«Mucho más que eso, advierte modestamente el que te dije, los proyecto a la idea misma de la revolución, porque la Joda es una de sus muchas casillas y ese ajedrez no se ganará nunca si yo no soy capaz de ser el mismo en la esquina y en la cama, y yo soy cincuenta u ochenta millones de tipos en este mismo momento.»
Julio Cortázar. Libro de Manuel.
Un día perfecto para ingresar en un psiquiátrico con un matasuegras en la boca, o para no entender nada de nada o para entenderlo todo, que no es sino eso lo que nos vuelve totalmente locos. In the morning te levantas bien, relajado y medio agilipollado, tomas una ducha y un café a partes iguales, dándote cuenta de que es ya invierno al notar cerca el punto de congelación justo un par de minutos después de cerrar el grifo, cuando aún te estás secando. Te vas con tu hermana a mirar gafas. Ves unas que no te molestan, te haces fotitos con la moderna tecnología de atención al cliente de un moderno centro óptico del carajo y cuando te dicen el precio de las gafas al completo ya sabes quién va a pagar el jodido aparatito en el que vas viendo como te van quedando todos los modelos. Lo vas a pagar tú, a ellos les sale lo comido por lo servido. Y encima te tienen arrobado, completamente entregado.
Sales con el rabo entre las piernas, por si acaso y porque es ahí donde suele estar, y llegas corriendo al trabajo, y allí te enteras de ciertas cosas que te hacen sentir escalofríos de rabia, que también los hay. Después miras la cuenta para ver si te han abonado los atrasos y constatas que no, que no es eso, que no es el día. Eso no parece importar cuando te das cuenta de que a día quince estás bajo mínimos, que jamás (y digo jamás) has tenido tan poca pasta en la mierda de cuenta de las narices. Espero haber comprado suficiente comida, porque voy a estar encerrado aquí hasta la siguiente fibrilación mística y beata de Santa Nómina.
Acabas la tarea escasamente remunerada y sales por la puerta para encarar los cuarenta minutos de paseo. Cuando llevas treinta y cinco te das cuenta de que te has dejado la cartera en la mesa del curro. Si tenía que suceder, desde luego tenía que ser hoy. Con resignación te vuelves. Por algún notable defecto genético, el camino, de vuelta, no te parece el mismo camino. Casi te pierdes. Te parece idiota.
Llegas a casa y encaras el ragut de ternera porque la carne está empezando a evolucionar en la nevera y tú sigues empeñado en comer ternera y no quién sabe qué. Cortas cebolla y te cortas a ti mismo, supongo que en sintonía, y empiezas a sangrar como un maldito surtidor poniendo perdida la cebolla, el cuchillo, la tabla… no creo tener instintos antropofágicos y mucho menos autoantropofágicos y por eso me lavo y me curo mientras la olla, que olvidaste secar por dentro antes de echar el aceite, se dedica a recrear en pequeña escala nada menos que la tercera guerra mundial. Y tú tienes la matanza de texas en la tabla y un dedo empeñado en ser fuente en el lavabo y una olla que haría huir por piernas (de caballo, es decir: patas) al séptimo de caballería con custer o quien sea a la cabeza, seguido pecho contra espalda del más aguerrido de su tropa. La situación es limítrofe y no se te ocurre más que pegar un grito, un bramido, un verdadero rebuzno en re sostenido y soltar el aire a golpes de pulmón. Después, evidentemente más relajado, aplacas la fuente, le pones una tapa a la olla y echas la carne y el pimiento y la cebolla a toda ostia, limpias la carnicería de la tabla y la almazara de los fuegos, la encimera, el suelo, las paredes… Apuras la coca-cola de un sorbo y te vas a por el lambrusco, echas vino blanco en la olla y te sientas en el escritorio, observando con absoluta satisfacción y un relax acojonante que han pasado ya las doce, y mientras vas hacia el baño para lavarte las manos te das cuenta de que no puedes, porque sólo tienes una y un rollo entero de papel higiénico manchado de rojo en el dedo índice de la otra, y a ver cómo te limpias una mano si no tienes otra contra la que frotarla.
Te sientas en la taza, al acecho. Esperando el siguiente desbarajuste mientras hierve la olla, se llena la cisterna y los vecinos se arrebujan en sus malditas y normales camas de mierda.