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apuesta

No sé si era Spinoza, o Malebranche, o Cicerón (vaya collage) el que comentaba que los alegres sólo tienen capacidades espirituales superficiales. No creo estar demasiado de acuerdo con eso, al menos expresado de forma tan taxativa. Pienso que sólo los que han estado bien jodidos en algún momento comprenden el don precioso que es la alegría, que sólo ellos saben valorarla en su justa medida, que no es otra que el exceso. La alegría y el dolor te sobrepasan si no estás cargado de escudos, y no hay otra forma de vivirlas realmente más que como una excentricidad en sentido estricto: te sacan de tus casillas, te ex-centran o descolocan de tu órbita habitual. En ese momento comprendes muchas cosas que no puedes ver en otra parte, que es imposible ver en otra parte. Cuidado con aquellos que siguen una línea inatacable e inalterable: dentro de sí guardan todos los daños y todas las alegrías a medio digerir: son bombas de tiempo, estallarán cuando menos lo esperes.

Dos posturas diferentes bien marcadas: Buda, por una parte, dijo algo así como «el que nada desea todo lo posee», lo cual me parece acertado pero, a veces, un poco simplista y escaso. Aristóteles, sin embargo, dijo: «la felicidad pertenece a los que se bastan a sí mismos», y eso es bien diferente. Se puede desear sin temor, pero únicamente aquello que tú mismo puedas realizar sin intervenciones externas.

Ninguno de ellos, en realidad, se acerca a lo que yo puedo considerar como felicidad. Ambos, cautos y resabiados, tienden más bien a una especie de camino seguro que te da lo que en otro post ya comentaba: la tranquilidad. Evidentemente, si consideras el placer como la ausencia de dolor, la felicidad es la ausencia de intranquilidad. Es decir, ambos ofrecen un método filosófico-matemático que asegura no salir mal parado. Pero en el fondo ambas cosas suponen amurallarse a uno mismo, temeroso y acojonado tras las almenas de un yo fortificado.

Claro que uno puede subir su propio nivel freático de estima y completud y disfrutar enormemente con ello, pero conversar y departir, compartir, es conditio sine qua non. Mi no olvido that. El agua de una charca que no fluye se estanca y se pudre. Se estanca y se pudre.

La felicidad tiene más que ver, para mí, con los verserkers (no sé cómo se escribe exactamente), o salir con el pecho descubierto. Este camino no asegura nada, puedes ser feliz como un bestia o hundirte en la depresión más absoluta. Lo que tienta del camino es lo exagerado del premio, y lo que amedrenta es lo terrible de la derrota, si llegara a producirse (lo que es más que probable). Es un camino pantanoso en el que no hay reglas, excepto liberarse de los escudos antes de entrar.

Lo dije ya por ahí, los receptores de la alegría y de la tristeza son los mismos, si te cierras a una te has cerrado a la otra, aun sin darte cuenta. Te conviertes en un recinto feudal en el que todo queda dentro en un proceso endogámico que, creo, jamás es del todo sano. Uno es un gran soporte de sí mismo, uno es condición necesaria de sí mismo, pero no suficiente.

La tristeza y la alegría llevadas al extremo no son recomendables por sí mismas, sino porque abren nuevas dimensiones de conocimiento de uno mismo y del mundo. Uno se ve torvo y oculto y tiene nuevos ojos, uno se encuentra feliz y abierto y tiene nuevos ojos, uno afronta el café de la mañana con cotidianidad y tiene nuevos ojos. Puede limitarse a tener sólo unos, gozar del remanso y el solaz de estar centrado, y ese es un camino que asegura, a la fuerza, la tranquilidad de espíritu. Pero no asegura nada más.

Ciertas dimensiones pueden llevarte a un estado mucho peor que la muerte (que al fin y al cabo sólo es la nada, que no es nada, donde no hay nada y nada puede ser percibido ni sentido), pero son las dimensiones las que conceden la profundidad. La felicidad es una apuesta constante, y haciendo revisión histórica lo habitual es perder la apuesta. Pero… ¿y si…?

oligoelementos

Subía del sumermercado, después de comprar un sustituto para el recogedor que Marcos pisoteó, borracho y eufórico, mientras intentaba encontrar el baño sin visión nocturna perdido en un marasmo de vaivenes, cuando me encontré a mi vecino bajando. Visiblemente nervioso, me saludó y se paró a mi lado.

– Tío, mi mujer se ha pirado, tronko.

Y se me quedó mirando como si yo, en este tema en concreto, fuera una especie de gurú o extraño chamán urbano. En su mirada había una exigencia de sentido, de concretar una respuesta, o un consuelo, o una ayuda por nimia, mínima o exigua que fuera, que me incomodó. No me gusta que me presionen.

– Ya. Es lo que suelen hacer, tarde o temprano. No le des más vueltas.

Y ahí le dejé.

Al mismo tiempo que seguimos fajando por la liberación cultural, social y laboral de la mujer, a alguien debería ocurrírsele, pienso ahora, empezar a abogar por la liberación emocional del hombre. Tiene un gran campo.