¿Qué hacer de contra-puente o anti-puente hasta el lunes?
Pues una vez vivido el calor, componer y escribir. Babeo de las ganas. Levantarme, prepararme un café, acabar la novela despacio, sin prisa, juguetear con la guitarra hasta descubrir nuevos acordes, remolonear con la lectura. Ahh.
El fin de semana en Salamanca fue mítico, una miticada diría el galego, que de eso entiende lo suyo. El sentimiento de fraternidad que puede generar el estar cuatro personas (cisneros, el galego, ángela y yo) en una habitación cálida por el fuego dentro de un mundo exterior gélido hasta el extremo, la unión en las conversaciones, la bajada general de escudos… somos talluditos, además, y delante del fuego es fácil sacar lo que hemos ido aprendiendo en estos casi treinta años de dar tumbos. Porque ninguno tenemos nada estable, nada concreto, nada concluso, y hemos sobrevivido como hemos ido pudiendo, y compartir esas circunstancias en voz alta y ver que saben de qué estás hablando sin tener que explicar hasta los detalles más nímios, sin tener que forzar la narración sobrecargándola de hechos, es fascinante.
La unidad de la hoguera.
Nos conocemos más y nos comprendemos más. La amistad se estrecha y comienza a hacerse directamente sincera. No hay que hacer circunloquios para minimizar el posible daño. Fuera la guerra fría de la tensión constante para decir lo que soy del modo en el que lo soy, sin temor a que me despedacen.
Una experiencia. Toda una experiencia.
Y componer, y escribir con ellos, y reír y tomar cerveza y hablar, y contar y escuchar y el frío, y el calor en contraposición y la noche fuera desde media tarde, y la luz tenue del fuego en los rostros.