Lo sencillo
era
dejar
de complicarse.
Pero
eso
no
estaba
fabricado
aún.
Habría que empezar de cero.
Recoger palitos.
Hacer esquemas de cómo sería en dibujos sobre la arena.
Llegar a acuerdos, establecer procedimientos.
Protocolos.
Mirarnos a los ojos y susurrar un «nunca nos engañaremos»
imposible
que salía muerto de nuestras bocas,
muerto y expelido como si estuviera vivo.
Cementar los palitos con saliva o con barro,
con lo que hubiera, darle forma sobre los esquemas
que,
entretanto,
había borrado el aire plomizo de la tarde.
Llegar a término a tiempo de ver
el resultado, en medio
de un borrón manchado de datos, costes
y beneficios.
A esas alturas a ver quién recordaba aquello de lo
sencillo.
Con tanto tiempo invertido a ver quién se atrevía a hacerlo.
Y a volver al principio.
Habría que empezar de cero.