… cae, pesadamente,
sobre las banquetas grotescas
de la cafetería. Negro
y combado cielo anudando
nuestras sonrisas, compulsivamente,
en un pañuelo arrugado sobre
la mesa.
Aquello existía, porque nos
importaba, porque lo hacíamos
importante. De otro modo
se hubiera disuelto en el olvido,
en lo que no existe, en lo que
no existió jamás. Hasta que
otra preocupación lo materializase
ex nihilo. Hasta entonces,
nada.
Y la tarde embarraba, plomizamente,
los cafés, la conversación,
mientras tú y yo contribuíamos
eficazmente a la invención
de un mundo torcido que sería,
desde entonces,
instante.
Inocentes y malditos,
plenos y vacíos.