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Mercenario

Aguanto cosas que no debo decirte
cuando creo que debes oír. Cuando
pienso es cierto y el charco
siempre ahoga después, cuando
ya es tarde, cuando
tomaste el avión y el
cielo no es aire sino
distancia; fría y cortante,
áspera y lacra inmundicia que
llena de llantos la tarde.

Quién sabe, quizá mañana
vuelva la calma. Quizá
no venda letras a
nuestra tranquilidad, que
disfruta sufragando costes
con un fondo de huida constante.

Quizá no calle y te ladre
y tu llores y te desesperes
y entonces nos amemos en
Cuenca o en Toledo sin fin
ni recónditos lugares que no
visitemos en la gran fiesta
del amor sincero.

Quizá.

Intolerable

Intolerablemente amarga
es tu risa. Uno se va dando
cuenta de cómo, quieta,
calladamente,
te desangras.

Y no hablemos si no
podemos de tus dones apagados,
de tu voz velada,
no contemos la vida que
escancias en las tortuosas
sendas de mi alma.
No digamos. No disloquemos
esto hasta hacerlo algo parecido
a un
verso.

Intolerablemente retuerces la
daga en mi brazo, con tu
sola presencia y tu risa.

Amagos de un cuadro renacentista.

Soledades neutras e higienizadas
de un poeta por impostura, de
un mercenario de la letra.

Hablemos del día, del
tiempo, del cadencioso fluir
de las noches.

Pero nada pensemos de
aquello. De lo otro.
De lo nuestro.

Al pensar

Cuando pienso…

A veces pienso…

Cuando a veces pienso
pienso el trigo que rumio
en el estómago y que
nutre mi alma y mi
devenir cotidiano.

Pero a veces…

A veces pienso…

…en ahogar mi
locura desvirgando el salto
de un puente, hendiendo
el aire y las corrientes,
siendo piedra.

Bah…

pienso…

…y pienso que pensando voy
cerrando los bares, que así
las calles se transforman en
la noche en lugares de nadie:
que todos los ojos duermen.

Nadie vigila.
Ahora ya no necesito
altura para romper
los aires.

Y pienso…
sí, a veces, cuando aún pienso…

…pienso que sólo solo
puedo continuar siendo nadie,
para así pulsar las calles sin
tan siquiera rozar sus epitafios.