A veces caminar descansa. A veces pasar frío calienta. A veces perder el tiempo le da sentido.
Supongo que nunca es demasiado tarde para comprender si todavía estás dispuesto a hacerlo.
Había un par de varas de hierro, de las que se usan para encofrados y cosas así, sobresaliendo peligrosamente en el camino. Las he marcado con piedras. Una rueda puede reventar ahí, un pie tropezarse. El sol salía sobre el trigo. Múltiples bandadas de pájaros (¿qué pájaros serían?) volaban hacia mi espalda, hacia los olivos. He llegado hasta la M-50, he saludado a los que van a currar y me he vuelto. A hacer lo mismo. He sudado lo suficiente como para sentirme vivo lo suficiente como para resistir lo suficiente hasta las cinco y veinte.