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vaya

Si escribir es tan sencillo… ¿por qué no lo es en absoluto?

Me he dejado entretener por un montón de distracciones con la esperanza de que cumpliesen su cometido: dejar pasar el tiempo manteniendo la sensación de estar avanzando, convencido de que entretanto la cabeza iría encontrando su sitio. Porque el hecho es que siempre me ha gustado el acto en sí de escribir. Sentarme frente al ordenador, dar forma a un mundo completo, vivir en él, hacerle pasar a formar parte de mis propios recuerdos.

Empecé con markdown cuando casi no pude rescatar textos en formatos antiguos porque los nuevos programas no los leían, los leían mal o lo hacían a duras penas. Fuera formatos propietarios, bienvenido texto plano. Markdown no se puede decir que fuera una buena distracción, se aprende demasiado rápido. Después el editor, no es lo mismo escribir en el bloc de notas que en ghost writer que en atom que en nano que en vim, y de todos ellos aprendí lo necesario para trabajar sin problemas. Es más rápido, menos agresivo para el ordenador, menos software dependiente. Satisfactorio: dominar unos cuantos te hace ser consciente de que ninguno de ellos importa realmente para conseguir un buen relato.

Todo.txt para construir la guía de capítulos, git para llevar un control de versiones ágil y potente.

Después el mundo: construí el universo del Consejo. El mundo de Huim y de Nadir y Hogar. No una historia, sino el marco donde podrían suceder todas ellas.

Después la técnica. Escritor de mapa, de brújula, las fichas del método snowflake. Las prisas del nanowrimo, las prisas de poner la fecha tope de entrega de un certamen. El relax de no ponerme ninguna fecha. La emoción de llegar a donde quieres y la de no tener ningún sitio al que llegar más allá del relato mismo.

Más tarde las conclusiones. La historia no es lo que más importa en una novela, importa cómo se cuenta, qué y cómo se dice y cómo se enebra en una especie de trayectoria vital (parece que nos encantan las trayectorias vitales). Esa trayectoria, ese viaje, lo es todo, lo demás es mero accesorio. Porque somos bichos con sentimientos y de algún modo nos gusta practicar y sentir, y por eso leemos y vemos pelis y nos contamos y nos cuentan y todo mezclado una y otra vez en una espiral sin fin. Nos identificamos y nos ponemos en el lugar de, o somos curiosos y nos gusta saber cómo es algo que no nos va a suceder nunca. Y en la medida en la que la historia enraíce en eso que somos la novela nos va a parecer tremenda o una puta mierda, y lo que se cuente o no o lo que suceda o no deje de suceder es un asunto secundario. Lo importante es que esa experiencia se convierta en una experiencia nuestra.

Y entonces, cuando escribes, tienes que prestarle mucha atención a lo que sabes de la historia, porque lo que sabes de ella se va a convertir en tu peor enemigo. Porque cuando sabes no siempre reflejas, porque todo sucede según una cierta lógica interna que no siempre es evidente. Hasta ahí fenomenal. El problema es que cuando sabes no siempre lo dejas claro, porque tu cabeza rellena los huecos cuando lees lo que acabas de escribir y parece perfecto, pero para alguien desde fuera no tiene el más mínimo sentido.

Así escribir se convierte en un asunto de las miguitas de pan que dejas y las que no dejas, lo que dices, lo que no dices pero dejas entrever y lo que no dices que permanece en la más absoluta oscuridad. El tener la historia clara puede ser el enemigo más jodido del que escribe una historia, puede cargárselo todo.

Y aún así empiezo a pensar que no es lo más importante, que un argumento lleno de agujeros puede ser interesante, porque al leer queremos saber dónde estamos y dónde están los tipos que están pasando por cosas y estamos entrenados para que nos guste resolver puzles, y que el edificio argumental se caerá siempre y sólo cuando la trayectoria vital de los personajes no se perciba como coherente, y si es coherente es interesante y si es interesante es adictivo: la supervivencia de entender qué sucede. Y esa es la conclusión estúpida a la que podría haber llegado hace dos décadas, estúpida y evidente y simplona, y es que escribir es levantar un acertijo en el que todo, absolutamente todo, está al servicio únicamente del juego.

Y lo más estúpido de todo es que ser consciente de ello no me hace estar más cerca de ninguna parte. Vaya.

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