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la espuma de los días

Uno es delegado sindical, y a uno parece que le encanta. Uno parece que va a estar en riesgos laborales, y eso parece que le encanta más. Uno tiene a bolsón cerrado en la tasadora, movimiento que no rechina, bien engrasado, todos los engranajes encajan diente contra diente lenta pero inexorablemente. Uno se pregunta qué es la vida, y deja de preguntarse. El anticuario ha recuperado el sueño, el anticuario no sabe quién es ya.

Porque sólo cuando uno lo pierde todo es libre para actuar, filosofía de perdiendo.org., del anticuario, de miguel y de muchos antes y seguramente después, pero cuando uno lo pierde todo y es libre para actuar, paradójicamente, uno empieza a ganar. Y es una cosa extraña, no estoy acostumbrado, no sé muy bien cómo reaccionar ante ello. No comprendo muy bien por qué volver a tener un poco de miedo a las cosas (que las cosas que posees te terminarán poseyendo, y mucho más las que no posees y deciden acompañarte en el camino), no sé reacionar demasiado bien ante la victoria, lo mío es perder, la ligera reación química que libera energía cuando pierdes algo y eres un poco más libre, menos dependiente, ese momento de llanto en el que acabas de perder un punto más y, al mismo tiempo, acabas de ganar un punto de libertad de anacoreta más. Eso es lo mío, a eso estoy acostumbrado, eso ya lo llevo bien, porque es lo habitual desde que la lindísima paloma, luz de donde el sol la toma, decidió que ya no, que era bastante con las mutilaciones quirúrjicas mutuas que ya habíamos realizado, que no hacía falta seguir batiendo el mar para hacer espuma, porque la espuma se hace sola cuando las olas golpean contra las rocas (cristal de resaca). Desde entonces y hasta ahora todo fue una espiral constante, un desasirse medio consciente y continuo, un deshacerse de, un perder lo, un abandono desabrido, una derrota aquiescente y templada, un adios como segundero, un ir abajo solo. Para eso estoy bien configurado, poseo sobradamente los requisitos mínimos, un disco duro suficiente, un procesador torpe pero útil.

Pero ahora todo sube, el mar hace espuma sin necesidad de rocas, incluso, ni de playa. La espuma (de los días) es omnipresente y omniscente, ubicua. Me encuentro un mensaje en el móvil que me emociona en tres palabras, veo bolsón cerrado como parte de mi alma, un abrazo abrazo abrazo abrazo que exorciza el demonio (daemon) que llevo dentro (autodestructivo, borracho, roto y nunca recompuesto), estoy a gusto en el curro, estoy a gusto en ccoo, estoy a gusto moviendo fichas sin parar, estoy a gusto durmiendo, estoy a gusto despierto, estoy a gusto tumbado en el sofá abrazando mientras algo indiferente es mostrado a través del tubo del televisor, estoy a gusto (¡tanto!) con la guitarra, con los poemas, con las novelas que simultaneo, estoy agusto leyendo, estoy agusto, joder, hasta cagando. El café con leche sabe mejor, más a café, más a leche, los cigarros ni te cuento, las flores huelen bien y no producen alergia, las calles están limpias de mierdas de perro, mis vecinos son simpáticos, la gente ayuda a los ancianos a cruzar las calles, los momentos son más intensos sin forzar, el relleno de chocolate de los cuernos sabe mucho más a chocolate y menos a avellana, que detesto.

Eso, todo eso, es la espuma (de los días). Y eso, todo eso, indica lo que quise decir en una sola frase pero no me salió comprensible a la primera: que ya no hace falta batir el mar para hacer espuma. La espuma se hace sola al romper en las rocas, en la playa, en el multiverso cotidiano.

Y no estoy acostumbrado, pero está bien.

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