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hace falta calma

Todo va muy acelerado. Como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, voy corriendo a todas partes mirando el reloj del móvil, tropezándome con todas partes y bufando porque me duelen las espinillas, todas las tardes delante del ordenador quemándolo, todos los días en un viejo corsa blanco desgastándolo.

Así no se va bien. No se ve el paisaje.

Intentar echar el freno es como intentar que no se hunda el Titanic a base de colocarle salvavidas atados a la quilla. Se le echa ilusión, pero no sirve para nada, no frena. Cuando apago un fuego tengo que ir corriendo al siguiente. Cuando me siento a disfrutar una cerveza me tiembla la botella en la mano, por miedo a que el cielo se desplome sobre su casco. Tengo la sensación de que el tiempo vuela, porque lo hace. Siempre tengo cincuenta cosas al mismo tiempo en la cabeza, y todas quieren sus putos quince minutos de gloria constantemente. Todas reclaman. Recibo presión. Normal, por otra parte, pero presión. Siento, a veces, que voy a reventar en pedazos.

Y encima me pierdo el paisaje.

Si no fuera por la puñetera pasta, me quedaría quieto. Abriría una cerveza. Me sentaría en la cama, mirando la ventana. Qué gustito.

«La humanidad, partiendo de la nada y con su sólo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria.»
Groucho Marx.

payasos

Un día el profeta Elías se le apareció al rabino Baruka en el mercado de Lapet. El rabino Baruka le preguntó: «¿Hay alguien entre toda la gente de este mercado cuyo destino sea compartir el mundo venidero?». Entonces dos hombres se acercaron a ellos, y Elías dijo: «Esos dos compartirán el mundo venidero». Y el rabino Baruka les preguntó: «¿Cuál es vuestro oficio?». Y ellos dijeron: «Divertimos a la gente. Cuando vemos a un hombre que está triste, le animamos. Cuando vemos a dos personas que discuten, nos las arreglamos para que vuelvan a hacer las paces».

Amé la sabiduría; la busqué cuando era joven y anhelé hacer de ella mi novia, y me enamoré de su belleza. Así que decidí llevarla a mi casa para que viviera conmigo, sabiendo que sería mi consejera en la prosperidad y mi consuelo en la tristeza y la pena».

Soy tratante de enanos, y por eso siempre tengo la casa hecha una basura. Un campamento de desorden sobre un manto espeso de pelusas. Ser tratante de enanos supone viajar todo el tiempo, ir de un sitio a otro con mi catálogo y mis enanos y buscar potenciales clientes, durmiendo en hoteles de tercera regional en el mejor de los casos y en el tren en los demás. No conduzco porque todo el destino se ha confabulado para que no lo haga, así que duermo y viajo en trenes y autobuses, la mayor parte del tiempo. Cuando llego a casa la miro por encima, saludo a los nuevos montones de polvo, riego las plantas, voy al chino a por unas cervezas, me siento y miro la tele. O leo algo. O escucho el Ipod, o dejo vagar más o menos libre la cabeza.

Mi cabeza es un campamento de desorden sobre un manto espeso de pelusas, aunque no esta vez por causa de mi profesión, sino más bien al contrario. Siempre que llego a casa echo de menos todo lo demás. Las carreteras, las vías, las sábanas de franela llenas de pelotillas de mis residencias en tránsito. Es curioso, porque cuando entro en un motel echo terriblemente de menos mi casa, la tele, el chino y las cervezas, la puerta que se cierra y deja todo lo demás fuera. Benditamente fuera. La puerta del hotel hace lo mismo, pero no es mía.

Intenté entrar en una oficina a trabajar. El primer día me senté donde me dijeron y completé las secuencias que me indicaron en el teclado del teléfono. Después, sonó. “Buenos días, bienvenido a la banca azul-magenta, ¿en qué puedo ayudarle?”, “pues más bien en nada, pero tengo que hablar con alguien”. “Bien, en eso puedo ser el indicado, dígame”. “Resulta que mi marido ha cancelado mis tarjetas y no puedo utilizarlas”. “Bien, espere un segundo”. Consulté a mis superiores porque no tenía ni idea de qué hacer. Después, volví. “Indíqueme su DNI, por favor, voy a ver si puedo reactivarlas”. “Oh, no puede, ya he llamado antes”. “¿Ya ha llamado antes?”, “sí”. Silencio reflexivo. “¿Y ya ha comprobado que no se pueden reactivar?”, “sí, soy beneficiaria, no titular, es imposible que me las reactive”. “¿Y entonces… por qué llama?”, “oh, porque mi marido es un pedazo de cabrón, se ha echado una niña-amante que le hace sentir como si volviera a tener treinta años, ha cancelado mis tarjetas para que no le reviente el saldo por no poder reventarle el cráneo, se ha ido con ella a cualquier otra parte y me ha dejado aquí sola”. “Joder, es una putada”. “Ya le dije que es un cabrón”. “Sí… lo es”. “Me alegra que lo vea así”. “Yo… lo lamento mucho”. “Yo también… muchas gracias por todo…” Y colgó. Y yo no me sentí ni bien ni mal, pero sí terriblemente inútil. Estuve nervioso un rato. Después salí de allí como alma que lleva el diablo de un bar en el que su cuenta se ha agotado.

