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Desconchones en lo que veo

Realidades desconchadas me
dicen mis ojos. Yo les
vigilo, pues son ellos quienes a
veces rompen las cosas cuando me
descuido.

Pábulo de nicotina directo
a los alvéolos, suero de 40 grados raudo
al fondo del estómago. Poemarios
que
excentran mi rotundidad ineluctable
cotidiana, en intravenosa reforzada
al cerebro.

Parece que sopla viento.

(Y me duele, no hace más
que parecerlo hasta
que la bola gira y…
todo
comienza
de nuevo).

Mañana más y la vida
equivocándose de nuevo conmigo.
Ahora sólo hay que sacar
el tablero, y
conseguir meter todas
las fichas dentro.

(Me tomo un café en Plaza
Castilla, leyendo el periódico y
un poco a Lorca. Hace
frío aquí dentro. Tengo
dinero para pagar esto, estoy
contento).

Realidades desconchadas cuando
quiero
decir
(y lo juro lo intento)
realidades con dos caras.

(Mis ojos juegan a situar
centros
de ejes de coordenadas,
ahora todo gira alrededor de
la estación de metro).

Es molesto no saber jamás
dónde poner el cuento, parece
que no encaja y que no
entiendo, y es
que llama la sangre
que sabe listísima mi pasado
y mi futuro,
lo tiene escrito dentro.

Y no daría un ápice por conocerlo.

“Dumba etna”,
gritan las sillas de mi
despacho
en este portal desierto.

Allí donde caer muerto

Cabeza abajo en el metro.

Tierra coronando el viento
y las nubes
donde apoyo mis pasos.

K.C. golpea mis oídos,
porque quiero ser dolor
inane.

Salvador colapso de mis
sentidos, letargo imbécil
de un mundo imbécil que
huele a sudor y perfume,
mezclados,
abriendo los esfínteres que
van lanzando fuera todo lo que
me callo.
Atrás dejé mi último verano,
agotado.

Cojo un lugar, un mundo al que
llamar mío, y ya están todos ocupados.

Espero mirándome al espejo
y mojándome la cara. Cuando
por fin entro con la llave
dorada de 25 pesetas el artificio
está ya hecho.

Y huele fuerte a otros alientos,
todo me dice lleno, vete, aquí
no hay ya sitio para tus
zapatos.

Saco la caja y encierro mi
nariz dentro. Vuelvo
mis ojos hacia el centro de
mi cabeza. Las
manos a los bolsillos.

Y ahora
todo es perfecto.

Suelo (ser) firme

I.
Me lío un cigarro de «Golden
Virginia». Es mi
tiempo-libre.

También puedo ser esto
(melocreomelocreolojurolocreo).

Puedo tener objetos que
decoren mi único suelo, la
tierra a que pertenezco, mi
patria de salóncomedorcocinabaño
y un sofá acogedor. Gracias
a esto puedo:

comer,
beber,
dormir,
excretar
y
vegetar viendo el televisor.

II.
Anoto:
«Estoy cansado.
Pero no puedo parar no
debo si quiero mi patria
amada de 65.000 al
mes cada mes y
contigo y la cama,
donde estoy contigo».

III.
Y todo esto da igual,
son detalles concretos de un
devenir absurdo y
enfermizo.

Sé, lo sé, por supuesto
lo sé, sólo creyendo…

…la paz estará
conmigo.

IV.
Hijo de todos mis muertos.
Quietos, callados. Recordando
con su elocuente silencio su
cualidad de ancestros.

Hijo de aquellos mal
enterrados
(«dumba etna», canta
en la noche la flauta
sin agujeros de mi
espalda rota)
allí donde asoman las
manos sin carne, sin sangre;
sólo huesos.

Canta la tierra que les
cubre su amargo canto
de Robe:
«no funciona nada»,
repiten.

Por ahí no, los agujeros están
en el alma…

V.
El tren repiquetea desde las
traviesas, yo escucho la radio
para no oírlo.

Eso y las conversaciones ajenas,
que hablan desde sus
andamios apuntalados en
la nada,
aseverando ser la única
VIDA.

Posiblemente tenga sueño.
Quizá llore aquello que humedece
mis labios.

Yo sólo deseo encender un
cigarro, buscarme un lugar

en el armario donde jamás
llueva.

El tren, indolente, repiquetea
sobre las traviesas.
Suelo firme debajo de mí.