La historia no es lo importante. Los hechos, lo que sucede, lo que se está narrando, no importan en absoluto. Círculos viciosos que no van a ninguna parte, que orbitan una intención, una voluntad. La voluntad de subrayar con un rotulador fluorescente algo que el que escribe quiere resaltar.
Quién hizo qué, qué sucedió, cómo se llegó del punto A al B. Dificultades, aporías, caminos descendentes al abismo y retorno a la superficie de la vesánica cordura que flaquea, siempre flaquea. Usado, repetido, manido, ya toqué esto mañana, amigo mío, ya lo hice y no quiero repetirlo más. No quiero volver ahí, me aburre.
Un rollo, a veces y en cierto modo, costumbrista. Te voy a contar los detalles. Quiero que tu alma curiosa y tu personalidad cotilla se mueran de ganas, que lo estén deseando. Te meto un cliffhanger y cambio de tema. Me aseguro de que aunque la historia sea una mierda tu interés quede cautivo de mi voluntad, y me río. Te veo presa de patas en él mientras me aseguro que sigas un capítulo más, un par de páginas, un diálogo, una descripción, te doy maná mientras me aseguro de que lo que quiero decirte se extienda por tus venas sin que te des cuenta. Eso es lo que sucede entretanto. Un escritor es siempre y sobre todo un prestidigitador: mientras te hago mirar aquí te cuelo todo lo demás. Te lo hago tragar.
Ocho reglas, doce. Un decameron de lo que debe hacerse. Estructura, norma, recetas. Las doce maneras de mantener a tu lector absorto en la nadería que estás contando y… la soledad del solipsoide. Es mentira, pero una mentira hermosa (¿dónde está ese relato?, sé que por aquí, pero ¿dónde? ¿Dónde ese viejo gritando «todo es mentira» mientras me jodía un concierto que daba en alguna parte, para terminar sonriendo mientras decía «pero una mentira hermosa»?).
Pinedo pasa absolutamente de los engranajes. El tipo era un informático que quemó lo que escribió a los dieciocho y después escribió tres novelas, de las cuales sólo he leído, de momento y no sé todavía si, la primera. «Plop», un madmax minimalista. Una cosita tonta de yo nací en esta desgracia y me hice desgracia, y tras mis delirios de grandeza me vuelvo consciente de que no he dejado de ser desgracia nunca. Frases cortas. Párrafos cortos. Intenciones cortas. Elongamientos cortos. Descensos cortos. Hechos duros cortos. Un casi nada, una excusa, un ya vendré mañana y lo remato. Tengo que acabar esto antes de que se haga tarde.
Pues vaya. Se hizo.
Lo que me gusta, si es que algo lo hace, es que prescinde de la marca de la casa. De la casa humana, quiero decir. La humanidad no es de por sí grande. La humanidad no es de por sí absoluta. Nada en la humanidad le garantiza seguir siendo para la eternidad. Los grandes valores no van a venir a salvarnos al final, porque somos nosotros quienes tenemos que salvarlos a ellos (por favor, no me refiero a la patria, la raza, los Valores, no me refiero a cosas tan insignificantes y tan ensanchadas artificialmente por otros motivos). Todo es mentira, pero una mentira hermosa. Una mentira tan hermosa que merece dedicarle un esfuerzo. El esfuerzo es lo único que la mantiene en pie, y no al revés.
Un mundo que se ha roto. Contaminado, como casi siempre. Y con el mundo se ha roto todo lo demás. ¿Pero la humanidad no tenía grandes valores que iban a venir en su auxilio cuándo?
Ni siquiera lo pueden hacer ahora, en condiciones casi ideales, así que por qué puedes suponer que van a poder hacerlo luego. Cuando ya no. Te estás engañando, como lo hacemos todos. Me imagino al tipo escribiendo. ¿Por qué narices murió a los 48 años? No lo sé, no puedo saberlo. No lo he encontrado. Me he inventado una regla casi mística: si no lo descubro en media hora, es que no tengo por qué hacerlo. Me imagino al tipo escribiendo, acojonado. Todos estamos en el filo, pero no todos son conscientes.
El problema es que para qué vamos a defender lo que es eterno. Sólo se defiende lo que peligra.
Después de eso hay un par de tipos severamente acojonados, en el filo, sabiendo que lo que está en movimiento tiene poco de finalista. Pero nadie les cree. Para qué hacerlo, es desagradable. En ese abismo en el que se pierde la transmisión cultural eficiente nos vamos a la mierda una y otra vez, nos levantamos un segundo, nos perdemos después. No acumulamos. A hombros de gigantes, mientras los gigantes se recuerden. Los gigantes están muertos y sólo guardamos de ellos los conocimientos que nos legaron.
Lo que la novela pone en valor, sin ser original en ningún momento en el planteamiento y sí en la forma (o no en la forma, dudas, Ödön von Horváth grita y no sé, él más logrado desde mi punto de vista, pero… ¿no es, en el fondo, lo mismo?), es la fragilidad de esta cosa que nos rodea y que damos por segura. Meterse en las páginas de la novela es colocarnos en un lugar incómodo, es sentir angustia. No una torcida y sesgada por la idea de que al final lo bueno se impone. Una menos teleológica y, por ello, mucho menos satisfactoria.
Eso siempre merece un rato. El tipo murió a los 48. ¿Una enfermedad rara?, ¿bebía demasiado?, ¿se desvelaba todo el rato? No puedo saberlo.
En todas las novelas apocalípticas hay algo de la humanidad que una moral concreta ensalza y engrandece, pero… ¿está en nuestros genes, realmente? ¿No nos ha demostrado la historia que está en la cultura, en esos gigantes de los que ocupamos los hombros cuando generamos las condiciones para poder hacerlo, sólo entonces?
¿No es todo lo demás repetición, pereza, quién hizo qué, qué sucedió, cómo se llegó del punto A al B? ¿Dificultades, aporías, caminos descendentes al abismo y retorno a la superficie de la vesánica cordura que flaquea, siempre flaquea?
¿No deberíamos ser conscientes, de una vez y para siempre, que lo único que mantiene ciertos valores dentro de la humanidad es mantenernos en todo lo posible lo más lejos que nadie pueda concebir de la necesidad, del aplastarte por quedarme tu pelo, para que alguien me aplaste para quedarse mi pelo, para que alguien le aplaste para quedarse su pelo, en una repetición idiota e imparable? ¿Que esos valores que nos «humanizan» nacen necesariamente de esa distancia y mueren necesariamente sin ella?
Un viaje a la locura. No, no a la locura. Un viaje al revés del tapiz. En frases cortas, párrafos cortos, diálogos cortos, vidas cortas, destinos minúsculos.
Vidas sobreescritas, una tras otra.
Dos millones y medio de años de hominidos o lo que sea. Dos millones y medio de años. Si lo que nos define era esto, ¿por qué tardó tanto?
Dejemos de idealizarnos, aprendamos qué es lo importante. Dejemos de darlo por hecho. Si cuando miras al abismo el abismo te devuelve la mirada, habrá que.
La novela, en sí, no me ha gustado. Todo lo demás.