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tienes algo que decir


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Tienes algo que decir. Y yo sé muy bien qué es.
Me miras ciega, en un muro de neón,
y es que tu sonrisa ilumina como el sol…

Pero tienes algo que decir. Lo noto tenso entre los dos.
No digas nada, que tu piel de gata y yo
en silencio nos entendemos mucho mejor…

Calla, no me lo digas que no quiero saber,
no me lo digas que no quiero.

Sé lo que tienes que decir. Me curto el cuero del corazón.
Leo en tus ojos la luz fresca del adiós,
y es que tu mirada, ilumina como el sol…

Calla, no me lo digas que no quiero saber,
no me lo digas que no quiero.

Y nace el viento en tu cara y ya no sopla por mí,
la llama de nata en mi espalda,
el viento en tu cara hace trizas mi voz,
estalla en mis manos y se apaga…

gracias

Borracho. ¿Qué hay que decir? Pues borracho. Yo te di la vida al compás, yo te di lo que no podrás olvidar. La vida que te di es la vida que ya no está, no, no, la vida que te di es la vida que ya no está. La vida que te di la guardas en tus caderas. La llevas puesta en el pelo, me la recuerdas… cuando te veo. Sí, sí, sí, sí, sí.

Es emocionante llegar del curro y ponerte a tocar, con la guitarra que aún no me ha dicho su nombre, que no me lo va a decir jamás, que siempre va a ser «guitarra», y tomarte unos litros, fumar unos cigarros, comerte una pizza, pensar qué bien que estoy aquí, qué bien que no quiero estar en otra parte, qué bien que me libré de borrachos, de pibas, de silencios, de gritos, de besos y de encuentros por hoy. Hoy estoy aquí, definitivamente y felizmente solo. Ohh, sin ruido. Ohh, sin disturbios. Tranquilo en y por y para ensayar las canciones. Qué bien que no estoy cantándole a la luna, qué bien que no tengo vómito en el pantalón, que bien que la casa sea un remanso tranquilo de orden, qué bien que me puedo tomar unos litros sin ofender y sin hacer temer a nadie y qué bien todo qué bien todo qué bien todo…

Y suenan bien, las canciones, van sonando a conocido, se van construyendo en cada segundo, cada vez que las ejecuto (triste palabra, pero es justo la palabra), y se agradece la calma, por una vez, y el silencio. Se agradece que toda la vida esté fuera y que, por una vez, eso no importe.

dos veces

La lengua viperina de la noche tiene espinas.

(Si las calles te toman tú reza, si las calles te toman anestésiate con cerveza)

Y dos
veces me vi reflejado en mi cara.
Sólo dos
veces me vi en ella.

¿Dónde estuve el resto del tiempo?
¿Quién estuvo tras mi (no) cara?

Ha habido bares, eso lo recuerdo, ensucié
mis manos con el acre olor del fermento, me
pensé muerto sólo porque estaba despierto…

Y entretanto sólo dos
veces vi mi cara, en un marasmo de gestos
que no me pertenecen, que no tienen
nombres ni apellidos, ni
buzón de correos.

¿Qué hacía yo mientras tanto?
¿Dónde estaba?

(Pues seguramente en la barra, adelantando acontecimientos. Seguramente estabas allí, debajo, pensando en otras cosas más importantes, o más acuciantes. Si sólo dos veces conseguiste estar justo donde estabas es que lo demás quizá no merecía la pena. Es quizá que no podías ser quien eres si pretendías seguir el juego. Es quizá que estás viejo, amigo mío, y lo intranscendente se ha hecho lapa y la transcendencia se ha hecho intranscentente. Amigo mío, no lo pienses. Las palabras no son falsas porque mientan, y los brazos no son sinceros sólo porque tiendan a abrazarte.)