# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (759) | canciones (157) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (356) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.703) | atranques (1) |

sinceridades

Qué gratificante es ser sincero cuando no te va nada en ello.

– ¿Tengo el culo bonito?
– Tienes el culo como un triceratops, guapa.

Tiene un culo estupendo. Pero le muestro sinceramente mi falta de interés en todo esto.

– No seas absurdo, tengo un culo bonito, me lo dicen mucho.
– Eso no vale para nada. Todo el mundo miente. Y más sobre estas cosas. Te dirían que tienes el culo bonito aunque fuera un cráter lunar peludo, pálido y partido por la mitad con un serrucho.
– Vamos a tomar otra cerveza, que hoy estás tonto.

Se levanta y va a la nevera, yo espero en la cama encendiendo un cigarro. Vuelve con un par de latas de cerveza viva.

– Pues tú estás gordo.
– Eso ya lo sé.
– A mí no me molesta que lo estés.
– Deberías ser mi médica, sería todo más fácil y divertido.
– Supongo que en ese caso mi perspectiva cambiaría. ¿No te gusta mi culo?

Pone morritos. Yo nunca he sabido muy bien cómo resistirme a eso.

– Sabes perfectamente que tienes un culete estupendo.
– ¡Gracias!

Pero estoy corroído por la sinceridad, de la facilona, de la que no supone ningún esfuerzo.

– Sin embargo… tienes los hombros muy caídos.
– ¿Y a quién coño le importan los hombros, joder?

Le da un sorbo a la cerveza y se mira la punta de los dedos de los pies, sonriendo.

sobre lo real

Pero eso no tiene mucho sentido. Es sólo un relato.

Y un poema.

Vale, y un poema. Pero… no tiene sentido. Yo estoy aquí. Esto es un beso.

Y me besas.

Pongo mi mano en tu cintura.

Y lo haces.

Pongo mi mano en tu polla.

Y lo haces.

Esto es contacto.

Y me pegas una ostia.

Y después otra.

Y después no puedes parar.

Y me golpeas, a patadas, a puñetazos, a tortas. Estás llorando. Yo no puedo hacer nada por detener ninguna de ambas cosas. Así que recibo. Los golpes y las lágrimas.

Sigues así un rato. Un buen rato. Me miras, compungida. Me miras, llorando.

Me miras y no puedes hacer nada.

Me pellizcas.

Me haces daño.

Me retuerces un pezón.

Duele.

Vuelves a las tortas en la cara. Tengo un resorte que me devuelve siempre al centro mientras tú pegas duro, y pagas la rabia de no poder hacerme ver lo que tú comprendes de un modo diáfano.

Tengo tan poco que contarte ahora que prefiero que sigas pegando.

Aunque me beses.

Aunque me des ostias y me beses al mismo tiempo.

Y me desnudes en medio del suelo, mientras te desnudo y no dejas de pegarme.

Me sigues pegando mientras follamos.

Al día siguiente, cuando me levanto para hacerte el desayuno, ya no estás.

Las heridas, los daños, dependiendo de cómo vengan, no duelen demasiado y significan bastante.

Tengo trabajo con el betadine.

Delante del espejo, todo duele estupendamente bien.

Si el tipo del otro lado quiere hacer algún reproche, se cuida mucho en hacerlo, así que yo sigo con lo mío.

(Un trocito de Hablando sobre Bakunin, porque mis pensamientos iban por ahí hoy y acabo de llegar a casa y no tenía tiempo de escribir nada, pero quería decir algo concreto).

rematando el sábado

¡Oh, puerta, salida del monte, desprovista de memoria,
que no tienes inteligencia!
A la búsqueda de tu madera he recorrido 20 dobles leguas
antes de percibir el más elevado de los cedros.
¡El árbol, del que estás hecha, no tenía su igual en el Bosque!
Tu altura es de seis ninda de alto, tu anchura de dos y de un
ammatu tu grosor;
tu gozne, tu pivote inferior y tu dintel son de una sola pieza,
te he fabricado y te he traído a Nippur para el Ekur.
Si hubiese sabido, oh puerta, que tal sería para mí tu recompensa
y tal el beneficio que tú me habrías de testimoniar,
habría levantado mi hacha y te habría troceado
y en una almadía habría transportado tus pedazos.

