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la rubia

6.

Terminas y te vas y la ciudad conserva
en formol
las mismas caras
y los mismos corazones que no
entiendes y el mismo silencio,
en general,
disfrazado de ruido
y actividad.

Y estás a punto de ponerte las
maletas y deshauciarte de tu propia vida
cuando un predicador sudamericano
borracho llega y te vende
el fin del mundo del mes.

Y no puedes evitar reírte y pensar que,
al fin y al cabo,
no desentonas en un mundo
tan macabro, que no quedas tan
mal entre anuncios de Fortuna y
escaparates carnívoros de necesidad.

Y así olvidas. Porque no queda
otra opción y el instinto de supervivencia
obliga
lo justito para ir tirando
sin hacer demasiado ruido
ni destacar ni acabar,
sin más pretensión que reír un rato cuando todo
se jode.

Y la rubia ni siquiera deja
un rastro acibar en una garganta
con coraza de callos.

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