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volver mañana

La puerta estaba entreabierta, como casi siempre, por lo que dedujo que estaba aún durmiendo. Entró haciendo el menor ruido posible, dejó la chaqueta en el perchero vacío y fue a la cocina. Apartó platos sucios del fregadero y llenó un vaso de agua. La casa entera olía a pintura, a disolvente y a sudor. Se fijó en el lienzo en el que ella estaba trabajando en ese momento, apoyado en la pared. Figuras estilizadas entre nubarrones de óleo, golpes de color. Volvió a sorprenderse al ver hasta qué punto era capaz de arrancar formas aporreando la tela.

Le presintió y se despertó, estirándose sobre el colchón. Le sonrió, saludó. No sabía hasta qué punto le decía la verdad cuando insistía en que empezaba los cuadros sin una idea predeterminada, tan sólo pintando hasta que lo que tenía que salir aparecía entre los trazos. Eso a él le parecía fascinante, no se podía contar entre una de sus capacidades. Él tenía que saber lo que iba a hacer antes de hacerlo, de otro modo el resultado siempre era desesperantemente vacío. Se encogió abrazando sus piernas, bostezó. Le lanzó un beso mientras él se acercaba para sentarse a su lado.

–¿Vas a buen ritmo?
–Estoy casi terminando.
–¿Cuántos te faltan?
–No lo sé. No puedo saberlo. Quizá este sea el último.
–¿Ya?
–No lo sé. Creo que puede. Veremos cuando termine este.

Ella se levantó, enjuagó uno de los platos que él había apartado antes, sacó algo del congelador y lo metió en el microondas.

–Estoy muerta de hambre.

Y él se quedó con esa escena. Ella allí, de pié, con la ropa y el cuerpo salpicados de pintura seca, mirando con atención al plato dar vueltas bajo la luz amarillenta. Se habría quedado allí para siempre (quizá no), no le habría importado seguir allí sentado mirándola esperar (quizá sí), le habría gustado que el tiempo se detuviese en ese justo momento hasta que él le diera permiso para seguir adelante.

Pensó que le gustaría decirle que se estaba enamorando de ella. Lo pensó casi justo hasta que la campanilla sonó. Cuando lo hizo tuvo la fuerza como para romperlo todo, destrozar su ensoñación y recomponerla hasta darle la forma del mundo en el que estaba inmerso viviendo. Ella sacó la comida y él obtuvo una rotunda composición de lugar. No todo había ido mal, había podido quedarse con la escena para el recuerdo.

–Te veo pensativo hoy, amigo.
–Nah, no es para tanto. Un día difícil en el trabajo.
–No sé qué sigues haciendo allí de todos modos.
–Creo que sí lo sabes. Creo que hasta yo lo sé.

Ella le sonrío, dejó el plato sobre la encimera y se acercó a darle un beso. Las luces de alarma se encendieron como de costumbre.

–He vuelto a tener un sueño que se repite desde hace un tiempo –le dijo.
–¿Sí? Cuéntamelo.
–No sé. Creo que escuchar sueños es aburridísimo.
–A mí no me aburren los tuyos.
–Ya. Claro. Tú no has estado allí. La gente se inventa ese tipo de cosas para contarte mierdas que no saben cómo contar de otro modo. Y eso es lo menos malo.
–¿Lo menos?
–La gente se centra en los sueños cuando ha dejado de vivir. En el momento en el que dejan de vivir despiertos empiezan a vivir mientras duermen. Cuando no queda más, cuando todo lo demás se ha perdido, siempre te quedan los sueños.
–Aún así me gustaría escucharlo.
–OK. Yo era un tipo en una caja. Recibía componentes de una cinta transportadora y los ensamblaba. Estaba constantemente atento a un panel que me marcaba la evolución, y siempre estaba por detrás de la planificación. Yo aceleraba y aceleraba pero seguía estando detrás. Cuando terminaba mi turno me llevaban a una sala donde alguien me decía que no estaba evolucionando bien, que tendría que hacer un esfuerzo o dejarlo.
–¿Dejar el trabajo?
–No, no es eso. No era eso. La sensación es que yo había tomado una decisión que hacía que fuera menos eficiente, y que podría volverlo adecuado simplemente cambiando esa decisión. Estaba en mi mano abandonar lo que me retrasaba.
–¿Y crees que tiene que ver con la exposición, con los cuadros?
–No lo sé. No sé si… no parecía ser eso. No, definitivamente no es eso.
–¿Entonces?
–Yo qué sé. Creo que de algún modo soy ese tipo. Pero no en el sueño, sino en realidad. Creo que en alguna parte yo soy ese tipo, y de algún modo estoy allí trabajando mientras estoy aquí pintando. Imagina que… ¿ves?, ya me estoy aburriendo incluso a mí misma.
–¿Cómo vas a ser ese tipo? No tiene sentido.
–Es una sensación.
–No, no es nada. Vaya, espero que dejes de soñar con ello. Es bastante raro.
–Sí, sí que lo es. Pero al mismo tiempo…

La miró levantarse y coger los pinceles.

Tendría que revisarlo todo otra vez. Recomponer la situación, controlar las variables. Se estaba quedando sin ideas, se estaba quedando seco. Volver al punto de partida.

Retomar el recuerdo, centrarse en ella allí, esperando mientras el plato da vueltas. Coger ese pedazo de eter y darle consistencia, reforzarlo, construir los andamiajes que le den la densidad suficiente. Esa nada que se esfuma, que se escurre entre los dedos, esa aparente irrelevancia que gana sentido según se moldea. Volver mañana.

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