Miro mi casa por encima, saludo a los nuevos montones de polvo, riego las plantas, voy al chino a por unas cervezas, me siento y miro la tele. O leo algo. O escucho el Ipod, o dejo vagar más o menos libre la cabeza. Pero no limpio. Me parece una enorme pérdida de sentido el llegar de uno de los agujeros excretores del mundo y ponerme a adecentar mi casa. Una incongruencia. Me parece una tremenda continuidad en el vacío volver de la nada y coger una escoba precisamente como si nada hubiera sucedido. Me parece completamente imposible convencerme de que después de llegar de una situación que me importa menos que cero tengo que meterme en otra que me importa menos todavía. El matiz, la diferencia entre menos que cero y menos todavía. Espeluznante.

Lo peor de ser tratante de enanos y de viajar es que uno siempre quiere volver al lugar imaginativamente inmaculado que es su punto de origen. Es complicado constatar que uno tiene la misma relevancia en el tránsito que en el punto de destino. Sería enfermizo disfrutarlo, y sólo un poco más aún limpiarlo.

My daddy told me, lookin back,
The best friend you’ll have is a railroad track
So when I was 13 said, I’m rollin’ my own
And I’m leavin’ Missouri and I’m never comin’ home

And I’m lost
And I’m lost
I’m lost at the bottom of the world
I’m handcuffed to the bishop and the barbershop liar
I’m lost at the bottom of the world.

Satchel Puddin’ and Lord God Mose
Sitting by the fire with a busted nose
That fresh egg yeller is too damn rare
But the white part is perfect for slickin’ down your hair

And I’m lost
And I’m lost
I’m lost at the bottom of the world
I’m handcuffed to the bishop and the barbershop liar
I’m lost at the bottom of the world.

Blackjack Ruby and Nimrod Cain
The moon’s the color of a coffee stain
jesse Frank and Birdy Joe Hoaks
But who is the king of all these folks?

And I’m lost
And I’m lost
I’m lost at the bottom of the world
I’m handcuffed to the bishop and the barbershop liar
I’m lost at the bottom of the world.

Well I dined last night with Scarface Ron
On Telapia fish cakes and fried black swan
Razorweed onion and peacock squirrel
And I dreamed all night about a beautiful girl

And I’m lost
And I’m lost
I’m lost at the bottom of the world
I’m handcuffed to the bishop and the barbershop liar
I’m lost at the bottom of the world.

Well God’s green hair is where I slept last
He balanced a diamond on a blade of grass
Now I woke me up with a cardinal bird
And when I wanna talk
He hangs on every word

And I’m lost
And I’m lost
I’m lost at the bottom of the world
I’m handcuffed to the bishop and the barbershop liar
I’m lost at the bottom of the world

Tom Waits. The bottom of the world.

museo para idiotas

para idiotas

(Del lat. idiōta, y este del gr. ἰδιώτης).
1. adj. Que padece de idiocia. U. t. c. s.
2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
3. adj. coloq. Tonto, corto de entendimiento.
4. adj. desus. Que carece de toda instrucción.

I’m tired of, of everyone I know
Of everyone I see on the street and on TV, yeah

On the other side, on the other side
Nobody’s waiting for me on the other side

I hate them all, I hate them all
I hate myself for hating them
So drink some more, I’ll love them all
I’ll drink even more…
I’ll hate them even more than I did before

On the other side, on the other side
Nobody’s waiting for me on the other side

I remember when you came
You taught me how to sing
Now it’s seems so far away
You taught me how to say

I’m tired of
Being so judgemental of everyone
I will not go to sleep
I will train my eyes to see
That my mind is a blind as a branch on a tree

On the other side, on the other side
I know what’s waiting for me on the other side
On the other side, on the other side
I know you’re waiting for me on the other side

The Strokes – On the other side.