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roncando en el árbol

Recorro el bulevar de siempre, con la cabeza vacía, las manos hueras, el corazón bajo estricto secreto sumarial, bombeando y recibiendo sangre a través de fontanería de seguridad, cañerías reforzadas con hormigón y plomo, un bunker inalienable. Entro en cada tasca siempre y sólo para tomar una cerveza y escuchar a gente humillada, soberbia, enfrascada en el fútbol y su as y su marca, gente viviendo al mismo tiempo que vive. Hiendo las manos en la carne lívida ya amortajada del recuerdo, al salir de cada cafetería, y por eso mismo busco siempre la siguiente. Volver a mirar con ojos nocentes caras diferentes que siempre hablan de lo mismo. Qué mal hablan. Pero qué bien lo hacen.

Después vendrá la noche y será de labios con el color y la textura de las fresas. Labios excluyentes o invitadores, según se tercie. Labios de un presente difuso. Todo es presente, porque todo está aquí cuando está. Pero hay cosas que se diluyen, se difuminan, están pero no estarán mañana. Y en cierto modo lo saben, que no es sino decir que en cierto modo lo sé. Hay partes del presente que están condenadas de antemano a ser recuerdo. A no ser presente mañana. Los labios siempre fueron más que simples labios, pero yo no supe verlo. O no quise. O dolía hacerlo.

Me juego la noche en el sufragio particular de la ruleta rusa de la melancolía.

Si toca bala me dormiré en las esquinas, borracho y hundido, y desearé que no llegue nunca un mañana como el que hoy que abandono entre sollozos. Si toca vacío sacaré al buzón ventrílocuo de mi maleta y reiré, gritaré, cantaré, acabaré las cervezas que nadie termine y será Una Noche Graaaaande. En realidad es lo mismo.

Eso es lo que no sé decir de ningún modo.

Empieza el fin de semana.

singularidades

– ¿Si la viera ahora mismo? Creo que eso generaría una paradoja en mi espacio-tiempo personal. Tío, llevo tanto tiempo negándome ciertas formas de su existencia, limitándola a recuerdos, un número de teléfono… es fácil tratar con una voz, puedes convertirla en un simple registro. Las voces no huelen. Es fácil tratar con recuerdos, por lo mismo. Pero… ¿verla?, desde luego sería toda una revolución, un cisma enorme, una gran grieta. Una fractura terrible, un gran crack. Todos los pilares sobre los que he cimentado una temblorosa nueva vida, sea como sea, sufrirían horrores. Mi yo consciente empezaría a formular preguntas al inconsciente que este no debería responder. Porque me he mentido, me he mentido a mí mismo como única terapia o como última salvación y he sobrellevado la misma vida encima de una gran mentira, a modo del caparazón de una imposible tortuga gigante. Hoy por hoy es esa gran mentira la que me mantiene en pie, y verla supondría una refutación insoslayable. Las paradojas alteran el espacio-tiempo normal, conocido, y generan singularidades.

– Ja, no tengo ni idea de lo que hablas. ¿Otra cerveza?

– ¿Acaso no caga el Papa? Pide también unas bravitas ricas, anda.

cortar y pegar

Durante once meses los hacedores de discursos han estado dividiendo un país, radicalizando las posturas para manipular convenientemente la mayonesa. Ahora ganador y perdedor aluden a la necesidad de la unidad nacional. Y lo conseguirán. Un mundo rabiosamente enzarzado en la actualidad es un mundo sin pasado. Un mundo sin pasado puede ser cualquier cosa, como la plastelina o la arcilla.