Han pasado cosas malas que no sé si son buenas en el fondo, creo que sí, que no sé si no sé en realidad. El domingo se me cayeron dos incisivos inferiores, lo que me llevó al dentista.
A husmear en esa pesadilla personal.
Tenía que haber vuelto después de los cuatro años que han pasado tras la visita mortal. La visita mortal fue aquel primer invierno en el que me dijeron, de pronto y sin cuidado alguno, que tenían sacarlo todo y que no tenía hueso suficiente para implantes. Decidí que si el problema (se me iban a caer los dientes) era igual que la solución (me iban a arrancar los dientes) aguantaría con ellos lo que pudiera.
En el segundo invierno se me rompió la pala izquierda.
En el tercer invierno los incisivos de abajo explotaron dando un bocado como cualquier otro, y no han dejado de bailar desde entonces.
En este, el cuarto invierno, se cayeron dos de ellos.
Así que ha finales de diciembre me vaciarán la boca y me pondrán una de porcelana y titanio. El tiempo ha pasado y me ha traído hueso: ahora sí tengo.
Estoy aterrado e ilusionado al mismo tiempo. Dolor, miedo, medio año jodido. Pero quizá… ¿volver a dar un concierto?, ¿comer manzanas a bocados? ¿Sonreír?
¡Santo Bob, la risa, la carcajada!