme y solo;
que lo he dejado todo en el camino,
mi humor, mi confianza en el futuro,
las ganas de jugar que me animaban
a flotar sin más y perder la vida.

Ahora, de repente, al ver que todo
transcurre sin dejar huella ninguna,
valoro los detalles, me conmuevo
por cosas que antes nunca me importaban.
Y ya no paso de largo ni me río,
ni tiemblo por amor, ni me desvelo,
ni espero demasiado de los días
que queman como el fuego.
A veces, antes de dormirme pienso:
me gustan los amigos, los rincones,
la pólvora sin ruido y por las noches
matar la soledad con un secreto.

Leopoldo Alas, Salva nocturna,
de La condición y el tiempo, 1992.

Y se hizo la luz con un chasquido de lata de lata y tuve claro dónde están mis amigos: viviendo sus vidas, que es lo que hay que hacer, conectados en la distancia y en la presencia de los cafés compartidos y las noches perdiendo el sentido en los bares abiertos. Se hizo la luz con un chasquido de lata de lata y tuve claro que lo que nos queda por vivir, todo ello, no se resume en dos palabras ni en siete fotografías bien enfocadas, ni tan siquiera en ir pensando con acierto en lo que viene, ni tan siquiera en rememorar lo sido y lo acontecido. Treinta años no pasan rápido, por más que lo digamos cuando nos tomamos un par de cervezas y nos entra la depre del alcohol, por más que las conversaciones se vayan convirtiendo en reiteraciones algorítmicas desde que las vidas se unieron.

Siempre hay que hablar de algo, es el problema de no leer todos juntos, o de no tocar sin cantar, o de no pasar el rato mirando el vacío interestelar de las cuencas de unos ojos anegados de nada. Los días viernes, los días sábado, hay que hablar de algo, rellenar los huecos que el establecimiento de las cosas va dejando en el tiempo futuro modificado por el tiempo pasado. Reiteraciones, reificaciones de vidas que se cruzan y se hablan. No es malo en suma, o en sí, o no es del todo malo si tenemos en cuenta que las cosas, de uno u otro modo, no existen. Se complican unas con otras y de ahí toman sus burdas aspiraciones de realidad, pero poco más.