Cuando empieza, una novela es lo peor que te puede pasar en la vida. Tienes una historia que contar, o quizá no la tienes. Quizá tienes sólo una idea, algo general. Algo así como que la humanidad se limita a hacerse la vida dura. Algo así como que cuando todo va bien hay un montón de personas interesadas en que empeore, por los más variopintos motivos.
Y en realidad no tienes nada. ¿Quiénes son los personajes? Pues unos cuantos. ¿Cómo van a hacer lo que tienen que hacer? Pues no tengo ni idea. ¿Y cómo van a hacer que todo resulte interesante? Pues mucho menos.
Tengo una idea.
La idea es lo importante, pero no es más que el principio. Lo demás es pura pereza. ¿Ya ha sido contado?, ¿merece la pena meterse en esto ahora?
No hay tanto diferente. Lo diferente es la gente. Las historias se empecinan una y otra vez en ser las mismas. Y ahí te preguntas cosas. ¿Quiero que la gente se divierta?, ¿eso es todo? ¿Quiero que se escandalice?
Una novela cuando empieza es sólo un montón de preguntas. Sabes que vas a estar ahí metido durante un montón de meses, y no terminas de concretar el primer párrafo. Pero quieres terminarlo, quieres hacerlo porque sabes que vas a reescribirlo un par de decenas de veces. Si es así no es importante. Pero como todavía no estás ahí para ti es importante esta vez. Esta vez es importante.
Apremia decir justo lo que quieres decir, pero quizá todavía no quieres decir nada. Eso es mentira. Quieres decir algo pero sabes que mañana vas a querer decir otra cosa. Quieres encontrar el camino definitivo, pero el camino se abrirá mañana y no hoy.
Un repositorio git reconstruye tus archivos en un momento determinado. Puedes volver a lo que querías decir ayer, o hace un mes. No hace demasiado que puedo manejarlo, pero me sigo preguntando qué hice el resto de mi vida sin él. Necesito volver a lo que era ayer, sin ambages: simplemente lo que era ayer, sin interpretaciones actuales. Hoy no importa.
Y tú sigues con tu rollo, que no tiene nada que ver con la novela. Caminar bien, la bici bien, he perdido algo más de medio kilo esta semana. Y todo eso no tiene nada que ver. En el curro bien. Y no tiene nada de nada de nada de nada que ver, pero se imbrica en lo que escribes. Todo lo que eres es la novela. Todo lo que quieres ser y has sido es la novela. Todo lo que esperas de ti en el futuro está de algún modo relacionado con lo que vas a hacer con la novela. Una novela no es un poema, eso me costó aprenderlo. Un poema es una eyeccion puntual, es el ahora. Una novela no es una canción, por lo mismo. En la novela vas a estar escribiendo meses, y en ella va a caber mucho más que la historia. Va a entrar tu visión del mundo, por mucho que te empeñes en que sólo entre la de tu personaje. La suya es la tuya, corras a favor de la corriente o en contra.
¿Tendré la visión suficiente para que no se pierda el camino?
¿Qué camino?
Qué camino.
El protagonista va a decir mucho de sí mismo, pero va a decir mucho más aún de ti, así que escribes. El día uno. El día dos. El día tres. Borras, reescribes. Y aún así te sigue faltando algo, que no es sino el para qué. La historia, de nuevo, no importa. Historias sólo hay decenas. Te preguntas para qué, y en eso sí que es bien diferente de un poema o una canción. No es el ahora, es el para qué. El mañana qué.
Cuando me levante y me ponga los calcetines antes de ir al curro después de un fin de semana aprobado por los pelos. Ese momento en concreto seguido de todos los demás. ¿Y después qué? Así que escribes. Todo lo demás está por ahí, pero por debajo y al mismo tiempo sobre todo está el saber que te vas a morir. Que todos se van a morir. Y tú quieres hacer algo con eso, escribirte mientras vas escribiendo algo que no tiene nada que ver contigo. Y te preguntas dónde está la mentira que está encubriendo la verdad que te ocultas a ti mismo.
La novela es una excusa. Los personajes también. La historia más de lo mismo. Quieres contar algo que no quieres contar en absoluto, pero que al mismo tiempo lucha por salir de ti. Si nos vamos a morir para qué. Para qué todo lo demás. Podemos entretenernos un rato, pero eso no es importante más allá del segundo presente (en el que compones una canción, escribes un poema).
Así que, ¿por dónde íbamos? Quién es el personaje principal, cuáles son sus motivaciones, a dónde va. A donde vamos todos. ¿Qué estás haciendo? Nada de nada.
Nada de nada.
Pero, sin embargo, ese nada de nada se convierte en lo más importante del mundo. La vida es un hueso vacío que, sin embargo, no lo es. Pero lo sigue siendo. Cuando escribes no puedes evitar hablar de ti mismo todo el tiempo, pero de un modo tal que no lo parece. Así que, hablando de eso, ¿cómo va ese principio? Un tipo entra, un tipo sale, un tipo tiene cosas que contar. No hay nada definido. ¿Por qué entra, por qué sale?
El tipo está rabiosamente esforzándose por contar algo.
¿Vas a seguirle?
Eso depende, me pregunto. ¿A dónde lleva la madriguera de conejo? ¿Cual es el sentido y la importancia de emperrarse en esto durante el siguiente medio año, del siguiente año? Si el tipo va a algún sitio, que vaya. No sé por qué tiene que contar conmigo, o yo contar con él.
Tal, variopinto. Hay ciertas palabras que deben estar pero que, sin embargo, te revuelven el estómago. ¿Estoy haciendo lo mismo que todo el mundo? Por supuesto que sí, pero no sé por qué tengo que verlo ahora. Todos vamos a dejar de estar en un momento dado.
La edad de la tierra es 4.543 millones de años. A mí me han tocado, de momento, 43. Me quedan unos 20 o 30 más, con suerte.
Pongamos un paréntesis ahí, en esos setenta u ochenta años. Ahora superpongamos esa capa sobre los 4.543 millones de años. Abruma.
Puedes pensar que esos 4.543 millones de años no están contando mientras intentas narrar la historia de un tipo que se ha enamorado y por ello va a dejar de lado su plan inicial de unirse a un grupo concreto en el que va a vivir una historia intensa.
Pero lo hacen.
Así que… ¿de qué va esto? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué me empeño en esto? ¿Por qué es esto más importante que la miríada de cosas que podría estar haciendo ahora? ¿Por qué no puedo dejar de escribir, al mismo tiempo que no lo estoy haciendo? Así que…
¿Tendré la visión suficiente para que no se pierda el camino?
¿Qué camino?
Qué camino.
Una y otra vez sobre lo mismo. ¿Quiero entretener? ¿Quiero decir lo mismo que ya está dicho? Y yo qué sé, me pregunto. Sólo sé que un tipo, que no sabe lo que se le viene encima, se ha enamorado. Y por ello tendrá que pagar un precio que para muchos será pequeño. Pero para él lo será todo. ¿Es eso importante? No lo sé.
No tengo ni la más remota idea.
Pero me está taladrando por encima de mis mañanas caminando, por encima de la devolución de la declaración de la renta. Me taladra mientras estoy cagando tranquilamente en el baño. Estoy sentado deposicionando lo que tiene que caer y no puedo dejar de sentirme como el tipo. Ese tipo todavía no tiene una personalidad definida, que yo sepa. Pero está ahí.
Y cada vez que el pregunta, por mucho que me resista a responder, lo hago. Una novela es lo peor que te puede pasar en la vida. Eso suponiendo que tienes claro lo que es la vida. Y lo que es pasar.
Y lo que es poder.