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la calle del medio

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Café, ibuprofeno y cigarrito para la resaca (ya me conozco esto). Ayer dEMASIÉ vino a hacer una visitilla tras el curró y le lié, o me lió, o nos liamos ambos para ir al concierto donde habíamos quedado con el clip doblado. Como dEMASIÉ y yo no tenemos ni idea de dónde estamos, para ir al barrio del pilar pasamos por pozuelo, por boadilla… al final seguimos las indicaciones de Miri y llegamos al garito, tan sólo media hora tarde con respecto a la hora que habíamos fijado. Allí veo a Tania y a Pedro (cómo me alegré de verles), tomamos doscientos millones de cervezas (siempre terminan conociéndome los camarer@s), vemos un concierto de la ostia, hacemos el ganso (se me da muy bien, modestia aparte), me sobo en el coche y me traen a casa, donde me pregúnto qué coño estoy haciendo y me duermo.

Me levanto pronto, me voy a por donuts porque hoy me apetece reconciliarme con el mundo, o con lo que queda de él. Hoy me voy a permitir no contar nada de lo que sentí, y es más, de lo que siento ahora mismo.

Ya está bien redicho.

Viernes… me da miedo.

ciclotímico

O más aventuras y desventuras de un (nuevo) calvo de maquinilla. Al ir a comer a casa de mis padres mi madre comentó: «¿pero qué necesidad tenías tú de eso?» (con cara, evidentemente, de novasaligarniaunquepagues, cabrón)

Toda la mañana vegetando, mirando el techo. No se estaba mal. No me sentía mal, ni con necesidad de hacer nada. No tenía necesidad de mirar a ninguna parte en concreto. Pensaba en Paniker y en Kundera, entreverándolo con «El jugador» de Feodor. En la vida, supongo, en general. Y en particular en la mía. A veces liado con el camino deductivo y, otras, con el inductivo. Extraer leyes generales es siempre algo tendencioso y trinitrotoluénico, pero anda que explicar un caso particular a raíz de una supuesta ley general… Entonces acudía a Kundera: «lo que ha sucedido sólo una vez es como si no hubiese sucedido nunca», y después a Paniker, que diría algo así como que lo que ha sucedido una vez (o doscientas) no tiene sentido (vital) si no arraiga en una mística propia y autogenerada (y autocontrolada, no olvido). Luego, como todo era un tanto confuso y apestaba a intelectualoide, jugué a la play un rato. Luego toqué la guitarra, saqué algunas canciones de fito. Luego me duché, el golpear del agua en mi cabeza era, cuando menos, extraño. En bolas aún taquigrafié unos poemas que habían salido bajo el influjo del agua (¿de piscis?, ¿se puede decir eso de unos versos que se me ocurrieron en la ducha?, no sé, no sé…). Luego me fui a comer a casa de mis padres, no sin antes adecentar la batcueva hasta límites visuales tolerables.

Hacía sol. Era un buen día (lo es). Pensé en el gorro del Nécora. ¿Dónde lo tengo guardado? Me hará falta. Brr, qué frío tras las orejas. Comida en abundancia. Medio siesta viendo a la idiota del programa «El rival más débil». Me descubrí mirando la matrícula de una kangoo aparcada, por si era matrícula CFN. Vaya, parece ser que no aprendo demasiado de todo esto. Encuentro con el hermano de Nano, que me mira la cabeza con cara de grima. Le digo que voy a afeitarme otra vez, porque lo hice mal a ratos. Más cara de grima.

Bajaré a por unas cervezas, porque el clima arrecia y uno debe pensar en ingerir calorías del modo más agradable posible. Tengo varias historias que deben ser escritas. Bueno, que me apetece escribirlas.

Decía Kundera que el ser humano está imposibilitado para ser feliz. Porque lo que nos hace felices nos produce interés por repetir, y cuando repetimos nos hastiamos. Algo así (supongo) como la perenne novedad, y además conscientes de no deber repetir jamás, o a lo sumo un par de veces.

Bah, Kundera decía muchas cosas. Paniker es más optimista en ese sentido. Dice que sólo viviendo en un eterno presente podemos acceder a la felicidad completa de los gatos, los perros, todos ellos. Eso me convence más. Soy malo recordando, y mucho más proyectando. Decía: «la felicidad del animal que te guiña el ojo».

Consciente de, pero a la vez inmerso completamente en.

Ciclotímico. Interesante palabro. Perfecta descripción de un cuadro clínico y, ¿por qué no?, de un evanescente presente que siempre, como sea, llega a trompicones.

Bueno, al menos a la petanca sí puedo jugar.

delicuescente (en su segunda acepción)

El anticuario no puede:

– Escuchar a Grapelli relacionándolo con Familia. Escuchar a Grapelli sin más, sí.
– Ir a casa de Víctor y Leticia.
– Ver el programa ese de sexo en Telemadrid.
– En la tesitura de tener que escoger entre siete vidas y platos sucios, me quedo con platos sucios, porque aunque es funestamente peor salen exteriores de barcelona, y no del centro de madrid.
– Cantar Cada Amanecer.
– Fumar porros en el ambiente de fumar porros.
– Cocinar, aunque parezca mentira casi todos los platos que sé hacer (y son casi demasiados), duelen.
– Hoy he constatado que no puedo raparme la cabeza al cero. La multiúnica vez antes de lo hizo ella, y también duele.
– Adelgazar. Aunque en los primeros meses perdí muchos kilos, después cada gramo perdido duele, porque es lo que ella quería.
– Componer canciones hermosas. «Ceda el paso» casi acaba conmigo. Ahora me gusta tocarla, sin embargo.
– Ir a cualquier evento en el centro de madrid.
– Tomar vemuth en «el profesional».
– Salir por chueca o malasana, en especial dolor en Barbieri y La Palma.
– Acostarme en el palomar.

Creo que eso es todo. Aunque sé que eso no es todo.

(Por cierto, sitios curiosos en los que uno está)