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nana para un niño nonato

Y ya que estoy por sincerarme, reconoceré que la melodía que subí ya en su día se llama «nana para un niño nonato».

Y está dedicada a el hijo que jamás tuve con Lorelay.

Es jodido. Es una jodienda. Pero es alegre (creo).

Me siento mejor. Aún no he mentido en nada.


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(Aunque probad a tocarla un poco más despacio, tal y como se compuso, y el resultado es bien diferente. Y he estado dando vueltas y vueltas hasta que he dicho lo que realmente tenía que decir, que es la verdad, pero es que hay cosas que no salen tan rápido, tan fácil, tan naturalmente. La canción es hija de un poema del mismo nombre, que quizá consiga subir en su día).

Daniel Hare

Mis dedos son tocones de madera cuando empuño la guitarra. Nunca puedo desprenderme de la rabia cuando estoy con ella (lo sé, hoy hablamos de ello). Esto es Daniel Hare, en mi cabeza. Intenté pulir la rabia, porque con él no hay. Es uno de los mejores cantautores que conozco (vivos o muertos, en activo o en letargo), y con eso ya sería suficiente. Pero además es una de las mejorcitas personas que conozco, una de las mejores alegrías que me depararon los días.

Hay muchas canciones tuyas que ya son, por derecho propio, parte integral de mi propia vida. Gracias. De verdad, tío, gracias.

El otro día me di cuenta de que la guitarra estaba hablando sola, y hablaba de ti.

Ahí te va, colega, no es mucho, pero tampoco es mucho lo que puedo hacer:


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Cuídate, tío. Cuidaros todos.

velocidad

Me gustaría decir algo importante, o algo serío, pero el tiempo se me escapa entre los dedos… Demasiado apego a la novela, de nuevo. Las letras de over. Ensayar las canciones de cantautor. El último libro de poemas se me revela, y empieza a decir cosas que me hacen toser, atragantarme, seducir al súcubo de la musa con zalamerías para que calle, para que no hable…

Y me he bajado a por unas cervezas y papel higiénico, corriendo, y no ha sucedido nada. Y ayer me acosté a las nueve de la mañana, componiendo bastante, intentando escribir letras, leyendo primero lo que llevo de la novela y después acabando la de Pérez-Reverte, después a golpes con el libro de poemas, y empiezo a pensar que es quizá demasiado, que me estoy exprimiendo demasiado para intentar decir lo que no acabo nunca de decir, dando vueltas y vueltas como un buitre sobre el cadáver. Estoy cansado. Pero al mismo tiempo me siento bien, entero, lúcido.

Y ahora a correr al curro, en el que tampoco puedo relajarme. Al máximo. Siento que he apretado el acelerador y que estoy temiendo la roca que me va a frenar. La roca que no voy a ver. Contra la que me voy a estrellar.