Cuando un cantautor (por ejemplo) ha acumulado suficientes vivencias necesita estar solo. Necesita tiempo en compañía de la guitarra, componer. Decir, porque tiene que.
Pero cuando ha terminado, cuando todo lo que se tenía que decir ha sido dicho, ya no necesita la soledad.
Es más, detesta la soledad.
Necesita cerveza en dosis ilimitadas, noches perdiendo el norte, cerrando bares. Necesita vivir lo que no ha vivido estando solo, recreando lo sido. Necesita público, espectadores. Necesita, una vez germinada la voz, hacer sonar la historia en la madera tratada de la guitarra. La historia ha sido apresada en dosis individuales. La historia se ha escrito y va a reproducirse a sí misma una y otra vez. La historia ha tomado cuerpo, se ha fijado y ha dejado de ser devenir. No es algo muerto, es algo diferente. Es algo que se reescribe sobre sí mismo una y otra vez, sin perder el ritmo.
Cuando un cantautor ha terminado de decir lo que tenía que decir, se ha quedado vacío. Sólo puede hacer dos cosas: recrear sus puzles o desbarrar la vida de nuevo, acumulando vivencias para el próximo retiro.