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Quietas. Calladas.

Arroz mojado de tus lágrimas
quietas, calladas.

(Es la soledad, que aferra y atenaza
y ya no quiere regresar a su celda).

Un café sobre la mesa, ahogando
cabezas en su pequeña ciénaga.

Un cigarro en tus labios
agostados de espera.

Una luna que alimenta,
carne desperdiciada.

Agachas la cabeza y
asesinas la calma.

La taza estalla contra el suelo
y derrama.

Arroz mojado de tus lágrimas
quietas, calladas.

(Piensas y recuerdas,
una calle huida.

Piensas e intentas,
una calle con luz.

Piensas y crees,
una calle que recorres.

Piensas y olvidas,
una calle que aplastas.)

Carne desperdiciada
de colores difusos.

Carne en lata de tu
cara y tus dedos.

Carne tenue y humeante
líquido bajo tus pies.

Negro charco donde el
arroz germina la nada.

(Y ya sólo las quietas,
las calladas).

Una habitación quieres
bajo la almohada.

Reciclar tu carne en
conserva.

Y sin embargo la luna
alimenta carne hepatitis, dorado
sol de tu rostro, único

amanecer que aún te
espera.

El pelo se suelta
y también derrama.

Y todas las líneas del
espacio-tiempo confluyen.

En tu alma. Y arroz mojado
de aquellas quietas, aquellas calladas.

En cualquier otro sitio

Susana abre las cancelas
de su tímido, tórrido y
elocuente imperio.

(Ella en realidad no quiere esto, pero
el sacrificio de su cuerpo es
el único que entiende y el
único único al que estoy dispuesto).

Todos los cerrojos se liberan, y
todos aquellos que soy en sus umbrales
ahora franqueables saludan con
estentórea risa los horizontes
descubiertos.

Y cada uno de mis inventos
toma posesión de su reino.

Y cada uno de los juegos sale
de su caja y extiende el
tablero.

Tras largo tiempo, todo está ya
bien dispuesto.

Y corro uno aunando mis cuentos
para salvar aquel otro que ahora es
el punto cero de estas nuestras
distancias.

Tiro el dado, y cuento.
La partida ha llegado desde tu
infinitud transitable hasta todos
tus más renuentes escondites.

Te tomo la mano y lucho por
soslayar tu espejo, que es aquel
lugar donde tan fiel y
terriblemente me reflejo. Construyo
otro que me dice que soy el
señor de tu tiempo. El maldito
amo de nuestro universo.

Así puedo ver y veo
cuando Susana abre y
sólo sin ver lo que no veo
abrazar abrazar todo su
esfuerzo inútil e inmenso y
amarlo con fuerza y
olvidar olvido el sopor del
olvido y que todo y
la casa los gestos los
cuadros los rostros son sólo el
cristalizar de las reglas que
invento y aplico en un
cuento que cuento y me cuento
jugando cretino a vivir
en este como en cualquier.
En otro. Sitio.

En cualquier otro sitio.

Barrotes quietos

Escribo bolígrafo tintes azabache
en estos blancos yermos. La poesía
me retiene en mi sitio de Madrid
y azada y verano trabajando, mientras
se abalanza águila sobre todo
ello para revelar mi huida y mi
desespero.

Si llega y se abre yo me paro y
hablo mientras es ella la que
narra, ahora dice calla y yo
duermo con la fuente seca y la
resaca de sus amargos encuentros.
Besos agridulces de mi sustento
y  mi veneno. Letanías críticas
que desencuadran y excentran
la mirada y la tornan agua
salada, que yo bebo en tragos
lentos del cáliz dorado
de mis barrotes quietos.