Me apetecería hacer un sitio en el que cada entrada fuera una foto y un relato. Que se sugieran de algún modo entre sí, aunque sea de forma leve. Probablemente. Como una pataleta.
No hay tiempo para nada, esa es mi reflexión si se me pregunta. Y eso que yo no tengo nada que hacer. Trabajo, una siesta pequeña, caminar, hacer la cena y la comida del día siguiente, cenar, ver algo en twitch y dormir y vuelta a la rueda. Me pregunto cómo se hacen las cosas (y me respondo: dejando el trabajo). Esto es un ir meciéndose suavemente hacia la muerte, si lo despojamos de los dramatismos y lo consignamos como una simple nota descriptiva. Me pregunto cómo escribir de cualquier cosa. Pero, sobre todo, me pregunto cómo y qué escribir de esto y me acuerdo mucho de la novela luminosa.
(¿Por qué? Porque en medio suceden cosas que no sé ubicar. Buscar información sobre cualquier tema que despierte mi curiosidad en el curro, mientras camino una señora le ofrece tocar el perro a un niño con discapacidad —y el niño está contento y tiene miedo y la señora lleva un vestido ceñido al aire y me excita, y me siento un capullo por eso—, y mientras hago la cena salgo a la terraza y riego y huele a tierra, el sol se está escondiendo y tiñe todo de un rojo oxidado, escucho la radio mientras cuelo la pasta y ya huele a noche mientras saco la mesa a la terraza y las sábanas limpias huelen bien y me cuelo en la hondonadita martinromañesca que tiene mi colchón desde hace medio año y… un millón de cosas por el estilo, sucediendo todo el tiempo y extinguiéndose nada más hacerlo y no sé muy bien qué son siquiera mientras son. Es un vivir en dos mundos que se solapan el uno al otro, uno en el que no hay tiempo para que pase demasiado y otro en el que no dejan de suceder millones de cosas diminutas y preciosas que se agotan nada más nacer, que se dan y se esfuman incesantemente).