Lo realmente complicado de escribir una novela no es la trama. No es el desarrollo del personaje. No es hacerla interesante. No es la página en blanco. La irrelevancia. El desastre del choque de trenes contra el que impactas, que impacta contra ti. Tu propia estupidez, el largo camino a no sabes dónde. La soledad para teclear. El teclear en soledad. Lo complicado de escribir una novela no es escribir.
Eso es jodido, pero no es lo jodido.
Abro un archivo paralelo, lo nombro que-pasa.md. Es mi forma de tirar de la alarma.
Lo realmente jodido, escribo, es escribir, escribo. Arañar el cerebro. Preguntarte a ti mismo qué. Dar vueltas y vueltas sobre lo que. Eludir las ganas de abrir una cerveza, diluirse en. Borrarse, aniquilarse, establecer una configuración por si todo va mal. Pensar que bueno, que ya está yendo por ahí. Delimitarse: ponerte límites. Hasta aquí. Hay que trazar una línea. Tomar una posición como el juez en el tenis: en lo alto de una escalera.
Poner distancia frente al suelo. Darte altura. Convencerte de que la tienes. Tengo altura.
Lo realmente jodido es hacer que nada de eso te roce.
Y, si lo hace, tener preparada una buena vía de escape. Un buen ningunaparte.
No recordar cosas. Cosas que duelen. No darles importancia. No ser más que el narrador.
Un tipo, sobre una silla en una escalera, que habla de cosas. Las veces que amé. Las veces que perdí. Todo desde ahí arriba. Todo como si no fuera conmigo.
Un tipo, sobre una escalera, mirándolo todo desde ahí arriba.
Sin contacto.