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Putas

Cuando la conocí aún no era
puta, y eso de por sí ya constituyó
una novedad. De algún modo
todavía no lo es, pues no lo cree y
yo no soy nadie para prevalecer.

Y si las calles te toman tú reza.
Si las calles acuden anestésiate
con la cerveza.

Ellas son putas (y no lo saben),
ellas hablan de su propio camino
cuando

el esclavo mejor encadenado es aquel
que llama a sus argollas como si fueran
sus propias piernas.

Ellas no son putas por naturaleza,
en eso anduve equivocado cuando
los sueños no conocían la pereza ni
el desengaño, algún capullo les
ha enseñado a tener las piernas abiertas,
el cerebro menguado, la frente estrecha,
el coño mojado.

Al fin y al puto cabo
ellas sólo sueñan… hacen
lo que pueden… se estorban
cuando van andando…

Tonterías. El pelo se encrespa
bajo el efecto de un calmante vitamínico,
el pan se paga en dinero y la
alegría con abandonos, la sangre
corre menstruada por el agujero
infecto del ideal roto, y si el
aditivo de la individualidad es
una farsa no puedo ni escupir un
cerrojo, una envidia, un
caramelo.

Ellas no son nada, como nosotros,
sólo marionetas bien educadas que
juegan a disimular sus propios hilos.

“¿Has visto mi afecto por los servilleteros?
No, lo juro, tú eres así, sólo tú
y porque sí. Es un juramento, te
aprecio”.

Vamos a jugar a idiotas,
tú pones la cama y yo la
sensación de paz.

Conversaciones

Salgo cansado esquivando los
proyectiles asesinos que
intentan traspasarme con
sus finas agujas.

Estupideces las estupideces
que retumban en mi cabeza hueca
pretendiendo instalarse en
tanta tierra virgen y fértil.

Dices que te hago daño, y no
imagino cómo podría ser de otro
modo. Dices que te duele cuando
hablo y que sangro tus venas
sin conmiseración alguna.

No es fácil conservar la lucidez
en este cementerio silabeante,
muerto pero móvil, acabado pero
activo. Dices que te hago daño
y yo me pregunto cómo esquivar
estos proyectiles que no me
encuentran pero me ríen, que no
terminan de penetrarme pero me
componen.
Dices que daño y yo sé que estás
tan lejos que ni así me perteneces,
te pertenezco.

Sólo a los días, sólo a los
desatinos de esto que algunos aún
pretenden llamar vida.

Quisiera violarte para que me
odiases, o algo así, quisiera
penetrarte con la verga fría de
mi descontento para que me
comprendieses, tengo esa manía,
ya sabes. Nadie es perfecto.

Pero tú sigues sin entender nada,
riendo y siguiendo el juego
estúpido de pensar que aún
algo significa algo, cualquier cosa,
por mínima que sea.

Desconfía, perdona nuestros
pecados así como nosotros partimos
la cabeza a nuestros deudores,
esnifa algo para matar el picor
del coño y sitúa tu cabeza tan

alto que

nadie pueda tocarla,

nadie pueda mancharla,

nadie pueda convencerte de
que lo que te hace falta es
tan estúpido que no merece una
lágrima.

Taimados de pacotilla vendiendo
su imbecilidad en los bares,
escupiendo hermosura por los
cuatro costados sin merecer
ni una segunda mirada, ni acaso aún
la primera, ni siquiera la misma vida…

Es idiota escribir esto, tú estás a
cien mil kilómetros de comprenderlo.

El viejo carrusel esculpió en
tus huesos los nuevos dogmas, las
nuevas formas de atar tu cerebro.

Tocan a revelación en el
telediario, sube el volumen,
no podemos perdérnoslo.

Síntesis

Si sumamos todas las
sudoraciones que han permanecido,
consecutivamente en el tiempo,
en esta silla alta, obtenemos
una mezcla heterogénea y compacta
que unos llaman mierda y, otros,
altruistamente, necesidad humana.

No es indiferente a mi
moralidad la diferencia entre
ambas, no es indiferente ni
siquiera a mi forma de mear,
de recoger las cenizas que queman
el edredón, ni siquiera de llorar.

Si aditamos a la mezcla cada una
de las veces que espanté
la soledad con músicas yermas,
cada una de las veces que el
cola-cao caliente de la vida
me hizo un agujero en el culo,
cada uno de los trabajos y los
días, cada uno de los sudarios,
de las piscinas, de las estanterías,
de los crucifijos, de las palabras,
de los besos, de las fluoraciones
dentales, de los espejos, de
los papeles suaves de váter,
de las patrañas, de las malditas
patrañas que inocente creí,
si añadimos todo esto me queda
en las manos la perentoriedad indecorosa
de mi puño instalándose en tu rostro;
no te equivoques, no es nada personal,
sólo impotencia.