Poema de Gilgamesh.

La chica nerviosa del ascensor había perdido el control y yo no conseguía recuperar del trastero de mi memoria emocional la combinación de su caja torácica, el filo aguzado de la calma inmediata, el ilimitado y líquido perfume de su pelo al despertar. Una sociedad de palitos de cangrejo no puede comprender la irremisible terquedad de un poro de la piel que se abre al contacto y deja pasar un finísimo hilo de humanidad, o reverencia humana, o esencia viva o como se quiera decir. Una sociedad de bocadillos expedidos por máquinas no puede reconocer más interrelación que la filtrada a través de capas y capas de aislantes: plástico protector: nos libra de la contaminación: también de lo demás: acaso pensaron que podía darse lo uno sin lo otro. Al fin y al cabo, tómense las precauciones que se quiera, el contacto es contaminación en sí mismo, y es muy difícil discutir este tema en otros términos que no sean éstos e intentar llegar a alguna parte.

Si lo que se quiere es llegar a alguna parte, por supuesto.

La chica, nerviosa, del ascensor, abría una tira de chicle y le quitaba el albal para después meterselo en la boca, chocarlo contra el paladar y plegarlo con la lengua en algo masticable. Yo no sé qué efecto podía causar en tu boca después de medio paquete de tabaco y tres o cuatro copas, pero no barruntaba nada bueno. Masticabas como un dromedario, moviendo la mandíbula inferior en círculos paralelos a la superior. Rumiando, forzando los molares, puro nervio contra nervio en un gesto mecánico que intenta alcanzar algún tipo de paz en el movimiento. Los labios entreabiertos dejan ver la bola rosacea que está siendo destrozada en este ejercicio y las filas perladas de dientes y la densa masa carnosa rojiza del interior de tus mejillas. Si me apuras, puede verse hasta el esófago. Forzando un poco la vista. No, sin forzar nada.

“¿Entonces qué?”, como si fuera posible preguntar, o más aún como si fuera posible responder algo inteligible, o como si las palabras, mejor aún, pudieran decir algo de todo esto. Las palabras son necias, yo tengo kilos, toneladas de palabras, pero no sirven para nada. Excepto para hacer metáforas, para dar vueltas sobre lo que se quiere decir intentando llegar a algo, hacer comprender algo, convertir un pensamiento, emoción o concepto en algo saboreable, algo con la capacidad de que te lo metas en la boca como la bola rosacea de chicle, con la propiedad de que al reventarlo con los dientes contra tus papilas gustativas y los millones de sensores precisos de tu pituitaria pueda mostrarte algo, pueda meterte en algo que yo tengo dentro y no puedo sacarte para que lo comprendas, pese a los camiones de palabras que guardo en la memoria como algo precioso sin saber muy bien por qué. Sin saber, todavía hoy, muy bien por qué.

Entonces qué, con la mirada fija en mis ojos y los senos elásticos en el sube y baja de tu respiración agitada con tu anacrónica y destemplada y desteñida camiseta del Che Guevara y tus vaqueros de cintura y tiro bajo y las botas sobre el final de las perneras. Entonces qué y saco un cigarro y me lo enciendo y pienso que esta lucha es resultado del juego al que juego y en el que parece que no termino de ganar nunca. Y el cigarro sabe bien sin disnea y el tiempo se elonga y adolece de ritmo y se estanca y como todo lo estancado enferma y se muere, y da paso al siguiente tiempo porque el tiempo no cesa.

– De acuerdo, tía, como tú quieras. Vamos al garito de Pablo.

Te rodeo los hombros con mi brazo, sonríes y doblamos la esquina sin esfuerzo aparente.