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Ojos y botellines

Que no tengo,
asimismo,
ojos tampoco,
que te juro que busco
unos que me
expliquen y me hagan
querible,
que me voy configurando
alado con cada desayuno
que trago,
con cada pesadilla
que asimila mi organismo.

Tomo un cenicero y
no tiene reposabrazos,
debo dejar
los míos dentro;
en estado latente siempre
fui un genio de
la lámpara del
no-estar-aquí
cuando
no-quiero-estar-aquí.

Alzo los brazos a la tierra
de tierra del suelo
y les hago brotar
flores,
flores de carne
bajo el estanque
de corrupción
que son mis propias lágrimas,
mi propio sufrimiento,
mi propio cajón,

donde duermo.

Mi bandera es…

… atiquénaricesteimporta,
algo desleída, lo reconozco,
pero así son las cosas
cuando no son de otra manera.

Sorbo zumo en el dormitorio,
el carácter no etílico del mismo
produce un rechazo en mi organismo
y la cosa termina,
como siempre en estos casos,
en el mismo sitio,
en el mismo váter.

Mi bandera ondea
al viento libremente
más allá de las mareas,
de la devastación del creyente,
está colocada mucho más allá
de sus guerras santas y sus conquistas
de almas.

De sus formas de hacer
cabezas con máquinas,
de sus rituales imbéciles
destacados, pedantes y melifluos,
de su sonrisa, de su mezquindad,
de su ruindad, de su
triste y ubicuo carácter infantil,
de sus flatulencias intelectualoides
y sus afectaciones esquizoides,
de sus inmarcesibles neurosis
que pintan de colores
las cosas que no los tienen,
produciendo horrendas
combinaciones
que me tengo que
tragar,
junto con el desayuno
y el autobús, al ir a trabajar
o a una facultad en la que
me matriculo,
los inviernos,
para no pasar frío
fuera.

Y ellos son constantes
y alucinantes,
siguen viviendo a fuerza
de hacer un jardín del
mundo, con sus parterres
y sus centímetros exactos de
césped,

en él me ponen a mí
y a otros en su
justo lugar, y nos
riegan, y sueñan
con vernos crecer, y
con que no demos
problemas, y con que
no nos metamorfoseemos
en malas hierbas;

pues es cosa de mal gusto ser mala hierba.

Cuando la mañana…

… se acerque por aquí
la voy a mandar de una patada
a Saturno por lo menos.

No quiero ni verla, no me dice nada bueno,
siempre pergeñando un infierno distinto
en el que colocarme,
un infierno de culpa que
no tiene nada que ver conmigo,
un infierno de el-que-no-soy
hablando con el-que-jamás-he-
-sido.

Cuando venga yo estaré bien aletargado,
bien alucinado, bien enfermo, bien
sano, bien cuerdo bebiendo locura en
este
tiempo
cansado,
que ya no me sostiene,
que no puede sostenerme,
que no tiene lo que hay que tener
para sostenerme.

Me da igual que
suceda si así es.