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relojes

No me digas nada. Como si nada hubiera sucedido o como si lo hubiera hecho demasiado a menudo como para comentarlo.

Al fin y al cabo no era tan complicado entonces.

Tampoco lo es ahora.

Sentado mirando la tarde que se va desplazando al olvido con el tic-tac de los millones de relojes
que nosotros mismos construimos en voz alta.

comunicación

Te pedí
un segundo
para mirar a otra parte.

A mi alrededor cerraron la calle
con precintos amarillos.
Mandaron a la gente a casa,
dijeron que no había nada que ver allí.

«¡Circulen, vamos, circulen!»

Terminaste el café y te fuiste,
esquivando el cerco.

Yo me quedé.
Observando el infinito,
rompiendo las tarjetas de crédito,
sabiendo que iba a echarte
jodidamente
de menos
de nuevo.

por las mañanas

En el fondo era lo mismo.
Nos teníamos el uno al otro
para mirarnos el ombligo.

Duplicábamos el exceso de
sales y soles,
el ritmo de las sábanas
aliméntandose de los sueños
rotos que caían de las
almohadas.

Era lo mismo.
Un instante detenido
en el que tú, cansada,
me besabas despacio,
te levantabas,
abrías la ventana
para que las cortinas

dejaran pasar
el aire.